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Krahe

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Aunque mi preferido de La Mandrágora siempre fue Alberto Pérez, un bolerista divertidísimo y superdotado, entre Sabina y Krahe no había color. Sabina, que es casi un síntoma social, un derrotero, una época, una condena generacional, parecía siempre el hermano facilón, comercial de Krahe, que se había quedado en su sitio, sin transigir, sin ridículos. Krahe llevaba un poquito al límite su personaje, pero era real. Entre Brassens y él, aunque suene a hereje, tampoco había color. Con Brassens no pude nunca. Era un poco como cuando el Brit Pop: entre la influencia y el artista influenciado, nos quedábamos con el segundo. “¿T-Rex o Suede? ¿Estás de broma?”. Pero es que Krahe no era el típico cantautor monocromo, las de Krahe tenían humor. Eran canciones que nos pasábamos, que ponías. De lista de favoritos. “Burdo rumor”, “No todo va a ser follar”, “Eros y Civilización”… Sus letras hablaban más de mujeres que de política y encima había pitos gaditanos, rechifla.
Creo que lo de La Mandrágora estaba entre la canción y lo de los Novísimos. El toque juglaresco, a la vez que se abría a la chanson francesa, remitía, como algunos poemas culturalistas de esa época, a una España medieval. Desde luego, a Krahe no se le veía ansioso por vender discos o llenar el Calderón. Sabina era un Krahe sin medida, verborreico, sentimentaloide, pero España escogió lo que escogió. Cuando cantaban juntos “Cuervo ingenuo” yo pensaba: tápate, hombre, ¡tápate!
A Krahe le vi varias veces, algunas casi sin querer. Era costumbre su semana en el Central por navidades, así que si pasaba por Madrid (juro que no tomaba las uvas en la Puerta del Sol), su noche era de rigor. Una vez hablé con él un buen rato en la barra. Era divertidísimo y cercano y parecía estar a la temperatura de su entregado público.
También le vi con Andreas Pritwittz, ese saxofonista que lleva aquí toda la vida y ha salido en mil sitios.
Mi máximo amor cantautoril en España es Raimon, por una serie de razones y una canción maravillosa, extraordinaria y casi secreta, pero después va Krahe. Desde luego, la que le organizaron con lo del Cristo fue una exageración. Era una broma sin gracia, probablemente hasta una ofensa, pero sentarlo en los tribunales… Arte (malo), religión y una instancia judicial. Vaya cacao. Faltaba el Comité de Árbitros de Arminio en la ecuación.
Cuando paso por Núñez de Balboa (que tampoco es que lo haga mucho, la verdad) no puedo evitar repetirme: oa, oa.

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