No había que ser un lince para advertir la politización de los balcones, pero la intervención de Echenique hoy en el Congreso lo deja muy claro: eso de los balcones es su patriotismo, el de las personas y el personal sanitario, no el de las banderas y los reyes.
“Los vecinos de Lavapiés” esto y lo otro. Lavapiés como unidad soberana.
Se lo he leído al usuario tuitero @rpr3z, cito de memoria: las personas salen a aplaudir al personal sanitario, que no es lo mismo exactamente que a la Sanidad Pública.
Porque ya sabemos lo que significa esto para la izquierda que gobierna, y por tanto, para un porcentaje abrumador de los medios: la sanidad solo pública, no la privada, y además una especie de paradigma que da a entender que siendo la mejor del mundo (siempre y sin discusión) falla por los recortes. Que si falla es por eso, no por la gstión. ¿Y quién hizo los recortes? Pues el PP, y además lo hizo siguiendo una ideología económica capitalista, neoliberal, etc, etc, etc. El discurso es conocido y manufacturado. El discurso, por ejemplo, excluye la posibilidad de que la nefasta gestión socialista de la crisis económica, reconocida por algunos cargos, mermara las capacidades de sostenimiento del sistema.
Pero este concepto es fácil y poderoso y está en la calle (viralidad plena). Y consigue que ensalzando a la Sanidad Pública automáticamente se estén haciendo dos cosas: reprochar a la derecha su debilitamiento y aparcar la critica al gobierno izquierdista y a su escandalosa gestión. No es la imprevisión, son los recortes; y si fuera la imprevisión, no toca ahora. Toca aplaudir.
Salir al balcón a aplaudir a los médicos, acto de reconocimiento, cariño y civismo, es algo convertido en canto a la Sanidad Pública, o mejor, a Nuestra Sanidad Pública, en una crítica a la derecha y en un aplazamiento (sine die, como el estado de alarma) de la crítica.
Porque esta salida al balcón sí está legitimada mediáticamente, como no podía ser de otro modo. Cuando a España le daban un golpe de Estado (lo repito: golpe de Estado) en Cataluña en 2016, las banderas que se colgaban eran “insidiosas“ (recuerdo el adjetivo de un instalado escritor).
La izquierda socialista, es decir, los medios en su mayoría significativa, recelaban de esas banderas. Esas banderas y esos balcones no fueron ungidos mediáticamente con los sentimientos de ingenua bondad popular, reconocimiento cívico o agradecimiento al funcionario. Se recelaba de esas banderas. No eran de todos.
Pero esto sí. Los aplausos a los médicos se vieron por todas partes. Es verdad que en algunos barrios más que en otros (gran detector) pero balcones hubo en todos los lugares de España. Los balcones se transforman así en la expresión de un patriotismo sanitario (¡éste sí!), del que hablaba Echenique hoy y que no es nuevo. Esto estaba ya en las campañas electorales de Podemos. Yo recuerdo haber escrito “patriotismo de celador” en algún debate electoral. Es decir, la correspondencia entre cómo se interpreta esta salida a los balcones y el discurso político de Podemos y el PSOE es absoluta. Es un guante que entra perfectamente.
Esto de los balcones produce además un unitarismo. ¡En esto sí estamos unidos! Aquí sí es lícito ser uno. “En el apoyo a nuestros médicos, a nuestro personal”. Aquí si estaríamos todos, en Galicia, País Vasco o Cataluña también. Es un unitarismo de mínimos, aun más de mínimos que el patriotismo constitucional: “La patria es donde uno hace la secundaria”, dijo Echenique hoy. Podría ser perfectamente: la patria es donde entuban a tu madre.
O sea, que es un unitarismo compatible territorialmente con las pretensiones federalizantes del binomino PSOE-Podemos. Porque en esto, en nuestros hospitales, ¿cómo nos vamos a enfrentar?
Y es además un patriotismo fiscal. Porque al Sostenimiento de Nuestra Sanidad Pública, el mantenimiento de nuestra sacrosante Sanidad Pública funciona como gran justificación fiscal y como gran velo tributario. Cuando pagamos impuestos no estamos pagando un Estado autonómico delirante, ni la corrupción sistemática de los partidos, sino sábanas de hospitales, camas, sueldos de médicos, respiradores, etc. ¿Quién se puede oponer? ¿Quién puede protestar?
El Estado “autonómico, social y de derecho”, como lo apellida siempre Sánchez, toma la forma de un médico sudoroso y exhausto con mascarilla, de una joven doctora heroica.
Así, la expresión Nuestra Sanidad Pública (NSP) viene a ser el sostén de todo lo demás, una estructura política y económica. Un patriotismo sí compatible con la federalización desigual de España y asentado en dos cosas, en un andamiaje básico: la Hacienda, la extracción fiscal, y la sanidad que la justifica y que legitima un Estado intervencionista y asistencial, benefactor, cuidador y hospitalario, que necesita más dinero y más poder para procurar el beneficio y la salud física y mental de sus ciudadanos (el nuevo modelo es China).
España sería eso: la gente y sus hospitales.
Esto, fundamentalmente, es el patriotismo sanitario. Un patriotismo bien visto y federalizante (desprendido de símbolos nacionales, solo la gente y su Estado, Estado “que somos todos” según Sánchez. Un Estado en el que nacemos, morimos, por el que naceremos y por el que moriremos dentro de poco, y al que se paga “religiosamente”), un patriotismo, pues, federalizante, intervencionista, estatalista y que exonera a la izquierda de su responsabilidad en la gestión de las dos crisis más importantes vividas, la económica y esta actual. Y los aplausos a los médicos, llenos de sensibilidad y cariño, individuales y bienintencionados (aunque bien podrían ser gritos desgarradores exigiendo mascarillas y EPIs para ellos) acabarán mutando, a poco que se dejen, en otra cosa.
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