En una entrevista en la televisión, Santiago Abascal decía hoy: “No vengo a convencer a todo el mundo, vengo a…”.
En este instante fue interrumpido por la entrevistadora. Creo que quería decir que viene a “representar”, o a intentar representar a unos cuantos.
La actitud de los medios de comunicación ante el fenómeno de VOX está siendo muy curiosa. Primero, los estamos explicando como si acabaran de llegar de la mismísima Polonia o fueran letones. Como una cosa extrañísima y “verde mutante”, recién llegada, cuando Vox estaba en el bar de abajo, en el vecino y tan en la calle como los bocinazos o el trap.
Superada esta especie de curiosidad antropológica parece que sus propuestas electorales deban ser validadas, no por la Junta Electoral, sino por un club de periodistas cualificados. Una vez superado ese examen, son aceptados; de lo contrario, y aunque vayan a reproducir las aspiraciones de millones de españoles, se les expulsa a los márgenes de lo civil, donde deben padecer el cordón sanitario, el insulto o el sambenito de unas etiquetas tremendistas.
Porque “etiquetar” las propuestas de VOX es un necesario trabajo técnico que deben realizar personas estudiosas, siendo que entre los periodistas que “juzgan” esto hay una insolvencia absoluta y acreditada. Mezclan trumpismo con extrema derecha europea, radicalismo con tradicionalismo, franquismo con populismo… Un caos que no importa siempre que suene extremo y radical.
Se les oye exclamar: “¡No es constitucionalista! ¡No es constitucionalista!”. Pero ¿qué es ser constitucionalista y por qué hay que ser constitucionalista? Han convertido la constitución en un frentismo. El constitucionalismo en un ismo, una ideología, un movimiento. No basta con respetar la Constitución, hay que ser hincha de ella, ideológicamente de ella. No basta con ser simplemente constitucional, hay que ser constitucionalista. Por eso digo que la entrada de Vox revela y delata una actitud extendida y no del todo higiénica: extender el frente contra los nacionalistas (ese bagaje de conceptos y políticas) a la España interior.
Etiquetar para conocer o clasificar o situar a Vox no es lo que más interesa a los integrantes de este club periodístico que se arroga funciones de Junta Electoral para decidir lo legítimo o no legítimo, lo votable; su interés fundamental es estigmatizar. Lanzar el espantajo de lo evitable, de lo rechazable: el más allá, lo que no se puede o debe soportar.
Esto lo hacen algunos porque sinceramenre se sienten llamados a esta misión. Son ese tipo de periodistas que siempre son Gary Cooper: el que nos salva del fascismo cada quince días, el que redime con su mirada sentimental al subsahariano, el que rescata con su alianza a la feminista en apuros… (¡Oh Gary Cúperes!).
En otros funciona una reproducción de las posiciones del Partido Popular y de Ciudadanos a veces tan desconcertantemente exacta que es como ver doble. ¡Villegas divertidos! ¡Villegas con metafóras!
Este centrismo dominante en España (y puede que en Europa) es un centro extrañísimo que admite muy mal lo distinto y que resulta de un elitismo insoportable. Situado en el medio como Jano con dos caras o como el egipcio que pone una mano en la pasta de la derecha y otra en el chic de la izquierda, se enfrentan a la novedad de VOX con un primer ánimo censor. Ni Vox ni ningún otro partido salvo quizás Ciudadanos van a realizar una oferta electoral que satisfaga enteramente a todo el electorado y que sea una fotocopia constitucional. Un programa no puede ser una fotocopia de la Constitución ni un resumen fiel del consenso o una antología orgánica del mismo. Un programa no es un test de aptitud constitucional. VOX solo representará a unos ciudadanos determinados en un momento concreto. En este sentido, la actitud de Casado parece más edificante y menos esencialista: aprovechar lo posible de VOX, lo compartido o lo común.
Este poderoso centrismo dibuja un Madrid Central constitucional donde solo pueden circular sus patinetes centristas o sus residentes con pegatina, porque si entra un derechista con su coche diésel se deteriorará el medio ambiente por su toxicidad y nos saldrá bigotillo, comenzaremos a caminar como ocas y a perseguir con antorchas a los manteros.
Una Almendra Constitucional delimitada por el selecto club de las almendritas (expresión de Trapiello). ¡El club de la almendrita constitucional!
Sucede que hay una agenda cultural y política y es hegemónica, hay una agenda única y estas personas han confundido su propia hegemonía con la libertad. Los márgenes de su dominio con los de la libertad.
El hecho de que la Ley de Violencia de Género, por poner solo un ejemplo, sea defendida por todos los partidos no quiere decir que sea incuestionable.
Lo mismo sucede con el llamado “patriotismo constitucional”, esa única-manera-de-ser-español (consistente en no serlo) manejada hasta la desesperación por cuatro omnipresentes.
Perdón por el tono cursi y algo grandilocuente, pero hay que normalizar el derecho de los demás a expresarse políticamente, aunque no estemos de acuerdo con ellos. O no del todo de acuerdo, que es lo que suele suceder: el desacuerdo parcial.
Sin embargo, este centrismo hegemónico pretende también convertirse en portero de discoteca constitucional: tú mereces pacto, tú cinturón sanitario… El populismo es llevar calcetines blancos.
Y ahí es cuando hay que protestar un poquito. No por Vox (a Vox yo creo que esto le viene muy bien), por principio, porque la horma conceptual que impone esta gente es limitante. De tanto defender la constitución (de modo encomiable en algunos casos) han acabado confundiendo constitución con ideología.
Las etiquetas despectivas y el insulto a los votantes parecen esconder un propósito extendido: que todo sea Ciudadanos, PSOE o PP (leí algo muy acertado de Cristina Losada: la amenaza-invitación de Rajoy se ha cumplido en parte: fuera del PP los conservadores y los liberales). El resultado es un bloque monolítico y reductor, como en un postfranquismo liberal con dos o tres familias casi intercambiables, primos auténticos, que entre ellos verifican lo aceptable desde arriba. Todo lo que exceda ese consenso es execrable y no puede ni mencionarse a riesgo de ser expulsado fuera de las murallas de la ciudad.
El paso siguiente es pedir que el censo se restrinja a los lectores de Pinker o de ciertos periódicos.
España es como es, y debe tener una expresión política o la mayor representación posible. Esto no debería ser malo. Si la Constitución de la que son no solo sujetos sino partidarios (en tanto “constitucionalistas”) funciona tan bien como dicen, esto no será un problema.
En esos 400.000 andaluces no está la semilla del horror. En todo caso estará la semilla de cierta derecha española o la foto de un momento político puntual. Ya sabemos que mayormente no somos la ilustración francesa, pero es bueno que incluso eso encuentre una expresión. A no ser que consideren que esas personas estaban mejor sin ningún tipo de representación o metidos como zombis numéricos en un gran PP que no atienda sus reivindicaciones. ¿Es eso lo que quieren? ¿El partido contenedor condescendiente que les de voto y no voz? Que lo digan. Ánimo. Levanten su meñique, ajusten su monóculo, suban su pantalón como Gary Cooper: “queremos una ‘democracia’ donde millones de españoles sean meras comparsas libres e iguales que obedecen fielmente las directrices de una élite tesorera de los valores liberales y democráticos”.
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