Dejo aquí algunas notas de lo sucedido ayer en el debate de investidura. No pude verlo todo por compromisos profesionales (el Getafe-Real Madrid), así que me centro en las intervenciones de Sánchez, Casado y Abascal, sobre todo en las réplicas y contrarréplicas entre los líderes de la derecha (y centro-derecha, perdón) y el candidato.
Pido perdón por lo descuidado del texto.
Diré, con pena (pena de mí, pues no ganaré lectores ni afectos) que Casado estuvo atroz. Mejor que otras veces, pero fundamentalmente atroz. Mejoró mucho en la réplica, pero el contenido de su intervención deja estupefacto. Es la impostura como castelarina de ir con las citas de Galdós buscando no sé qué legitimación o gravedad a sus palabras, o de introducir ecos churchillianos (“las calles y las plazas”) nada menos que entre el marianismo.
Sus palabras parecen ahondar en el falseamiento de la cuestión. Como cuando dijo que es el mejor momento de la historia de España y Europa o habló de “ataque y moción al Estado” olvidando para siempre la Nación. Desbarres lírico-liberales como “los españoles, que hemos conquistado nuestra libertad”, o, sobre todo, la afirmación de que “nuestra Constitución no es el problema, es la solución”, que solo es admisible en un cortísimo plazo. La Constitución es la que permite esto. Las nacionalidades quieren estatalidades.
Pero Casado tuvo algo aún más revelador en lo que le superó Sánchez, y fue la revelación, describir por descuido el panorama. Cuando dijo que la “misión fundacional del PP fue reunir todo lo que estaba a la derecha de la izquierda”, por ejemplo. Efectivamente, como coche escoba. No unos valores fijos, inalterables, sino una posición topográfica. Todo lo que no se deje decir izquierda, lo cogemos nosotros, lo metemos en el Sistema.
Pero ¿para qué?
En esto le ganó Sanchez, que estuvo revelador. Su cinismo ya mefistofélico dio la vuelta completa hasta llegar a cierto realismo, a cierto realismo desfachatado y libre ya de disimulos. Cuando señaló la razón de estar allí, “elegir presidente”, ellos, los partidos y no el votante, como indicó Quintano en algún sitio, por ejemplo, o cuando desencadenado, suelto ya de toda traba, se encaraba a Casado para redimensionar la cuestión: “¿Cree usted que yo soy el problema? ¿Que el problema es el Sanchismo? ¿Soy yo el problema? ¡Es impresionante!”. Porque tenía razón. En Sánchez se quiere cargar por completo, en él se quiere personifica unas debilidades y tensiones que vienen de lejos y que están sólidamente apoyadas en el sistema político actual.
Sánchez dio esa doble cara ayer. Toda la dimensión de su cinismo, y a la vez toda su condición de hombre necesario, de hombre instrumental, de representante de un momento y de un país. Su sonrisa de malo de cine negro descorrió el velo del sistema. Sánchez es lo que necesitan para dar el paso siguiente. No lo da porque él quiera, está ahí porque él puede darlo. Su olímpica desfachatez está a la altura del régimen y de los tiempos. Esto se vio de forma clarísima al debatir con Abascal.
La catadura personal de Sánchez acaba revelando la naturaleza del régimen político actual y del sistema y oligarquía de fondo. La descomposición exige un intérprete así (“intérprete” le llamó Abascal).
Por eso su naturaleza sulfurosa, temible y a la vez más sincera se vio en las réplicas a Casado, cuando con una franqueza descarnada (esa risa encanallada, como de verdad dicha a altas horas) no quiso parecer mejor, ni estar por encima, sino que buscó arrastrar al PP con él. Recordó a Aznar, los pactos, Pujol, el PNV, ¡lo que dicen los Estatutos!
Le vino a recordar a Casado su condición siamesa, casi con fondo amenazante: “El centro se tiene que comportar como centro, y la derecha como derecha”. Le dijo: Casado, asume tu papel centrista, el que te toca.
Sánchez, de aquella manera, vino a revelar en su desahogo una verdad: la Constitución desalojó a mucha derecha, por mucho que Fraga fuera ponente. La gran nave para el paso del estrecho fue el centrismo. ¿Ahora nos escandalizamos de lo que ha producido el Estado Autonómico?
A su modo diríamos ya casi luciferino, Sánchez se reveló como el hombre del momento, para el momento y en sus descaradas réplicas a Casado, en las que venía a recordar que PP y PSOE, a su modo, con sus diferencias, habían estado juntos en esto, desveló la realidad y soltó verdades (por fin), ¡cantó la gallina!
Quien quiera engañarse personalizando en Sánchez que lo haga, pero Sánchez, desatado como el último Joker del cine, vino a revelar lo que hay de fondo. Natural que Casado, utilizado para ello, se revolviera con brillantez, concernido y tocado en lo hondo. Tremendo fue verle aclarar con gestos que a él, y no al PP, era a quien Sánchez no podía dar lecciones de corrupción.
Fue con Abascal con quien Sánchez adoptó otra cara. A Abascal se le dirigió como representante ya no del sistema, que también, sino como algo parecido al Espíritu del tiempo. Señor temporal, hombre-moda, modernidad absoluta, con ecos de los grandes paradigmas europeos que bajan de Bruselas férreos, indudables.
Hubo un momento asombroso: “Usted libra una batalla contra el tiempo, Sr. Abascal”. Desfiguró a Vox como un partido tradicionalista, que no lo es, pero en la medida en que representa los últimos vestigios de ciertas resistencias (lo que él llama “valores rancios”), enfrentaba a esa derecha con su problema principal: el giro del mundo.
Esto se está resolviendo de otra forma en otras partes del planeta donde quizás la batalla es menos desigual, pero aquí viene lanzada por la dominación absoluta de educación, cultura y medios, y por la Unión Europea.
Así, apareció Sánchez como representante del Zeitgeist, comercial con comisión del Espíritu de la Época para señalar las enormes dificultades a las que se enfrentará esa derecha. Primero diagnosticó, luego amenazó.
Esa parte fue interesantísima y preludia algo definitivo que se resolverá en los duelos VOX-PSOE, y que no es solo la pinza que ven los centristas aritméticos y un poco jetoncios, sino un interesante debate ideológico de fondo. Para empezar, Abascal tendrá que ir desgranando, perfilando, matizando sus posiciones, persuadiendo hasta ir definiendo una nueva derecha en esa confrontación con el auténtico Leviatán europeo que toma en España la forma de un enorme dragón burocrático e ideológico. La tarea de Abascal, por tanto, no es solo la unidad nacional, sino el dibujo de algo que por resistencia se recorte en el contra-mundum frente al Casi Todo progresista.
Por ello Abascal, después de definir a Sánchez (“indigno”, “intérprete” y, ojo, aquello que asoma cuando aprieta la mandíbula y que enfrenta a Sánchez a la gran inseguridad -él, que es un fotogénico perdido- de no saber muy bien qué hacer con la quijada), después de definirlo se dedicó a sus “capos”, pues la realidad de Sánchez es la del encargado, y comenzó, antes que nada, antes de ir con el grueso del asunto nacional, a la cuestión de Podemos y el riesgo bolivariano ya concreto de recortes a la libertad educativa, religiosa o de expresión, o a la imposición de la ideología de género y del cambio climático como excusa omnipresupuestaria.
Abascal ya tiene unos momentos clásicos, el momento PNV y el momento PSOE. Esto forma parte de su personalidad y casi se espera de él. Es una forma de vindicación, a veces deliciosamente humorística, de refrescante libertad de decir lo que no se ha podido decir. Es casi una parte del discurso que se reserva para si: ridiculizar a Aitor Esteban (ahora una especie de oráculo de Lavapiés junto a Enric Juliana), subrayar la naturaleza caciquil del PNV y la historia B del PSOE. Esto ya son como números clásicos en Abascal y el público lo pide como le pedirían el Vivir Así a Camilo Sesto.
Pero hubo algo por encima de esto. Abascal no estuvo muy duro en las réplicas, guardó su punch, pero estuvo muy firme en algunas cosas. En dos momentos, al inicio y al final. En ciertos límites. Empezó con la necesidad de detener a Torra y acabó avisando de que no considera legítimo el gobierno que salga de votos de cargos que hayan tomado posesión de forma indebida. Y esta es la realidad de Voz, la otra realidad de Vox que los medios no señalan: el de garante fundamental del 78. Vox es la extrema legalidad, la impugnación de cualquier acto, de cualquier incumplimiento de Constitución, Ley o Reglamento. El máximo celo institucional. Vox se agarra a la ley, a la Constitución y al Código Penal. Vox es la restitución vigorizada (Sánchez dijo “vigorosidad”, ¡porque no le sale la recta formulación de esa palabra!), el nuevo vigor del aparato del 78. Se convierten en celosísimos guardianes del 78, en los últimos y definitivos cumplidores de la ley.
Por eso, al final, apareció un Abascal desconocido, se reveló un Abascal que casi parecía irónico. Después de incurrir en el cuestionable lugar común de “aquí reside la soberanía nacional”, con un deje casi tertulianero, antivox, antiabascal, impropio de él, muy institucional y menos callejero, dijo a continuación algo asombroso: ¡citó a Suárez! “Le puedo prometer y le prometo”. No solo a Suárez, ¡una fórmula de Ónega para Suárez, ¡suárez-oneguismo en Abascal!
Pero es que Abascal estaba revelando ahí, como había revelado Sánchez (Casado está en el terreno difuso, fraseológico e impotente del lenguaje liberal-centrista, machacado el pobre por las losas del aznarismo y del marianismo, que son como cargar con dos menhires), revelando, digo, su función en el sistema: ¡el guardián!
Abascal, antiautonomista, citaba el suarismo (aunque en él, el prometer que prometo sonaba de otra forma) como celoso guardián de la legalidad, de toda legalidad: desde el juramento, hasta el último estatuto.
Esa cita de Suárez, dicha al gran neosuarista que es Sánchez (hay una foro alucinante en que habla Sánchez mientras le mira Suárez Illana), continuador y desarrollador del carajal autonómico, servía para subrayar el rasgo de Vox: la suma juridicidad, el respeto casi castrense al cumplimiento de la ley, una nueva disciplina legal, un cumplimiento íntegro de cada ordenanza. Por eso empezó Abascal con el “no hay ley en España”. (En suma, orden, orden dentro de lo heredado).
Esa (un poco preocupante) cita suarística de Abascal revelaba pues su función, aunque no puede descartarse cierta ironía juguetona. Dirigir, pero con otro tono, un tono muy distinto, esas blandas palabras, al dispuesto a hacer una nueva transición.
Y antes de terminar (no puedo más que pedir perdón al que hubiera llegado hasta aquí por la rapidez deslavazada, y, por tanto, demasiado extensa del texto) merece comentario la réplica de Sánchez a Abascal, porque empezó entre ellos el debate. Empezó lo serio, lo más preocupante. Si a Casado le había dicho: el centro que haga de centro, a Abascal le amenazaba con absoluta claridad entre las risas espantosas de Iglesias: “proponemos que se levante un cordón sanitario contra la ultraderecha”. Y para decir esto citó, recurrió al primo de Zumosol de Europa. Se apoyó en ella, en la UE. Y añadió: No irá contra las personas, irá contra las ideas. Este fue el clímax, la presentación de la amenaza que se esperaba.
Y no quedó aquí, fue reforzada por el momento en el que, pidiéndole que le mirara a la cara, lanzó a Abascal los muertos (las muertas) de la Violencia de Género en un canje inaudito, asombroso, moral e intelectualmente abismal entre las muertos de ETA y las de Violencia de Género, como si de esas muertes fuera a salir su legitimidad, su “motor de cambio”, frente a la cuestión, ya clausurada de ETA, sellada por la Paz. Esa relación entre ambas la estableció sin rubor, como todo lo demás: “La violencia de ETA ya se ha llevado más vidas en España que ETA”, y lo certificó al pedirle a Abascal, con su mirada, una responsabilidad por ello que no le pide ya a los de Bildu.
Abascal tachó esto de “basura” (añado yo, humildemente, que en esto, entre otras cosas, está la suma importancia de este asunto).
Esta es la relación que se abre entre Vox y el PSOE. Es decir, entre la oposición principal y el nuevo gobierno. Una relación nueva. Por eso no extraña nada que cuando Sánchez se dirigía a Abascal lo hiciera en nombre de la “democracia”. Porque se anunció el cordón, el cerco a la “ultraderecha”, y la voluntad de enterrar sus ideas, las pocas que queden, en el pasado, para lo cual (última pata de la Gran mesa de Diálogo) se seguirá cociendo el asunto de la memoria histórica y el franquismo, como ancla o peso muerto con en que hundir cierta disidencia.
Lo que con alegría y cierta seguridad llama Sánchez “sociedad española” (nunca otra cosa) está determinada por el acuerdo de las oligarquias vasco-catalanas y por el paradigma ideológico que viene de Europa. Él es un encargado. El mejor que se podía encontrar, y no puede tener otro carácter ni otro comportamiento que el que muestra.