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Mark Wahlberg y el nacionalismo

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La última película de Mark Wahlberg, Patriot’s Day, es casi idéntica a la penúltima película de Mark Wahlberg, Deepwater Horizon.
La primera cuenta el atentado de Boston; la segunda, la mayor catástrofe en una estación petrolífera en alta mar.
En una hace de policía (casi seguro que irlandés), en otra de técnico, de obrero. En las dos tiene un comportamiento heroico.
En las dos hace de productor, en las dos dirige Peter Berg. En las dos se narra de un modo realista, y a veces con ritmo y material de documental, hechos reales. Hay una introducción de gente normal haciendo su trabajo, escenas familiares. Una sensación de inminencia, de fragilidad. Escenas cotidianas que parecen hermosas. Luego ocurre la tragedia y aparece el heroísmo y la solidaridad común.
En las dos aparecen, antes de los créditos finales, las personas reales, los auténticos protagonistas de la historia. Se funde cine y documental. La ficción con los supervivientes.
Hay un tono de elegía por los muertos, de leve himno por los vivos. Una fuerte sensación de comunidad y un canto al hombre normal, el que hace su trabajo. El héroe está en cada esquina, en cada puesto de trabajo. Lo de Trump en su discurso: “Haré mi trabajo”.
Wahlberg está fundando un estilo personal, un subgénero de tipo patriótico en el que no está solo. Esto es lo de Clint Eastwood en “Sully”. El estilo es el mismo: una vida normal, una tragedia, un héroe, un final que se funde con los hechos reales. Cine realista convertido en documental.
Creo que “Patriot’s Day” mejora “Deepwater Horizon” en esa línea de Sully: hay casi una poesía en los actos de protección civil, de la policía. En el engranaje de lo ordinario. En el funcionamiento urbano. Hay una poetización del vecino, del simple ciudadano. En Patriot’s Day, el policía (Walhberg) es incluso actor de una lucha metafísica contra el ataque diario del demonio, así lo expresa; y recibe el aplauso general de su comunidad. Se cierra con un acto sacramental en el estadio de los Red Sox. “Stay Strong!”.
Esto era ya cine trumpiano. ¡Aquí estaba ya Trump! Es un nacionalismo replegado, fortalecido (¿por qué nunca hablamos del efecto del terrorismo en la sensibilidad patriótica?).
En el final de todas las películas, la historia desemboca en los individuos y sus familias, el sentido comunitario proyectado hacia lo existencial. Así se responde al mal en forma de intereses egoístas de la petrolera, al mero accidente fortuito, o a la amenaza del terrorismo.
Es un nacionalismo más que político. Tiene una consistencia espiritual, cívica, maniquea si se quiere. Es un cine para reconstruir comunidad y sentido.
Y hay una auténtica poesía de las fuerzas del orden, de los cuerpos de protección civil, del gesto con el que el policía abate al sospechoso, o cómo el tirador del FBI posa con cuidado un peluche en el cuarto ocupado. También una poesía de la ciudad como un todo (bellísimo NY en Sully; también se ve en “Patriot’s Day”, cuando “Boston se apaga” o responde unánimemente).
En Deepwater Horizon, hay otra cosa fascinante: el ritmo inicial con el que se retrata el funcionamiento de la planta. ¡Es el trabajo hecho recitativo musical, hay un ritmo de comedia musical en los obreros! Es extraordinario. Luego la película coge el tono del cine de catástofe, reconducido a su sentido por ese individuo totalizador, moral y luminoso que es Wahlberg. Wahlberg es un actor increíble. Y no se sabe cómo. No puedo dejar de ver cualquier cosa que haga, incluso ese reality familiar. Le da un sentido de integridad individual y cívica a cualquier cosa. Al acto de beberse una cerveza, de hacerle el amor a su mujer, de arreglar el tejado, de defender su estricta parcela profesional… Es fantástico. Es abnegado y viril.
Este cine, del que seguro hay más ejemplos que yo no conozco, es heredero directo de American Sniper de Clint Eastwood, esa película perturbadora y alucinante. Estas tres mencionadas lo que hacen es llevarlas a lo civil. El modelo de American Sniper se lleva a casa, se desparrama por todos los lugares. Se desmilitariza. El héroe sin complejidad moral, sin trauma, sin mácula (es decir, el héroe replegado en EEUU) aparece en todos los lugares de la nación.

Yo diría que es eso, la transposición civil del controvertido héroe eastwoodiano. Ya no invade, ya no dispara a niños, está de vuelta en casa. Está en su puesto de trabajo.
El tirador ha vuelto a casa. No se quiere mover. Aplicará su heroísmo en su ocupación, nada más.
Todos estos filmes son parecidos: biografía, tragedia, hombre normal devenido héroe, y luego ese final donde se funde el cine realista con lo documental.
Eso mismo está también en la última de Mel Gibson, “Hasta el último hombre” (que aquí debería haberse traducido, en homenaje a Prada, como “Tumefacto y viril”). Otro héroe desconocido, si bien tocado de un nimbo de santidad. En Gibson esta estructura adquiere un aire religioso, un poco místico.
Gibson es el lado místico del asunto.

El cine americano ya nos está dando un subgénero patriótico, de un patriotismo comunitario, interior, religioso, lírico, obrero, y escasamente agresivo, aunque se dirá que esté centrado en una narrativa blanca, heterosexual y republicana. Sumen al gran Wahlberg (otro que todo lo que toca lo convierte en oro) al nuevo populismo.
(Es un cine de protección civil, de tensión interna, como en parte de aquellos documentales de sótanos y refugios antiaéreos de la Guerra Fría)

(Nota: es importantísima la escena del interrogatorio de la mujer de uno de los terroristas de Boston a cargo de una agente de origen árabe. Es la apertura de este cine a lo femenino, minoritario y musulmán, pero acaba en un “oh yeah” que firmaría John Wayne -y mejora en mucho a la adorable Carrie inicial de Homeland-).

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