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La mochila quechua

hughes el

Una de las mejores cosas que he hecho este verano ha sido comprarme una pequeña mochila. Una mochila Quechua. Sé que esto no es muy sofisticado, jamás la hubiera comprado, pero la adquirí cuando subí (intrépidamente) el Tagamanent (hito periodístico en el que me subí a un monte para opinar, no para contar nada, para ser inspirado. ¿Usted quiere opinar de Gibraltar? Bien. ¡Vaya al Peñón!). Si no hubiera sido por esa circunstancia probablemente, casi seguro, no la hubiera comprado. Pero el caso es que me hace feliz. La mochila quechua me hace feliz como consumidor. Un hombre que tenga alguna propiedad o que al menos tenga techo ha de cargar con llaves, móvil, cartera y ya no hay bolsillos para tanto. Hay que saltar al complemento. Y aquí empieza el drama. Está la mariconera, años setenta, objeto demodé y casi inencontrable. El bolso de moderno, en bandolera, que hipsteriza y me resulta algo repelente; también la riñonera, que en realidad es lo más cómodo, pero que está proscrita. Tengo una riñonera para cuando corro (o corría) y es sin duda lo mejor, pero aún incluso corriendo me siento culpable al llevarla. Parece que tanta comodidad es inelegante (la disimulo con la camiseta, temeroso del qué dirán). Así que yo iba por la vida sin nada, con los enseres en el bolsillo del pantalón. Un desastre. No puede uno ir con lino ni con tejidos finos. Y si se va con tejanos te miren desde donde te miren parece que se sufre una erección. Pero desde que tengo la mochila Quechua estos problemas se han resuelto. Meto las cosas allí y además, para justificarla (justificármela), añado algo. Un libro, una manzana… Ir con una manzana y sacarla sacar a mitad de tarde o de mañana y darle un mordisco es un acto salutífero y casi casi norteamericano. La mochila es pequeña, muy poca cosa. Es ligera, muy asible (al estilo mariconera, incluso), negra, apenas molesta. El único problema que le veo es que, dada mi moderada apostura, cuando voy con la calle con ella parece que quiero regenerar el socialismo. Parezco un ciclista o peor aún, un señor concienciado. Un profesor, un romántico. La mochila tiene dos referentes modernos muy peliagudos: Pedro Sánchez y Moragas. Y aquí es donde entra el encanto de la quechua. Se trata de una mochila tan pequeña, tan distinta, tan poco ostentosa, tan poco Labordeta, que con ella uno puede evitar las comparaciones. Es una mochila pequeñita, tan modesta, que parece guardar propósitos nada importantes. Es un objeto muy bien ideado. Algo fronterizo, como una cartera que se puede llevar al hombro. Estoy verdaderamente contento con esa compra. Un objeto que me hace desear salir a la calle para llevarlo conmigo. Para sacarlo. 

 

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