Carlos Maribona el 24 ene, 2013 ¿Esto es una feria o es un congreso? Esta es la pregunta que más he escuchado estos tres días a expositores, congresistas, colegas periodistas e invitados en los pasillos de Madrid Fusión. Y es la misma pregunta que yo me hago. ¿Ha sido un congreso gastronómico del máximo nivel o se ha parecido más a una feria popular como el Salón del Gourmet o las que organiza García Santos en Alicante? Llevo ya dos años escribiendo que el modelo de Madrid Fusión ha tocado fondo. Hay cosas buenas, claro que sí. Pero por sí solas no justifican la existencia de un congreso que viene dando síntomas de que el ciclo se ha acabado. De que ni la gastronomía española, ni la internacional, están ya para grandes fastos. Tenemos en España magníficos cocineros, muchos de ellos entre los mejores del mundo, pero se ha frenado (¿la crisis?) aquel espíritu rompedor, de innovación continua, que caracterizó los primeros años de este siglo XXI. Hay cosas nuevas, claro. Hay mucha gente que sigue trabajando con entusiasmo, claro. Pero la sensación es de cierto agotamiento. Cuando un abanderado de la creatividad como es Andoni Luis Adúriz sube al escenario del auditorio para hablarnos de unos sprays con diferentes masas preparadas que investiga para vender en Mercadona es el momento de pararse a pensar en que las cosas no son iguales. Incluso la mejor ponencia con diferencia de cuantas hemos visto estos días, la de Joan Roca (arriba en la foto), fue un canto al academicismo, a la tradición y a la memoria. Lo dijo bien claro: “No olvidemos lo importante”. Porque si lo importante son unos cocineros brasileños de segunda fila que no aportan nada (salvo el dinero de Minas Gerais, estado al que representan) en lugar de las verdaderas figuras de la cocina de aquel país, o un suizo vestido con mono de trabajo y armado con un hacha en el escenario cortando leña para destilarla y asando (¿?) luego un salmón en un horno de rayos uva, o un chocolatero belga esnifando cacao y jengibre, apaga y vámonos. Feria y no congreso. Espacio frío y poco acogedor, con sensación de improvisación. En parte por el nuevo escenario, algo que no es achacable a los organizadores, que se encontraron a dos meses vista con la clausura del Palacio Municipal de Congresos y tuvieron que reaccionar rápidamente para trasladarse a Ifema. Aún así hemos salido ganando con el nuevo auditorio, más incómodo pero con los ponentes mucho más próximos al público. Lástima de todas esas sillas vacías, día tras día, reservadas a los patrocinadores. Patrocinadores, por cierto, que influyen demasiado en el congreso. Mayoría de ponencias, sobre todo en el desangelado escenario polivalente, sin ningún interés pero impuestas por los que pagan. Vale, hay que financiarse, sobre todo ahora que las generosas ayudas públicas que han corrido con abundancia en años anteriores se han restringido al máximo. Pero de ahí a ponencias como la del conejo, o la de la sobrasada de Mallorca, o la cocina “creativa” con determinada marca de conservas (muy conocida, pero ni siquiera está entre las verdaderamente buenas), o duplicar el concurso de tapas para añadir unas con queso para satisfacer a una empresa láctea, hay un abismo. Preocupante también el recorte. Este año los congresistas, que pagan 300 euros, talleres aparte, se han quedado sin la tradicional comida que ofrecía cada día un país, una comunidad autónoma o una diputación. Han quedado relegadas a la zona Vip, justo donde están los que no pagan. Y aunque parezca mentira, no es fácil hacer una comida completa en los distintos stands. En la mayoría de ellos, salvo contadas excepciones, apenas te dan una muestra si no te conocen. Y salir a Madrid para comer es un gasto de tiempo (el pabellón 14 de Ifema está lejos de todo) y por supuesto de dinero. En el capítulo de recortes tampoco este año se han repartido las revistas diarias en las que se resumía la jornada anterior y se anunciaba el programa completo del día. En cualquier caso, estos son asuntos menores. No lo es, sin embargo, la avalancha de invitados y visitantes no profesionales que, como en cualquier feria popular, se abalanzaban hacia los stand donde se repartiera algo de comer o de beber. Y si no se repartía, daba igual. Lo cogían y a la bolsa. Vi personalmente varios casos. En Negrini, la gente cogía a puñados bolsas de grisinis y se las llevaban. Una señora se volcó en el bolso un plato de chocolates Valrhona que estaba en el mostrador. Mientras hablaba con gente de los stand había quien nos empujaba para hacerse sitio y meter la mano en el plato de lo que fuera. Los expositores asistían atónitos a esta invasión, y muchos optaron el último día por retirar el género y bloquear la entrada al puesto como si de Fitur se tratara. Más de uno me comentó que se piensan muy seriamente si vale la pena repetir. Sorprende que con lo complicado que ha sido para los profesionales conseguir pases, tanta gente ajena al asunto los tuviera con facilidad impidiendo la libertad de movimientos de congresistas y profesionales. Un capítulo que merece una urgente revisión. De todas formas, estoy releyendo el post que escribí el año pasado por estas fechas. Y veo, que salvo pequeños matices, todo lo que opinaba entonces sigue siendo perfectamente válido. Tanto, que me van a permitir que reproduzca buena parte de ese artículo, sin necesidad de tocar ni una coma. Ahí va: “Tras tres días bastante tediosos, tengo la impresión de que las puertas del futuro están cerradas a cal y canto. Al menos las puertas del futuro de determinados congresos como este. Creo que tengo credenciales para afirmarlo. Sobre todo porque soy de los pocos periodistas que han asistido a las diez ediciones de Madrid Fusión sin faltar un solo día. Porque en la primera edición, cuando no había televisiones, ni los políticos aparecía para hacerse fotos en el escenario porque no creían en la apuesta de un grupo de gente con muchas ganas y mucho valor, logré que desde ABC se apostara fuerte desde el primer día por este encuentro gastronómico. Y lo mismo ocurrió en la segunda, cuando mi periódico, del que entonces yo era subdirector, llegó incluso a dedicar una portada, algo insólito entonces en la prensa madrileña, a Ferrán Adriá. Nadie se ha ocupado tanto y tan a fondo de Madrid Fusión como ABC y quien esto firma. Ahí están las hemerotecas, aunque los actuales gestores se hayan olvidado de aquello y ahora sean incapaces de aceptar unas críticas razonadas y razonables. Hemos pasado de las palmaditas en la espalda, de la adulación permanente, a las caras largas, a los gestos desabridos. No de todos, pero sí de buena parte del equipo. Curioso el papel de un crítico que no sabe aceptar las críticas. Pero ni me impresionan los gestos de adulación cuando apoyo ni los gestos de desagrado cuando critico. Eso ratifica mi independencia. Precisamente porque he estado diez años asistiendo sin faltar nunca, porque he elogiado cuando había que elogiar y he censurado cuando creía que debía hacerlo, estoy en condiciones de decir que el congreso ha entrado en una preocupante curva decadente. De aquellas primeras ediciones llenas de fuerza, de sorpresa, de ponencias apasionantes, de polémica, hemos pasado a sesiones anodinas carentes de interés. Salvando, claro, algunos detalles. Porque pinceladas atractivas ha habido. Pero al hacer balance de este MF 2012 predomina lo negativo. No seré yo quien diga, como he leído en Twitter, que el congreso ha tocado fondo. Pero sí que necesita una revisión profunda. La que nos vienen anunciando desde hace algún tiempo y que no llega. Esto no es algo que diga ahora. Ya hace dos años empecé a avisar de la deriva de un Madrid Fusión que sacrifica lo profesional a lo comercial. No soy un periodista que organiza congresos. Creo que la misión del periodista es contar las cosas, no ser protagonista, ni intentar aprovecharse de una supuesta posición de fuerza (la que da el medio para el que se trabaja) para lograr objetivos. Aún así sé perfectamente que para organizar un congreso hace falta financiación, patrocinadores. De acuerdo. Pero esa financiación, esos patrocinadores no pueden estar por encima de todo. Allí van unos señores que han pagado 400 euros, a los que en muchos casos hay que añadir el coste de desplazarse a Madrid y permanecer allí tres días. Y hay que respetarlos. El respeto pasa, sobre todo, por no engañar vendiendo como futuro cosas que no son más que pasado. Y como actividades de interés otras que no responden más que al interés particular del que paga”. Lo dicho, no hay que tocar ni una coma. “Que no nos vendan la burra” titulé hace un par de meses el post de la Guía Michelin. Tras este Madrid Fusión tengo que decir lo mismo: que no nos vendan la burra. Si quieren una feria, que lo digan. Pero que no la vistan de alta gastronomía. Pueden leer en ABC.es una crónica completa con las cosas positivas que he visto y también con las negativas. A ella me remito. P. D. Recuerden que estamos en Twitter: @salsadechiles Productos Gourmet Comentarios Carlos Maribona el 24 ene, 2013