Hablamos poco de repostería en el blog. Y es que como saben bien los que me leen desde hace tiempo, soy una persona muy poco golosa. Pocos dulces me llaman la atención, pero hay uno por el que tengo una especial debilidad: las yemas de Santa Teresa o yemas de Ávila. Recuerdos de infancia cuando en alguna de las escapadas familiares a la capital abulense mi padre se detenía en la confitería LA FLOR DE CASTILLA, en la plaza de José Tomé, para comprar una cajita de esas delicadísimas bolitas de color naranja, recubiertas de azúcar, que se deshacen solas en la boca dejando todo el sabor de la yema del huevo con un fondo dulce pero nada empalagoso. Rafael García Santos las ha calificado con acierto como uno de los mejores petit-fours del mundo.
Viene esto a cuento porque ha llegado a mis manos estos días una cajita con doce yemas de las que sigue elaborando, igual que hace 145 años, La Flor de Castilla, aunque ahora la empresa se llama, precisamente, SANTA TERESA (www.yemasdesantateresa.es) y ha ampliado su actividad a otros campos (no dejen de probar su huevo hilado, ni en verano su gazpacho raf con receta de Martín Berasategui). No es la única confitería abulense que las elabora y las vende, pero ojo porque no todas son de la misma calidad. Además, ahora las yemas de esta casa se han modernizado sin perder ninguna de sus características. Una modernización que ha permitido que tras una investigación de ocho años un producto perecedero, que por llevar huevo apenas duraba tres días, se conserve hasta dos meses sin que se alteren sus cualidades gracias a un envasado especial. De ahí el sobrenombre que les han puesto: Yemas “viajeras” de Santa Teresa. Ya no hay que ir hasta Ávila para comprarlas. Y además son aptas para celíacos.
La calidad de las yemas reside en su elaboración todavía artesanal (su forma irregular demuestra que están hechas a mano) y en sus ingredientes naturales: fundamentalmente yemas de huevo y azúcar, con un toque fundamental de corteza de limón y de canela. La receta se pasa de padres a hijos y se lleva con un cierto secreto. Aunque en esto de las yemas, como en tantas cosas, hay mucha leyenda. Por ejemplo, unos dicen que su origen es árabe, cosa perfectamente posible dada su composición. Otros, que fueron las monjas de un convento las que empezaron a elaborarlas en tiempos de Santa Teresa de Jesús, tesis también muy válida porque las yemas encajan perfectamente con la repostería monacal. Y los menos románticos aseguran que fue un pastelero llamado Isabelo Sánchez quien comenzó allá por 1860 a elaborarlas en su obrador de la confitería La Dulce Avilesa, que más tarde se convertiría en La Flor de Castilla. En cualquier caso, lo de menos es su origen. Lo importante es lo ricas que están. Y que se pueden comprar en muchos sitios sin necesidad de viajar hasta Ávila, incluido, claro, El Corte Inglés. La verdad es que nos acercan peligrosamente la tentación. Por si se animan, sepan que la cajita de 12 yemas cuesta 5,45 €. Disfrútenlas.
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