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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Se me ha muerto Forges

Salvador Sostres el

El dativo ético indica sobre quién recae la acción moral del verbo. “Se” nos ha muerto Forges, porque aunque él es el fallecido, su muerte recae moralmente sobre nosotros, a todos se nos ha muerto un poco, a todos y cada uno de sus lectores se nos ha muerto nuestro Forges distinto, dependiendo de cada cual.

El Forges político me pareció el menos interesante, sobre todo cuando bajaba a los conceptos de la actualidad: previsible y hasta vulgar. En cambio Los Forrenta Años, su particular paisaje sobre el franquismo, me parece una obra maestra.

Mi Forges es -decir era me da demasiada pena- el costumbrista, el que comprende la vida y la desnudaba mejor que nadie, el que entiende los entresijos del alma y sabe ser el espejo de nuestras pulsiones más recónditas: el pobre cargo intermedio que se lamenta: “le mando un jamón y va y me lo cesan”, o el Mariano que está con su Concha celebrando su aniversario de boda en un restaurante y cuando se acerca el violinista a tocarles algo le suelta: “sí, es nuestro aniversario. ¿Podría tocar ‘La cagaste, José Luis’, de Lizst?”.

Forges ha sido tal vez el último ser humano al que se le ha permitido dibujar cualquier chiste sobre una mujer, e incluso sobre las mujeres, sin que nadie le linchara. Con su desaparición, no sólo España, sino el mundo entero se queda sin la única persona a la que más o menos se le toleraba el por otra parte sanísimo, desternillante e imprescindible humor entre hombres y mujeres. Concha y Mariano; Mariano y Concha.

Forges es incisivo pero compasivo. Su humor es profundo y no se deja nada: no renuncia a ninguna complejidad, pero no destruye a sus personajes, ni siquiera a los que con más insistencia satiriza. Hay una humanidad en él, la humanidad que le sirve para comprenderse y comprendernos, que le salva también del resentimiento, de la mezquindad y de la mala leche innecesaria. Su humor es muchas veces “contra nadie” -salvo cuando cae en el panfleto, que para mi gusto es cuando está menos brillante- y sabe elevar la anécdota a categoría y convertir nuestras pequeñas derrotas diarias en magníficas lecciones de vida.

Puedo decir sin exagerar, y sin ser inexacto, que tengo todos sus libros -o todos los que he encontrado- y que desde que lo descubrí hará más o menos 20 años he ido a leer cada día, con las contadísimas excepciones que quepa descontar, su viñeta a El País, en los últimos tiempos ya por internet.

Me costará, me dolerá y me empobrecerá no poderle leer a partir de hoy cada día: me he quedado huérfano y algo de mí ha muerto con él. Le debo un determinado sentido del humor que identifico como mío, pero que cuando lo pienso en gran medida me viene de él; le debo muchas frases que hemos convertido en sobreentendidos con mis amigos, centenares de viñetas que resumen todo lo que pienso de este o aquel tema y que a veces me vuelvo loco buscando en las decenas de libros suyos que tengo por casa hasta que logro dar con ella y recuerdo entonces cómo era yo cuando la descubrí.

Nunca le conocí, sólo crucé con él una mirada. Debía de ser de tanta fascinación que tuvo el detalle de sonreírme y de guiñarme un ojo. Pero a pesar de ello, se “me” ha muerto Forges, mi Forges, tal como cada uno de sus millones de lectores tiene el suyo. Se “me” ha muerto uno de los más sobresalientes observadores de la vida, y uno de los que con más talento y libertad supo reflejarla en su disciplina artística. Es la clase de noticia que habría preferido no leer, y una de las que más personalmente me ha interpelado de los últimos tiempos.

No creo que Forges fuera muy creyente, aunque en su caso da igual, porque siempre fue evidente que ya Dios creía en él. No tengo duda de que le va a llamar y de que le recibirá con un gran y agradecido abrazo.

Gracias, querido. Ha sido un placer.

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