Leo con demasiado retraso la parte de la historia que no conocía de Dory Sontheimer y me ha sorprendido aunque no tanto. La parte de Dory que conocía es la de ser la madre de Àlex Gil-Vernet, querido amigo con quien hace tiempo que no nos vemos. Traté a Dory con familiaridad tanto en Barcelona como en Playa de Aro y en Baqueira. Tanto ella como su marido, el doctor Gil-Vernet, fueron conmigo muy amables y generosos, y me incorporaban a sus rutinas familiares cuando su hijo me invitaba sin dejarme nunca pagar nada. Su inteligencia y simpatía dio para largas e hilarantes conversaciones, sobremesas longitudinales, cuando yo aprendía a fumar puros y llegaba de puntillas a los veinte años. Las cenas en el jardín de Nirvana cuando venían el doctor Setoain y su esposa, las carreras en Beret que yo solía perder, y luego los almuerzos que quería que no se terminaran nunca en Gustavo y María José.
Dory era y se comportaba como una sólida jefa de su familia, y criaba a sus hijos con la mezcla exacta de exigencia y amor. Tenía un sentido del humor brillante, pero no era fácil voltearla ni con el ingenio verbal más afinado. Cuando conocí a Àlex, hacía tiempo que su madre (la de Dory), se encontraba en estado vegetativo pero su hija iba a verla y la cuidaba como si estuviera perfectamente operativa. Lo recuerdo especialmente, por lo que tenía de aparentemente inútil a los ojos de un chico de veinte años con prisa por vivir, y por lo que tuvo de lección fundamental, que para siempre me quedó grabada, el día que ante mis preguntas algo displicentes, me respondió con la solemnidad de un credo que los hijos cuidan de los padres, y que no había más que hablar.
Cuando digo que su historia no me extraña, lo digo porque lo esencial de lo que Dory descubrió en las cajas escondidas de su madre lo llevaba ella desarrollado en su forma de ser y de comportarse como esposa y como madre. Conozco a Dory lo suficiente para decir que es la digna heredera del amor con que sus padres la protegieron; y el esmero con que la documentación hallada fue salvaguardada del olvido está la entrega con que Dory cuidó de su madre hasta que falleció, y el modo cariñoso y recto que ha tenido de educar a sus hijos y de ser -seguro, conociéndola- mucho más permisiva con sus nietos.
Me alegré de leer las noticias de su hallazgo y de su libro, y me alegro de que cerrara en paz el círculo de la relación con su madre. Me alegré con la alegría y la generosidad que siempre ella me regaló el tiempo que pasamos juntos y que también guardo para no olvidarlos nunca en las cajas de mis mejores recuerdos.
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