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Blogs French 75 por Salvador Sostres

Cómo se destruye a un hombre

Salvador Sostres el

Es lo que más me desesperaba de ella: contarle algo y ver cómo lo amasaba y lo iba poco a poco desmenuzando, aislando, acorralando, mordiendo hasta que la poca o mucha ilusión que yo había puesto agonizaba y finalmente moría de asco. Era el lento trabajo de la araña. Monótona, paciente, previsible, sin piedad. Con palabras irritantes, esa grandilocuencia de quien se cree sobrado en su argumento, esa lógica que toma carrerilla para parecer aplastante, y aunque de verdad parece que lo es, si realmente lo fuera el mundo ya no existiría porque habría colapsado de tedio, de desinterés y todos nos habríamos bajado. Es lo que más me desesperaba. Quizá era lo único que me desesperaba, y de ahí surgieron todas las distancias. También las más automáticas, las del macho. Su extraño gozo en ver como todo lo que yo soy moría triturado en su obstinación cuadriculada. Que nunca se diera cuenta del brutal golpe que cada vez me asestaba. Que nunca tuviera compasión por el niño y siempre lo asesinara. La vida tristemente rebajada con agua. Tanta agua que la vida se ahogaba. Tanta agua que la vida dónde estaba. Una a una mis ilusiones desfilando ante su pelotón implaclable. La terrible angustia de la euforia cuando muere, la deprimente sensación de que nunca hallaría el camino y nunca lo hallaba. Si alguna vez conseguía mi propósito era tras haber tenido que batallar tanto que estaba deprimido, agotado, amargado y la ilusión tenía que inventármela. Si quieres anular a un hombre, dispárale al corazón de lo que espera. Aguárdale en la esquina de cada alegría, cautivo y desarmado. Un inconveniente para cada esperanza. No hacen falta abordajes: es un trabajo lento, de desgaste. Basta un reproche para cada conversación, una mueca, un desafecto, una historia remota de alguien que falleció, o padeció toda clase de calamidades haciendo lo que él te cuenta que ha ideado. Recréate en el ejemplo truculento, en la desgracia. Ni siquiera le digas que no. Pero asegúrate de explicar minuciosamente la dolorosa muerte que todos sufriemos si algún día él se atreviera a llevar a cabo su sueño, y el terrible cargo que para siempre le quedaría por haber llevado a la Humanidad a su ocaso. Da igual que lo que te proponga sea no más que una cena, o un viaje, o algo que tu hija le pidió y él quiso regalarle. Da igual lo diminuto y anecdótico que sea lo que vaya a contarte: usa lo más atroz que se te ocurra para borrarle esa puñetera sonrisa de la cara, esa absurda sensación de lo maravillosa que puede ser la vida cuando no es como la esperábamos y te toma por asalto. Es así como se destruye a un hombre y es así como le dejas sin deseo, sin luz, sin nada. Yo es así como me quedé, y al principio no sabía por qué, y me sentía extraño. Tardé en darme cuenta de que me apagaba, y dejé entonces de sentirme extraño para sentirme simplemente mal, muy solo y muy mal; y sólo cuando entendí lo sentía, aunque doliera y a veces mucho, pude empezar a mejorar, y es lo que hice, tratando de mantener el equilibrio, de no estropear más cosas de las que podía arreglar y de no romper la porcelana.

No fue físico, aunque lo acabó siendo. No fue ninguna veleidad. Fue el siniestro imperio del murmullo y del inconveniente, y su sistemático tanque tanque contra cada invitación me encogió el alma, me secó el cuerpo. También es cierto que fue mi elección y mi promesa: y no me quejo y aquí me quedo. Pero cuando alguna vez pienso que exageré, e intento ideas y conversaciones y alegrías nuevas, y me convenzo de que hallarán su camino y su forma posible de ser, acabo mandando mi sueño frustrado al cielo, como un guerrero que es testigo de todo y niega su necesidad de escapar y de correr.

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