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“Debemos lograr que África se convierta en un continente de paz” – Victor Ochen (Uganda)

Ignacio Gil el

 

 

Los recuerdos de su niñez son “guerra, guerra y guerra”. Este joven abogado ugandés, defensor incansable de los derechos humanos en un continente que se desangra, recientemente nominado al premio Nobel de la Paz, ha pasado más de la mitad de su vida en Abia, un campo de desplazados en el norte del país. Cuando le preguntamos por sus héroes, esperando que cite a Luther King, a Mandela, o a Ghandi, contesta sin titubear, “mi madre y mi padre”.

Y es que no pueden ser otros. Durante los primeros siete años de vida recuerda el hambre voraz. Cada mañana sus padres salían en busca de algo que llevarles para la cena, única comida del día, a sus diez hijos. “Había días en los que mi madre llegaba sin nada, y otros en los que la comida no alcanzaba para todos, y yo me daba cuenta que mi madre repartía su ración entre el resto de nosotros, y si le preguntábamos decía que ya había comido”. La guerra no solo mata por heridas de arma. Mata de hambre: hambre de alimento, hambre de justicia, hambre de igualdad, hambre de educación y de oportunidades. Victor lo está viendo cada día desde que en 2005 fundó AYNET, gracias a la cual ya han recibido apoyo quirúrgico, sanitario, y psicológico más de 20,000 supervivientes de la guerra. “Mientras las balas estén alojadas en sus cuerpos, es imposible que las víctimas olviden”.

Hasta los siete años solo pudo ir al colegio un año, cursó primero de primaria. Cuatro años más tarde le pidió a sus padres volver a matricularse. En medio del caos y en una escuela casi completamente destruida, dos profesores voluntarios aun impartían clases. “Lo tuve claro, quería entrar en quinto curso, el que me correspondía por edad. Estuve perdido ese primer semestre, quedé penúltimo en los exámenes finales, pero no me rendí. Pedí a mis padres que me dejaran una última oportunidad. Un trimestre mas. Y tras ese periodo, quedé el primero de la clase”. Desde entonces no ha parado de estudiar, aunque puntualiza “yo no estudiaba para poder trabajar, sino que trabajaba – muchísimo – para poder estudiar”. Y para mantener a su familia.

En ese campo creció jugando al fútbol con un balón hecho de metralla y trapos, mientras veía a muchos de sus amigos desaparecer secuestrados por las guerrillas y otros muchos morir en emboscadas o sufrir mutilaciones tras atravesar los campos minados. Su recuerdo más doloroso sea quizás el secuestro de su propio hermano, hace ahora exactamente catorce años. En cada uno de los niños soldados que apoya le ve a él. Y en ese campo comenzó su carrera como luchador por la paz. Creó un “Club de la Paz” para los jóvenes. Al principio no tuvo éxito su propuesta. Para ellos era más tentador tomar las armas. Pero poco a poco su mensaje fue calando. “Los que se van, ¿no regresan vivos, verdad? Y los que lo hacen, vuelven heridos. ¿Es ese el cambio que deseáis? Solo hay un camino para lograr el cambio, es el camino de la paz”.

El testimonio de Ochen – un héroe de carne y hueso – es el de una persona que ha sido testigo de las mayores atrocidades imaginables, pero que ha sido capaz de dar una respuesta diferente, marcando un camino inequívoco hacia la paz de la mano de la justicia y la educación. “Necesitamos devolverles la esperanza a las nuevas generaciones”.

Victor Ochen ha estado en Madrid recientemente para inaugurar  el XIX Congreso Católicos y Vida Pública de la Universidad San Pablo CEU.

Rocío Gayarre

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