“Lo de nuestro país es una tragedia. Había un largo proceso de deterioro del tejido social y político anterior pero esa esperanza de cambio que prometieron ha sido una gran estafa. Venezuela es un país con enormes recursos pero ¡el pueblo venezolano está muriendo!”.
Manela es diseñadora de arquitectura de interiores, con una larga y exitosa trayectoria de 30 años. “Nadie se quería ir, ¡era el mejor lugar del mundo! Nunca se nos cruzó por la cabeza marcharnos. Pero se nos fue vaciando el país, y ellos no se iban. Cada vez estaban más fuertes y más instalados en el poder”.
Las cifras hablan alto y claro. Venezuela se ha convertido en el mayor éxodo de la historia latinoamericana. Según datos de ACNUR ya son casi cinco millones los que han huido del país solicitando protección internacional. Eso significa que unas 5.000 personas están saliendo cada día.
“Yo no me puedo callar. Ese es mi principal problema,” explica Manela, “y el riesgo de que te metan preso por tu libertad de expresión es una realidad. No sabes quién te está delatando, o quien te está amenazando de secuestro o de muerte. El gobierno está alentando esta violencia a todos los niveles. Soy muy vehemente y muy combativa, lucho por lo que creo. Y eso fue lo que puso mi vida en peligro”.
Su hijo Caco creció en una ciudad muy violenta y explica que “a todo te acostumbras. Aprendes a lidiar con la inseguridad, los secuestros y la violencia”. Manela insiste: “Te pueden meter preso por nada allá”. Se trata de una guerra asimétrica y de una crueldad infinita. “Armados contra desarmados. El gobierno está matando a la población de hambre y de falta de medicamentos”, lamentan los tres. “Ese gran país en el que nacimos y que soñamos para nuestro hijo ya no existe. Solo existe en la memoria de los mayores, han acabado con él. ¡Es muy duro!”, añade Carlos Márquez, su marido. Era dueño de cinco escuelas de diseño, un artista consagrado. “Y sin darte cuenta llega un momento en que sientes que tu destino no está en tus manos. Y te empujan a que te pliegues o te vendas. Si no, te espera la nada o la muerte”. Al entender esto decidieron marchar.
“Los derechos humanos se vulneran constantemente. Nos arrebataron el derecho a llevar una vida normal, a vivir, en definitiva.” Carlos continúa “comprendimos que era una cuestión de tiempo que pasara lo inevitable. Allá la vida es tan frágil, no vale nada, e incluso hay cierto placer en arrebatártela. El mayor miedo era la seguridad de nuestro hijo”.
Manela no consigue reprimir unas lágrimas. “Siento que traicioné a mi país. ¿Pero qué teníamos que hacer, esperar a que nos mataran? Esa sensación de abandonar, de rendirte, te sigue acompañando. Te da incluso vergüenza. Nos sentimos como desertores. Es muy doloroso”.
En España les toca empezar de cero. “Aquí se acabó el miedo y la paranoia. La seguridad es el mayor regalo”. Pero nada ha sido fácil. Sus mejores armas han sido la humildad y el esfuerzo. Han aprendido que se puede vivir con muy poco. Y coinciden que han tenido suerte “cuando la gente nos ha tendido una mano creemos que hemos estado a la altura, y no se han
arrepentido de haber confiado en nosotros”. Manela además es voluntaria de Cruz Roja. “Traemos una forma distinta de trabajar, con un sabor diferente, con enormes ganas y mucha alegría”. Carlos tuvo suerte y entró en la escuela de diseño en Valencia. Lleva un año dando clases. Ha tenido mucha afinidad con el equipo y mucho reconocimiento. Aun así, les toca lidiar con la inestabilidad laboral.
Caco confiesa que añora su país. “Me siento venezolano hasta la médula. Estoy bien aquí pero no dejo de sentirme de donde soy. Cuando termine mis estudios quisiera encontrar qué hacer para volver. La reconstrucción va a necesitarnos a todos de vuelta. El hecho de que hayamos tenido que salir refugiados tantos millones ha puesto el foco en Venezuela. Y eso es una ventana, ayuda a que la gente reconozca que algo grave está pasando en nuestro país. Tenemos esa responsabilidad de ser ejemplares, y mostrar lo mejor de nosotros”.
Rocío Gayarre
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