“Quiero escribir un libro y contar mi historia”. Kadiatou tiene solo 22 años, pero la mochila de experiencias tan llena como si tuviera muchos, muchísimos más. Atrapada en una red de trata de mujeres, aprovechó una escala en Barajas, en septiembre del 2017, para escapar de sus captores, solicitando protección internacional.
“Muchas veces estuve a punto de abandonar mis estudios, pero sabía qué si quería aspirar a un futuro mejor, tenía que seguir estudiando. Mi vida no tenía nada de normal, nada. Crecí en una familia grande. Vivíamos con mi abuela, mis tíos y mis primos. Era la mayor y por ello las tareas domésticas recaían sobre mí. A veces me despertaba a las tres de la mañana para dejar todo hecho en casa antes de ir a la escuela”. Guinea-Conakry está a la cola en el índice de desarrollo humano ocupando el puesto 183 de 188 y con una tasa de alfabetización de solo el 33 % de la población.
“Mi madre – que no pudo estudiar – me animaba a hacerlo, pero no vivía con nosotros. Yo procuraba no contarle todas mis dificultades para no ponerla triste. Es la mujer más grande que he conocido. La vida allí es terriblemente dura, para ella, para mi y para tantas… En toda mi infancia no recuerdo haber jugado. Jamás. Recuerdo solo mis obligaciones”.
Su adolescencia fue peor. No conocía a su padre, vivía en otro país. “Apareció con dos objetivos: someterme a la mutilación genital y casarme con un hombre muy mayor. ¡Sólo tenía 13 años! Me negué, pero tuvo consecuencias. Mi padre y mis tíos me pegaban, causándome incluso cortes”. Las cicatrices se lo recuerdan, “sobre todo las que tengo aquí dentro”, indica, golpeando suavemente su pecho.
Terminó el bachillerato y cansada de sentirse amenazada viajó a Mali. “Fui a buscarme la vida, sin imaginar el horror que comenzaba. Mi madre vivía con un hombre que tenía otra familia. Yo dormía en el salón. Comenzó a acosarme, hasta que una noche abusó de mi”. Y así, muchas. Kadi lo sufrió en absoluto silencio. “Me tenía amenazada. Mi madre dependía totalmente de él, no tenía otra opción que aguantar. Una vida sin educación es una vida sin opciones”, concluye.
Lo más duro aún estaba por llegar. “Me vi en la calle y sin recursos. Una conocida me ofreció una salida: trabajar en sus empresas en Marruecos. Fue amable y me organizó todo. Al llegar allí me llevaron a una casa y me quitaron el pasaporte. Esa misma noche, un señor entró en la habitación y comenzó a tocarme. No me lo podía creer. Gritaba y lloraba desesperadamente”. De nada sirvió. Había caído en una red de prostitución.
Uno de los clientes, aparentemente conmovido al verla siempre ahogada en lágrimas, se ofreció a ayudarla a salir de ahí y regresar a su país. “Confiar, no confiaba ni en él ni en nadie, pero no tenía otra opción”. Desde que salió de casa todo había sido miedo, abusos y engaño.
En el aeropuerto le aguardaba otra sorpresa: el destino del vuelo era Moscú. Observó cómo los hombres que la acompañaban saludaban a la policía. “Es toda una red para el tráfico de personas. Y nosotras vamos aterradas y mansas sintiendo que no hay escapatoria”. El abuso de la situación de vulnerabilidad de las víctimas es el medio principal de sometimiento.
En el vuelo abordó a otras pasajeras africanas y se atrevió a contarles su situación. Ellas le indicaron que en la escala se dirigiese a la policía inmediatamente y solicitara asilo.
Han sido algo más de tres años en los que Kadiatou ha seguido luchando por dejar atrás su pasado aterrador. “Al poco tiempo de estar en España enfermé. Tenía anemia, tuberculosis, amnesia e insomnio. Para la tramitación de mi solicitud tenía que encontrarme con una abogada y contarle mi historia. Faltaba a mi cita siempre. No era capaz de enfrentarme a mis recuerdos”. Sigue con tratamiento psicológico.
“En mi vida nada ha sido fácil, nada. Ese esfuerzo me hace valorar las cosas más. A las mujeres que están atrapadas en las redes les quiero dar aliento y esperanza. Tienen que confiar en sí mismas, saber que son capaces de todo. Hay que tener la determinación para dar el paso y salir, yo lo hice. Muchas veces se te pasa por la cabeza quitarte la vida. Pensar en mi familia me ha dado la fuerza y el coraje para soportar y superar todo”. De la mano de CEAR- cuyo acompañamiento ha sido fundamental – se recupera tras la experiencia de trata. Ha tomado conciencia de sí misma como mujer libre y tiene la mirada puesta en un futuro mejor.
Rocío Gayarre
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