Hace un tiempo hubiera dicho que llevar un drone de viaje es una locura. Por muchas razones, el volumen que ocupa un cuadricóptero en una ya abultada maleta de viaje, un software que en muchas veces era defectuoso, y un alto nivel de posibilidades de que el drone se estrellara sin razón aparente, para perder un juguete muy caro. Además los resultados distaban mucho de ser decentes, a no ser que aumentáramos la distancia y con ello el peligro de perder nuestra cámara volante.
El software y el hardware han evolucionado claramente para bien, consiguiendo que tanto la portabilidad como la fiabilidad hayan mejorado considerablemente, además de la solidez de su construcción. En este ámbito ha sido DJI el que ha liderado esta tendencia, con dos modelos, Mavic Pro 2 y su versión más modesta, pero también más económica, Spark.
Ahora estos modelos son tan sencillos de controlar, que incluso se pueden manejar mediante gestos para obtener las clásicas tomas aéreas. Mientras que antes los drones eran un producto exclusivo, ahora mismo, ningún Youtuber de viajes omite las tomas aéreas tomadas con su drone.
Puede que ya sea el momento en que al igual que otras tecnologías, los drones fotográficos hayan llegado al punto de ser accesibles para todos. Los resultados son indiscutibles.
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