A lo largo de la historia de la ficción literaria y cinematográfica la acción de fugarse ha sido muy utilizada para construir una historia envuelta en crímenes, intrigas, traiciones dentro y fuera de las penitenciarias, corrupción en los estamentos dirigentes de estas, historias de amistad y complicidades, de falsos inocentes, de culpables que nunca verán la luz y sobre todo de la fuga. Pero si a todo esto le añadimos toques noir el resultado es Tyler Cross 2. Angola (Dibbuks). La segunda entrega del gángster de sangre fría que no para de acumular desgracias y traiciones, Tyler Cross, un tipo duro que no se amedrenta ante nada ni ante nadie, que es capaz de comer su ración de y la de los demás de esa comida apestosa que les dan en la cárcel, para no desfallecer y tener fuerzas para afrontar los duros trabajos a los que someten a los reos, de preferir el agujero aislado para así, dormir después de una pelea. Unos reos, que además de sufrir la inhumanidad de los guardias que les tratan como basura humana sin sentimientos y necesidades, el fin de estos es generar una rentabilidad a un negocio carcelario, están sometidos ante un jefe tirano y sin alma, y a esos guardias que se mueven según las cantidades que sean capaces de pagarles para sobrevivir dentro de la cárcel, eso si, siempre hay algunos reos privilegiados que pueden vivir menos mal que los demás, como es el caso del contable, una clara alusión a la mítica película protagonizada por Tim Robbins y Morgan Freeman “Cadena Perpetua”, en la que la contabilidad del alcaide guarda unos libros paralelos y sospechosos.
¿Pero por qué Tyler Cross acaba en Angola? Desde la primera viñeta dibujada por Brüno (1975, Alemania) hasta la última no despegarás la vista del papel, por el trepidante guión de Fabien Nury (1976, Francia) y la estética oscura que te traslada y transmite mayor dramatismo a la historia. Una historia en la que Cross acepta un trabajo sencillo, rápido y limpio que resulta no ser lo que parece por lo que todo se tuerce siendo traicionado, y acaba así con los huesos en Angola, una penitenciaría de Luisiana. Pero Angola no es una prisión. Su función no es la de encerrar a los criminales, ni muchos menos rehabilitarlos su función es la de sacar provecho de ellos a través de diversos métodos más que dudosos. Al igual que en el primer tomo Río Bravo (Dibbuks), vemos en Tyler Cross. Angola esa oda al género negro carcelario, con violencia, crímenes, fugas frustradas, o no. Según los autores, “Tyler Cross es el hijo espiritual de “El hombre sin nombre” de las películas de Sergio Leone, interpretado por Clint Eastwood”.
Con un dibujo excepcional, que desemboca en una clara complicidad con el lector, produciéndose un baile entre lo visto y lo no visto, lo visible y lo invisible, actuando cada viñeta como una suerte de indicador que nos informa y transporta en el tiempo y el espacio que están siendo divididos y eso es lo que le falta a Cross, tiempo para fugarse y no morir y espacio para conseguirlo. Además toda la historia está envuelta en una iconografía visual magistral por la línea que crea Brüno, con un potencial expresivo de gran tensión por la forma prominente y severa de esas líneas aportando un gran dinamismo en el trazo salvaje y mortal. Líneas atrevidas, ángulos obtusos en los mentones, negros cargados para sugerir un mundo duro de violencia, sufrimiento e intriga.
Una mezcla explosiva como el propio Tyler Cross que le convertirá en una referencia en el actual cómic europeo y que a medida que vaya avanzando dejará al lector con ganas de más Cross, por lo que quédense con esa cara, pero eso si, nunca la traicionen si no quieren comprobar las nefastas consecuencias.
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