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Blogs Fahrenheit 451 por Pablo Delgado

Sorge, el espía que cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial

Sorge, el espía que cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial
Pablo Delgado el

La actividad secreta que está encaminada a obtener una información concreta sobre un país, sobre cómo actúa en época de guerra o incluso de paz, especialmente en lo referente a su capacidad defensiva y ofensiva, ha sido y lo sigue siendo, una predominante en la relación histórica ente países. Esta Historia está llena de espías, de acciones de espionaje, violentas y no violentas. Entre estas historias se encuentra la de un periodista/espía llamado Richard Sorge. 

Su contribución en la Segunda Guerra Mundial no pudo ser más importante. ¿Qué hacía un espía soviético en Tokio? Envió a Stalin la fecha de inicio del plan de invasión de la Unión Soviética por parte de las Fuerzas del Eje conocido como Operación Barbarroja. Esta operación abrió el Frente Oriental, que se convirtió en el escenario de una de las operaciones más grandes y brutales del conflicto en Europa. Significó un duro golpe para las desprevenidas fuerzas soviéticas, que sufrieron fuertes bajas y perdieron grandes extensiones de territorio. No obstante, la llegada del invierno ruso acabó con los planes alemanes propiciando que el Ejército Rojo contraatacase y así anular las esperanzas de Hitler de llegar a Moscú.

Stalin, en principio ignoró este mensaje creyendo que se trataba de una argucia de Churchill para enfrentarlo a los alemanes, pero cuando la Wehrmacht cruzó el río Bug cayó en la cuenta del error que había cometido. Por lo que aprendió la lección y cuando llegó el siguiente mensaje desde Tokio asegurando que Japón había pospuesto sin fecha un ataque a la Unión Soviética, no dudó en movilizar todas sus tropas hacia el oeste y el resto de la historia ya es bien conocido. ¿Pero quién fue ese hombre capaz de cambiar el curso de una guerra a través de dicho mensaje?

Richard Sorge: nació en Sabunchi un suburbio de Bakú (Azerbaiyán) en 1895, cuando aún pertenecía al Imperio Ruso. Su padre Wilhelm Sorge, un ingeniero alemán estaba al servicio de una compañía alemana que realizaba obras en los campos petrolíferos de Bakú. Cuando Sorge tenía dos años la familia viajó a Berlín, dónde estudió y se educó, por lo que Richard se convertiría de facto en ciudadano alemán. Pero su madre, a través de historias que le contaba, lo mantuvo estrechamente ligado al país donde nació de ideología socialista. Desde niño se destacó como un alumno brillante, y al terminar el bachillerato fue aceptado en la Universidad de Hamburgo dónde estudió Ciencias Políticas. No obstante, debido a esa educación que le proporcionó su madre, tenía una marcada influencia de la revolución rusa y por tanto una acentuada tendencia izquierdista.

Nada más terminar su licenciatura universitaria inició viajes y estudios de idiomas orientales. Dichos estudios se truncaron al iniciarse la I Guerra Mundial. Sorge se alistó como voluntario en el ejercito alemán, y a su regresó del frente fue condecorado con la Cruz de Hierro; pero más convencido del ideal socialista que había ido recibiendo por parte de su madre y de su abuelo. En 1926, Sorge estuvo en la Unión Soviética como miembro del partido comunista. Fue entonces reclutado como agente para la sección IV del Ejército Rojo. Después de su visita a Moscú recibió la misión de trasladarse a Tokio en misión de espionaje. La guerra chino-japonesa que se vislumbraba no auguraba buenos presagios para la Unión Soviética, que comenzó a verse seriamente amenazada en su vertiente asiática. Para evitar suspicacias en Berlín, Sorge prosiguió su viaje a USA y Canadá… seguía en su papel de trotamundos curioso.

El cambio operado por Hitler en Alemania, recién llegado al poder, causó agitación en Sorge. Bien sabía él que el nazismo había logrado el poder y que el cambio generado era grande, pero también conocía a Hitler y su doctrina por lo que desconfiaba profundamente de que llegase a dar frutos positivos. Sorge abandonó una Alemania hundida por las crisis laborales, el hambre, el paro y las luchas políticas. Tres años después se habían terminado los desórdenes, había trabajo en abundancia, el tren de vida era muy superior a los mejores días de la República de Weimar. Pudo comprobar que el control policial subió, que la prensa era censurada y que los judíos eran perseguidos… Sin embargo, Sorge se alegró por Alemania. Los comunistas aún no eran perseguidos abiertamente y, aparentemente, las relaciones con la Unión Soviética eran óptimas.

Se presentó en esta “Nueva” Alemania como un periodista bohemio, acomodado y enamorado de Asia. Nadie sospechó de su doble juego. En sus días de estancia en Berlín, Sorge pudo apreciar con nitidez que Hitler y Stalin chocarían y se dispuso a jugar su baza en favor de su ideología política. Sorge se afilió al nacionalsocialismo en 1934 y tres años después, miembro de la Asociación Nazi de la Prensa, le costó poco trabajo lograr la corresponsalía del prestigioso diario Frankfurter Zeitung en Tokio. En 1935 llegó a la ciudad con un carnet del partido nazi de numeración lo suficientemente baja para ser considerado influyente. Fue bien recibido en la embajada alemana, que se ocupó de introducirlo en los ambientes japoneses influyentes. Además, Sorge gozaba de la plena confianza por parte de los dirigentes alemanes, ya que era un héroe de guerra, accediendo así a información sensible. Fue invitado a dirigir las actividades del partido en Japón, una tarea que él mismo rechazó. Se dedicaba a escribir informes.

Sorge colaboró en Tokio con otros espías de la URSS, que con el tiempo se convirtieron en simples enlaces suyos, y con sus antiguos agentes en China, que ahora ocupaban puestos interesantes en los gabinetes militaristas del Gobierno japonés. Su principal logro fue la amistad con un coronel relegado por Berlín, Egen Ott. Tal militar era de muy escasa utilidad a Sorge en su regimiento artillero de Nagoya, pero tuvo la fortuna de que Ott fuera nombrado embajador en Tokio. Así, Sorge incrementó su influencia y logró el nombramiento de agregado de prensa de la embajada alemana en 1939. Ya para entonces había proporcionado importantes informaciones a Moscú, la más relevante de todas fue la fecha del ataque japonés a China, el 7 de julio de 1937. Por lo que las informaciones de Sorge se convirtieron en valiosísimas.

El 15 de octubre de 1942, Sorge transmitió la información definitiva: Tojo ha decidido, de forma irrevocable, concentrar su esfuerzo bélico en el sur. Era el salvavidas para Stalin. El VI Ejército, mandado por von Paulus, estaba dentro de Stalingrado. Una nueva derrota soviética abriría las puertas del Cáucaso y de los Urales a la Wehrmacht. Las tropas siberianas cambiaron la situación y, tras duros combates, el 2 de febrero de 1943, se rendía von Paulus en las ruinas de Stalingrado. Era el comienzo del fin para el III Reich.

Sorge era un gran espía, un buen periodista en situación límite, y un bebedor empedernido. Cualquier lugar y momento era propicio para tener una copa en la mano. Además de ser un enamorado de la velocidad, no tenía siempre el mismo coche con lanzacohetes, ni un bolígrafo transmisor, tampoco atravesaba la ciudad por las alcantarillas ni se disfrazaba de vendedora ambulante y tampoco se vio atrapado en tiroteos que salían de ametralladoras y que mediante saltos y piruetas salia ileso, no; Sorge cuando llegó a Tokio lo que hizo fue ponerse a estudiar una cultura. Llegó a reunir una colección de mil volúmenes sobre la historia de Japón y así poder sacr todo el jugo de una sociedad cerrada como la japonesa en una época difícil. A partir de ahí, ejerciendo la profesión de periodista, con sus informaciones contrastadas y bien documentadas, logró la suficiente influencia para, terminar enterándose de absolutamente todo y así pasarlo a su maquina de escribir para mandar los informes correspondientes.

Cuando se enteraba de algo, llamaba a sus compañeros Branko Vukelic, un croata, y Max Clausen que transmitían por radio a Moscú la información sensible. Los expertos japoneses interceptaban todos los mensajes, pero nunca supieron ni localizarles ni descifrar qué estaban diciendo.

Pues esto y más se encuentra recogido en la gran novela gráfica de Isabel Kreitz “El caso Sorge. Un espía de Stalin en Tokio” (Ediciones La Cúpula) que repasa los últimos meses de la carrera de Richard Sorge en un relato sólido acompañado de una narrativa gráfica alejada de esos estereotipos sobre espías.  Nos adentra en los meses que discurren entre el triunfo y la derrota, en los que el idealista Sorge cambió la historia. Meses entre la autocompasión y la posición social, en los que los largos años de una autodestructiva doble vida dieron sus frutos.

La Cúpula nos trae esta gran obra de Kreiz, no solo por su rigor documental, del que es una gran especialista en el relato gráfico en torno a hechos históricos -ahí está “Haarmann.El carnicero de Hannover” (La Cúpula)-. En este relato, se enfrenta sola a un acontecimiento, a una historia de un trasfondo histórico bien documentado, y sobre todo, ejecutado de forma magistral en su belleza gráfica mediante unos dibujos en los que el lápiz de carboncillo es exprimido al máximo, creando una fuerza de contrastes y volúmenes  a través del blanco y negro, que aprovechan la tensión de cada situación imaginando nuevas formas de enfrentarse a la página.

La historia comienza con la llegada de Eta Harich-Schneider, una pianista alemán, musicóloga, escritora que se convirtió en una de las figuras más relevantes sobre el estudio de la música japonesa. Relata el affair que tuvo con Sorge, ensalzando el lado humano de un espía que luchaba por unos ideales, pero que vivía atormentado y agobiado por una sociedad, la alemana, con la que convivía en el país nipón. Un relato que desde el principio  “engancha” al lector de forma amena y recurriendo al discurso del flashback -muy bien empleado- de aquellos personajes que trabajaron, vivieron y sobre todo sobrevivieron a Sorge.

La novela gráfica profundiza en unos personajes que para la historia han podido pasar desapercibidos y que con un poco más describe a la esposa del embajador Ott,  Helma Ott como una mujer que había sido simpatizante de la izquierda en Berlín para, una vez casada con un alto cargo nazi, convertirse en una persona superficial a la que solo le interesaban los cotilleos y los problemas matrimoniales. Amante de Sorge años atrás, le podían los celos con la llegada de la pianista.

“El caso Sorge”, reivindica una figura de un espía mítico que  se convirtió en héroe y maestro del espionaje, en el “hombre de las tres caras”. Por escrito y en el cine se le muestra como un vividor, un conquistador, como una de las personas más íntegras que pudo haber durante esa época convulsa. Robert Whymant, que investigó el caso durante veinte años, escribió en su libro El espía de Stalin que el líder soviético -cuando Sorge fue arrestado- no quiso canjearlo para no admitir la vergüenza de su error. Sorge fue ahorcado en la prisión de Sugamo en la misma ciudad de Tokio a los cuarenta y nueve años.

De Richard Sorge sólo queda, pues, una fantástica historia traída muy bien por Kreiz al soporte de cómic, en dónde el espionaje rezuma por cada una de sus viñetas recordando un pasado plagado de enigmas y misterios que nos visitan con regularidad obsesiva para obligarnos a dar alguna explicación a las decisiones que han dirigido el curso de nuestra historia.

En noviembre de 1964 Sorge fue declarado héroe de la Unión Soviética.

«Siento que de algún modo no necesito a nadie para vivir… soy tan apátrida que las carreteras son mi lugar favorito».

“El caso Sorge. Un espía de Stalin en Tokio” // Isabel Kreitz // Ediciones La Cúpula // 23 euros

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