No hacemos más que hablar y percibir que actualmente la sociedad vive sometida a una velocidad de la que ya no se puede bajar. En esta cultura de la inmediatez, cada vez está quedando menos sitio para bajarse de ese recorrido, parar un poco, reflexionar, descansar, y sobre todo, leer. Para luego volver a subirte a ese ajetreo de la innovación y del ya mismo. Esto también está afectando a una acción o comportamiento que conseguimos los humanos, y que nos ha llevado a progresar de forma brutal, la lectura. Rodeados cada vez más de ruido tecnológico, nuestros hijos se están criando en esa inmediatez que descarta por completo la espera y la paciencia. No estoy en contra de ello, todo lo contrario, todo cabe en este mundo, y sobre todo, tiene su sitio. Pero la buena lectura, aquella que al cerrar un libro sepamos y comprendamos lo que hemos leído, necesita de atención y lentitud.
Terry Eagleton, una de las figuras clave de la teoría literaria y uno de los referentes del pensamiento radical contemporáneo, con varios titulos en su haber, escribe casi un nuevo manual para principiantes sobre el estudio e interpretación de una obra literaria. En “Cómo leer literatura” (Península) este profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Lancaster, pretende a través de este texto, ser una aportación a la recuperación de la llamada “lectura lenta”, ya que lo que llamaba Nietzsche, está cogiendo la dinámica hacia la desaparición de este tipo de lectura. El texto arroja luces mediante un lenguaje ameno y totalmemente entendible para expertos y no expertos en la materia de la crítica literaria, sobre la composición de una obra mediante la trama, los personajes, el lenguaje literario, la naturaleza de la ficción, los problemas de la interpretación críticia, el papel del lector y la cuestión de los juicios de valor, genera un texto arrebatador y destinado a convertirse en un clásico en la materia de la teoría literaria.
Eagleton nos habla de que las obras literarias son creaciones retóricas, además de simples relatos. Requieren ser leídas poniendo una atención especial en aspectos como el tono, el estado de ánimo, la cadencia del lenguaje, el género, la sintaxis, la gramática, la textura, el ritmo, la estructura narrativa, la puntuación, la ambigüedad y, en defintiva, todo lo que podríamos considerar “forma”.
Las obras literarias a menudo “saben” cosas que el lector no conoce, que todavía ignora o que tal vez no llegará a saber jamás. Puede analizarse la textura sonora de un pasaje, podemos fijarnos en lo que parecen ambigüedades significativas, o en la manera de utilizar la gramática y la sintaxis. Pueden analizarse las actitudes emocionales que parece adoptar un pasaje respecto a lo que nos cuenta, o centrarse en algunas paradojas, discrepancias o contradicciones quizá reveladoras. La obra escrita puede ser seria, desenvuelta, enrevesada, coloquial, concisa, saturada, teatral, irónica, lacónica, mundana, abrasiva, sensual, etc. Lo que tienen en común todas estas estategias críticas es su elevada sensibilidad al lenguaje.
Eagleton despieza a través del análisis de una obra literaria mediante su comienzo, que ya puede resultar revelador y marcar el ritmo o la atención de dicha obra literaria, pasando después a analizar personajes, narrativa, la interpretación del texto y su valor.
El personaje puede ser, y en mayor medida lo es, la figura a través de la cual suele girar la narrativa de la estructura de la obra. En palabras de Eagleton se considera que los personajes literarios, al menos en el caso de la ficción realista, alcanzan su máxima expresión cuando se identifican con la máxima riqueza del texto. Sin embargo, si no fueran también hasta cierto punto tipos que revelan atributos ya conocidos, resultarían ininteligibles. En las obras se pueden dar diferentes tipos de personajes que van marcando el hilo conductor del texto, desde personajes que Eagleton califica en la obras realistas que son intimistas, y los personajes de mentalidad modernista que tratan de revelar algo a las fuerzas que moldean el yo a un nivel más profundo que pertenecen a un reino del ser oscuro primigenio y profundamente impersonal. Buena parte de la ficción realista invita al lector a identificarse con sus personajes. Se supone que sentiremos lo que significa ser otra persona. Al permitirnos recrear con la imaginación la experiencia de otros seres humanos, la novela realista amplía y profundiza nuestra empatía humana.
Freud escribió sobre la fantasía como aquella “corrección de una realidad insatisfactoria”. Eagleton estruja la narrativa, analizando para sacar el jugo a los textos. Lo hace sobre la narrativa como especie de estrategia que, como tal, moviliza ciertos recursos y hace uso de ciertas técnicas para conseguir unos objetivos determinados. Las novelas realistas pueden verse como dichas estrategias pero enfocadas a la resolución de conflictos. Crean problemas por sí mismas y luego intentan resolverlos. Si tiene que haber suspense en la narrativa, las dificultades no deben disiparse con demasiada rapidez. Por otro lado las obras literarias modernistas y posmodernistas en general tienden a interesarse menos por las soluciones. Su objetivo consiste en sacar a la luz determinados problemas y en este sentido puede decirse que son más realistas incluso que la mayoría de las obras realistas.
Para Eagleton la narrativa sugiere que existe una cierta proporción de causas y efectos y por lo tanto no hay ninguna narrativa superior, simplemente un montón de mininarrativas, cada una con su verdad parcial. Hasta el aspecto más humilde de la realidad puede contarse desde varios puntos de vista, y no todos son compatibles entre si. “Narrar es falsificar. De hecho, incluso podría afirmarse que escribir es falsificar. Escribir, al fin y al cabo, es un proceso que se va desarrollando con el tiempo y en ese sentido, se asemeja a la narrativa. La única obra literaria auténtica, pues, sería la que fuera consciente de esa falsificación e intentara contarnos su relato teniéndola en cuenta”.
Hoy en día, contar una historia se ha convertido en algo arbitrario y debe sustentarse por sí misma, intentando capturar verdades que suelen ser esquivas para hacerla desde el punto de vista de la ficción como real y sobre todo, creible ante el lector. “Contar una historia equivale a tratar de moldear el vacío”.
Cuando se califica un escrito como literario, Eagleton comenta que está ligado a un contexto concreto. Aunque todas las obras literarias nacen a partir de unas condiciones determinadas, su significado no depende tanto de las circunstancias en las que surgieron, sino que su objetivo queda inherentemente abierto, motivo por el que pueden ser interpretadas de muchas maneras. Eagleton, dedica un gran apartado a la interpretación crítica de la obra. Hay textos escritos que invitan al lector a “imaginar” unos hechos determinados para construir un mundo imaginario a partir de ellos. Por consiguiente, una obra puede ser cierta e imaginada, fáctica y fícticia al mismo tiempo.
Las obras literarias no significan solo una cosa. Son capaces de generar amplios repertorios de significados, algunos de los cuales incluso varian a medida que cambia la historia y puede que no todas respondan a una intención consciente. En definitiva, lo que se trata es de que la obra literaria no sea vista en un sentido fijo, sino que se amplíen las miradas por parte del lector como una base capaz de generar un elenco completo de significados posibles. No se trata tanto de que contengan significado, sino de que lo generen. Además de un valor que puede hacer que un texto se convierta en bueno, malo o regular.
En definitiva, Eagleton elabora un estudio avanzado en donde enseña, en cierta medida, a leer e interpretar literatura, y que la clave está en conocer las herramientas básicas de la crítica literaria. A partir de un amplio espectro de autores —desde Shakespeare y Jane Austen a Samuel Beckett y J.K. Rowling—, implica al lector para ser capaz de “apartarse” de la obra e intentar verla de forma crítica y de manera global, sin ser nada fácil, en parte porque las obras literarias son procesos en los que el tiempo que cuesta contemplar en conjunto, nos lleva prestar más atención al texto acudiendo a esa llamada de la “lectura lenta” y dá la clave principal de la crítica literaria “la forma más inspirada de crítica se limita a contar la historia de la obra con otras palabras”. Por lo que, cuando el lector termine de leer la última palabra de la última página de esta obra, y acuda a empezar la primera palabra de la primera página del siguiente libro en el que se sumerjará en un mundo nuevo, realista o no, podrá leerlo e intreptretarlo de una forma más lenta y enriquecedora, extrayendo todo el jugo literario que el autor ha puesto en cada una de las páginas.