Los españoles a menudo olvidamos que nuestra bandera fue la que dio Carlos III a su Armada, para evitar confusiones en la identificación de buques de otros países donde gobernaba por entonces la misma dinastía. Hecho insólito en la Historia: que sea la Armada la que regale a la Patria su bandera y no al contrario.
Pero hay más, en lo referente al escudo olvidamos también que junto a los emblemas de la Casa Real y de los antiguos reinos, solo hay un recuerdo para la mayor gesta colectiva de los españoles: las columnas de Hércules y las guirnaldas del “Plus Ultra”, emblemas de la hazaña del Descubrimiento de un nuevo continente y de la primera Vuelta al Mundo, con todas sus inmensas consecuencias, realizaciones de las que no pueden presumir pueblos supuestamente mucho mas marineros que el nuestro.
Convencido de la importancia de la Historia Marítima y Naval (y de las disciplinas que coadyuvan a su tarea) orienté mis estudios profesionales como historiador y profesor a un decisivo capítulo de nuestra Historia que no ha merecido la atención que debiera. Fruto de ello ha sido la publicación de unos 35 libros sobre la materia, y alguno más en prensa, el último de los cuales iba dirigido a recordar la inmensa figura de Don Álvaro de Bazán y Guzmán, como recordará el lector asiduo a este blog.
La fragata “F-101, Álvaro de Bazán”
Como los españoles tendemos a olvidar nuestro pasado, y es vital recordarlo y valorarlo en su justa medida, la Armada tuvo la amabilidad de invitarme a Ferrol, una de sus principales bases, surgida como población de una iniciativa ilustrada en el siglo XVIII, y embarcar durante una de sus navegaciones.
Así que el pasado 26 de octubre tuve el honor de pisar su cubierta y de compartir unas horas de navegación y ejercicios con su muy meritoria y diestra dotación, que acaba de destacarse en los ejercicios de la OTAN “ Formidable Shield” como uno de los mejores buques de combate europeos en la importantísima misión de detectar e interceptar misiles de cualquier tipo. Y el orgullo es aún mayor si se piensa que el buque es de diseño español, fue construido en el mismo Ferrol, junto a sus cuatro compañeros, y que ha dado éxitos de exportación a otras Marinas, en una versión menor a Noruega y en otra algo potenciada a Australia
Pero la alegría mayor para un historiador es que tal buque, seguido de otras cuatro fragatas gemelas, lleva por fin con toda dignidad el nombre del gran marino, que hasta entonces y muy significativamente, solo se había dado a dos pequeños vapores mixtos de vela en el siglo XIX, comprados en EE.UU. y a un cañonero de menos de mil toneladas a principios del siglo XX.
Y esa misma tarde tuve la satisfacción de escuchar la conferencia de Don Iván Neguerela en el Museo de la Construcción Naval de Ferrol, sito en un edificio del Arsenal, sobre el muy reciente y sensacional rescate de dos preciosas culebrinas de bronce que transportaba la desdichada fragata “Mercedes”, de factura sevillana y que con más de cuatrocientos años reposaban a más de mil metros de profundidad, todo un hito en la arqueología submarina.
Conferencia en la Escuela de Especialidades “Don Antonio Escaño”
Pero todo esto no era sino el prólogo para que a la mañana siguiente tuviera la satisfacción de impartir una conferencia en la citada Escuela de la Armada, sita igualmente en Ferrol, donde se forman en muy distintas técnicas nuestras dotaciones, y que es heredera de la antigua “Escuela de Máquinas de la Armada”, fundada en el siglo XIX y de la que fue profesor, entre tantos otros, nada menos que el padre del que fue Presidente del Gobierno y esforzado navalista: Don José Canalejas, también ferrolano.
Por supuesto la conferencia versaba sobre la vida y la obra de Don Álvaro de Bazán, y fue seguida con suma atención y espero que con gran provecho por los alumnos, oficiales y profesores, recordando la figura de tan gran marino, que brilló en tantos campos y que fue tan elogiado en su tiempo por el mismo Cervantes en “El Quijote”, por Lope de Vega, que también supo lo que era navegar y combatir en el mar, y por Góngora, entre otros muchos, hechos también menos recordados de lo que se debiera y que recalcan su impacto en nuestra cultura.
Renovación del Juramento a la Bandera
El broche final de mi viaje fue: el de permitirme renovar mi Juramento a la Bandera, junto a casi doscientos alumnos y unos setenta civiles, en la misma “Escaño”, cuyo nombre recuerda otro de nuestros grandes marinos, en un brillante y emotivo acto en la mañana del sábado 28. Hacía casi exactamente 41 años que lo había prestado por primera vez, durante mi Servicio Militar, en el Ejército de Tierra, donde serví en el Regimiento de Cazadores de Montaña América, creado por Carlos III para prestar servicio allí, y que no por casualidad, lleva en su escudo los dos hemisferios y las columnas de Hércules.
Así he tenido por primera vez ocasión de cantar el himno de la Armada, cuyos primeros versos son toda una lección de vida:
“Soplen serenas las brisas,
ruja amenaza la ola,
mi gallardía española
se corona de sonrisas…”
Tal vez el lector comprenda mejor mis emociones en el acto si le confieso que quise ser Oficial de la Armada, y que tras un duro Bachiller de Ciencias y una aún más dura preparación para el examen de ingreso en la Escuela Naval, de la que se cumple este año el Tricentenario desde su fundación, fui descartado porque en el reconocimiento médico se me diagnosticó una sordera incipiente, pero no tratable y en aumento.
La vida es una dura pero clara escuela, y estoy convencido de que aquella desilusión fue toda una suerte para la Armada y para mí: seguramente hubiera sido un mediocre oficial, y de esta manera he prestado mejores servicios, dado que la tan inmensa como aún poco conocida y valorada Historia Naval y Marítima de España necesita aún los esfuerzos de muchos que la investiguen y la divulguen, porque hay aún hoy no lagunas, sino auténticos océanos en ella que descubrir y explorar.
Y no por un puro prurito académico ni corporativo: sino para afrontar de una vez la trascendental tarea de recordarnos quienes somos y de donde venimos, con tiempo bonancible y con galerna, por supuesto…porque se nos olvida a menudo, o peor aún, lo desconocemos.
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