En estos días de Septiembre, en el año de 1338, nos encontramos con la primera batalla naval en la que se utilizan cañones sobre la mar. Las fuentes para la historia, unos maravillosos códices ilustrados e iluminados en forma de crónicas. Una batalla de soldados medievales. Con improvisados cañones que se montan en pesadas naves, en el marco de la cruenta y larga guerra de los cien años. Claramente identificadas, sobre las cofas, los pabellones de dos monarcas antagónicos. De un lado del grabado las naves del monarca inglés. Tres leones pasantes de oro, armados de azur sobre fondo rojo. De otro. Los defensores de la zona. Las características flores de lis sobre el fondo azul. En las cubiertas, los certeros arcos de batalla ingleses, disparando mortalmente sobre las naves francesas que se protegen sobre sus escudos largos. Se trata de la Batalla de Arnemuiden, una tranquila villa costera y un pequeño puerto pintoresco que pasaría a la historia por esta cuestión. Por ser testigo de la primera vez que se escupía fuego mediante un cañón desde la mar y desde un barco. Aquellos mares serían testigos de la primera batalla naval europea registrada en la que se utilizó artillería, puesto que el barco Inglés Christopher contaba con tres cañones y un0 ligero en la cubierta. Y en aquella mañana de Septiembre aquellos cañones no pararon de aullar salvajemente contra las naves francesas. Se les echaban encima y había que escupir toda la ira posible por aquellas bocas.
La cosa iba de asaltos marinos. Precisamente unos días atrás, los franceses, con las galeras de Mónaco y bajo el mando del mariscal de Francia Robert Bertrand, realizaban un ataque rápido a las Islas del Canal, tomando Castle Cornet y el Castillo Jerburgh. Los marineros locales opusieron resistencia, haciendo que los italianos perdieran dos de sus galeras. A pesar de la valentía de los defensores, los franceses fueron capaces de ocupar la totalidad de Guernsey. Unas islas que darían mucho que hablar a lo largo de la historia entre estos dos países.
Y es que la noticia sobre el primer combate artillero no deja de tener su interés. La primera noticia sobre el empleo de la artillería naval en España data de 1359, unos años después del enfrentamiento que narramos de Arnemuiden. El caso, un choque entre naves catalanas y castellanas en el puerto de Barcelona. Pero el cañón como arma naval propiamente dicha entre nuestras fuentes, aparece claramente definido en la escuadra castellana del almirante Ambrosio Boccanegra, cuando se derrotó a la escuadra inglesa comandada por lord Pembroke en la Rochelle. Otra de esas batallas contra el inglés que se encuentra en el olvido de este país desmemoriado. Máxime con un Boccanegra que en su curriculum tenía las cicatrices de la victoria de la batalla del Salado. Pero donde se salió de verdad fue en la Rochelle. Maniobrando brillantemente ,disponiendo a su flota a barlovento, ordenando a las galeras abrir sus líneas de ataque, para así utilizar la artillería y remar contra el enemigo; al tiempo que las naos arrojaban piedras y otros proyectiles. Gracias a esta táctica los castellanos pudieron capturar, nada ma y nada menos que 4 navíos ingleses. Esta batalla no es muy conocida. Quizás porque se encuentra en el fondo del olvido. Quizás también porque se encontraba de por medio la corona de Castilla.
Artillar estas primeras naves debió ser una labor ardua. Se situaban a bordo como buenamente podían. Casi siempre para un viaje específico comercial, con el ánimo de defender mejor la mercancía y se retiraba cuando la nave llegaba a puerto. Aquello debía ser toda una operación complicadisima. Pesados cañones a bordo de naves oscilantes. Bombardas, falconetes y pedreros que se usaban en los asedios de tierra, y que mediante mucho esfuerzo y no pocos artilugios se cambiaban de lugar a bordo de las naves de madera. Así fue hasta que en el siglo XVI ya apareció el cañón naval claramente diferenciado del usado en tierra. Aquello ya si serían cañones navales como tales. Montados expresamente en las famosas cureñas y proyectados para el ataque en la mar. A partir de ese momento una larga historia íntimamente ligada a los combates navales. Incluso de manera paradójica, ahora con el paso del tiempo y de los siglos, en esto de la arqueología, el cañón tiene un importante papel . El de fechar y datar la antigüedad de esa arma. En muchos casos, el arqueólogo-buzo mediante su posterior investigación submarina le otorga la fecha al pecio al poder estudiar el origen de los cañones contextualizado junto a la arquitecturas, los marinos y los utensilios de las naves.
Por aquellos tiempos medievales, aquellas gruesas naves castellanas, lanzaban piedras con escasa precisión y distancia. ran los primeros de la historia. Entre esos cañones medievales que debieron dar que hablar, se encontraba la lombarda de la nao grande del rey de Aragón. Una de las que tenían mayor potencia y precisión de la época. Aquello debió ser para los cronistas de la época un innovador y extrañisimo artilugio. Un arma fabulosa. Los Anales de Zurita nos proporcionan detalles acerca de las campañas de dicho rey en la «guerra de los dos Pedros”. Para los estudiosos sobre artillería naval, especialmente el gran Vigón en esta materia, nos lo dejan bien claro. Aquello era de los primeros precedentes en la historia del uso artillero. Sin embargo, por otro lado, en el norte de Europa, en el marco de la Guerra de los cien años, el casi continuo conflicto entre Inglaterra y Francia, nos encontramos con nuevas situaciones, que dan lugar a nuevas soluciones. Debido a que el campo de batalla se extendía al mar, es decir al canal. Allí raramente nos encontraríamos con una actividad naval más sofisticada que el transporte de los caballeros a través del mismo . Debía ser interesante ver como se hostigarían por aquel entonces con las torres de arqueros rodeados de grandes escudos. En este sentido, si retrocedemos apenas un siglo atrás nos encontraremos con otro antecedente interesante. Se trataba de la Batalla de Dover. En el 1217, entre una flota francesa de 80 barcos bajo el mando de Eustaquio El Monje (el desconocido pirata que puso en jaque a buena parte del comercio y las flotas del mar del Norte, y cuya historia es también muy poco conocida) y una flota inglesa de 40 naves bajo el mando de Hubert de Burgh. Es notable por ser de las primeras batallas registrada usando las tácticas de los barcos de vela. Aunque en esto habría que ver la liza entre las naves de Al Hakam contra las razias vikingas que bajaban de la Escandinavia. Pero eso sería harina de otro costal. El caso es que en esto de los primeros duelos artilleros, había que tener en cuenta a otro elemento importante. La pólvora. Roger Bacon menciona las propiedades explosivas de las mezclas de salitre en De secretis operibus Artis et Naturae, aunque no se atribuye el descubrimiento al mismo. Es apasionante. Si somos capaces de imaginar el momento, el avance de la tecnología, la sensación de inventar un arma definitiva. Especialmente cuando se trata de estas nuevas armas que podían desequilibrar una batalla que hasta el momento se definian en base a la espada y el arco. La fuerza y la astucia. Hansjacob, llega a la conclusión de que un monje, un tal Berthold que vivió en el siglo XIII fue su verdadero impulsor. Y sugiere que la posibilidad de que Bacon aprendió la fabricación de la pólvora de él. Y no es cosa baladí esto de la pólvora. En no pocas ocasiones han sido determinante para la victoria en una batalla naval. Que se lo digan a la pólvora de la flota hispana en Trafalgar y la importante cuestión de la calidad de la misma. O aquella que se moja y ya es inservible. Como ocurrió en algunas ocasiones con los accidentados eventos de la felicísima armada, pero volvamos a nuestro pequeño puerto de Arnemuiden.
El caso es que en aquella primigenia batalla, la de Arnemuiden, intervino una amplia flota francesa bajo los almirantes Hugues Quieret y Nicolas Béhuchet, que se enfrentaron a una pequeña flota de cinco cocas inglesas de gran tamaño. Tuvo lugar allí, en aquel puerto pequeño de la isla de Walcheren (en la actualidad en los Países Bajos, pero entonces parte de la Condado de Flandes). Abrumados por la sorpresa, la superioridad numérica y con algunos de sus tripulantes aún en tierra, los barcos ingleses lucharon con valentía ante el ataque numeroso de las naves francesas, especialmente el Christopher bajo el mando de John Kingston quien era el comandante de aquella pequeña escuadra. Kingston se rindió después de luchar y agotar todos los medios de la defensa existentes. Debió ser dura la batalla. Solo basta observar detenidamente el grabado para ver los cuerpos que flotan sobre las aguas. Quizás pensaban que ayudados por aquellos cañones la cosa sería más fácil para su defensa. El caso es que las numerosas naves de Quieret dieron cuenta de las cinco cocas inglesas. Los cañones que no pararían de disparar en aquel fatídico día aún eran demasiados primitivos. Sus bolas penetrarían en los pesados cascos de aquellos buques medievales, sin sufrir los daños que siglos más adelante realizarían. Y el número era importante. Apenas cuatro cañones. La derrota, ante un enemigo tan numeroso estaba servida. Lo curioso hubiese sido ver las caras de los Franceses. Por primera vez en la historia eran disparados por algo más que flechas. Y salieron victoriosos. A pesar de ello que caprichosa es la historia. En el caso de Quieret, después de varias victorias comandando la flota francesa, dos años más tarde, en la batalla de Sluys, seria herido, capturado y decapitado por el Inglés. Las cosas del destino. Por cierto, en el caso de su compañero de victoria en Arnemuiden, el almirante Behuchet. Sería colgado del palo mayor .