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La Fragata clásica: un invento español

La Fragata clásica: un invento español
Agustín Ramón Rodríguez González el

Uno de los capítulos menos conocidos de la historia del diseño naval es el que se refiere al origen de esos buques de tan bonita estampa llamados fragatas. Y buena pista sobre ese origen es el parecido de la palabra española con las utilizadas para designarlas en idiomas como el inglés, el francés y otros.

Parece que la palabra original era griega, “afracta” o “sin cubierta”, referida a las más pequeñas embarcaciones de la familia de la galera, con apenas una docena de remos por banda, una treintena de marineros (que accionaban los remos pues en ellas no había forzados) y otros tantos soldados si iban armadas en guerra. En suma: apenas más que unos grandes botes a remos, con uno o dos palos de velas latinas y armadas con uno o dos pequeños cañones a proa.

Aunque se recuerde poco, más de una cuarentena de ellas luchó en Lepanto, apoyando a las galeras y cubriendo los huecos en su formación. También, y años después, sirvieron como pequeños corsarios en el Mediterráneo, singularmente por el capitán Alonso de Contreras, en sus raids en el Mediterráneo Oriental y Mar Egeo, como narra en su conocida obra “Discurso de mi vida”.

Pero pronto su nombre designó a un tipo de embarcación bien distinto, nacido de un nuevo reto: a comienzos del siglo XVI existían dos tipos básicos de embarcaciones, susceptibles de ser utilizables para la guerra: las galeras, normalmente desaconsejables en el Atlántico por su escasa capacidad de carga de víveres y aguada, lo que limitaba su autonomía en esas grandes distancias y navegaciones, exposición de dotación y forzados a un clima mucho más duro que el Mediterráneo y peligro de quebranto de sus finos y frágiles cascos en aguas mucho más tempestuosas. Por ello se recurrió a las naos y carracas, que sobre resolver satisfactoriamente esos desafíos, podían llevar muchos más cañones y tenían las bordas mas altas para dificultar el abordaje.

Galera española. Museo Naval de Madrid.

Sin embargo, para los españoles aquellos veleros, muy aptos para la carga en grandes navegaciones, no lo eran contra los posibles enemigos que encontraban en el Atlántico, que no eran tanto poderosas escuadras como nubes de ágiles y rápidos corsarios, primero franceses y luego holandeses e ingleses, por este orden cronológico.

Por ello, los más capacitados marinos empezaron a buscar una respuesta a ese reto, entre ellos Don Álvaro de Bazán (el viejo) y Don Pedro Menéndez de Avilés, buscando conciliar las ventajas respectivas de las ágiles galeras, pero débiles en armamento e inadecuadas para esos mares y distancias, y las más pesadas pero robustas naos. De esos experimentos nacieron los “galeones” y las “galeazas”…y recordemos que en el español de entonces, era frecuente llamar “galeas” a las galeras. Así, Menéndez de Avilés diseñó los primeros “Doce Apóstoles”, los buques que escoltaban a las Flotas de Indias.

Abajo: plano de una de las fragatas construidas en La Habana hacia 1600. Archivo de Simancas. Arriba: dibujo de época de una zabra.

La solución era hacer naos de cascos más finos para incrementar su velocidad y agilidad en maniobra, y en dotarles de una propulsión auxiliar a remos, no para la boga normal, como en las galeras, sino para facilitar maniobras y viradas y no depender en momentos cruciales de un viento favorable o de la ausencia total de éste.

Pero y pese a repetidos ensayos subsistía el problema de aunar en el mismo barco remos y cañones, pues para su mejor rendimiento, los remos debían ir lo más abajo posible sobre la flotación, y por motivos de reparto de pesos y estabilidad, ese mismo lugar debía estar reservado a los cañones más pesados. En suma, conciliar en el mismo buque remos y cañones pesados era muy problemático con la técnica de la época.

A los trabajos de Bazán “el viejo” siguieron los de sus hijos, el gran Don Álvaro de Bazán “el mozo”, por no decir “el grande” y de su hermano Don Alonso. Al final se comprobó que lo que era casi imposible de lograr en grandes naos era mucho más factible en buques más pequeños, y así fueron naciendo los “galeoncetes”, “galizabras” (tomando como base a unos pesqueros llamados zabras”) o finalmente, las “fragatas”, por analogía con las embarcaciones menores que acompañaban a las galeras.

   Plano de época de una galizabra, antecesora de las fragatas. Archivo Simancas.

Con mucho, las mejores fragatas nacidas entonces fueron las de los puertos del Flandes español, por la excelencia de los astilleros allí ubicados, que pronto mostraron sus enormes capacidades contra los enemigos de entonces, desde comienzos del siglo XVII hasta la pérdida del territorio en la Guerra de Sucesion. Y no hay más que leer el magnífico trabajo de Robert A.Stradling “La Armada de Flandes” (Cátedra, Madrid, 1992) para comprobar su pasmosa efectividad, tanto en la lucha contra sus enemigos como actuando a su vez como corsarios, infligiendo enormes pérdidas a la navegación comercial y pesquera enemiga.

Por supuesto, el modelo no tardó en ser copiado por las demás potencias, especialmente las en ascenso en el siglo XVII, Holanda, Francia y finalmente Inglaterra, generalizándose el tipo y adoptando en su idioma el nombre original, como mejor muestra de su eficiencia. Y ya en paridad técnica, solo su número superior decidió la suerte de la lucha.

Siguiendo una ley común a los buques de guerra, las fragatas fueron creciendo en tamaño y potencia, y ya desde el siglo XVII, desde las primeras de 200 toneladas o menos, y de unas 12 a 20 piezas ligeras, hasta las grandes fragatas de fines del XVIII, equiparables a navíos pequeños.

La propulsión auxiliar a remos continuó por largos años, hasta a mediados del XVIII, en que sucesivas mejoras en el aparejo permitieron prescindir de ella. Pero aún había que recurrir en ocasiones a ser remolcados por los botes de remos o a aguantar con paciencia una “calma chicha” hasta que ya en el XIX la propulsión a vapor supuso una solución más adecuada.

Creemos que no está de más recordar esta cuestión, cuando tantas veces se repite que los españoles apenas han aportado nada al diseño y la construcción naval en la Historia, y en general a la de la Ciencia y la Técnica. O que solo sabían construir enormes y casi inútiles barcarrones, olvidando sus “logros” como el “Great Harry”, el “Mary Rose”, el “Wasa” y tantos otros…

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