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Derrotas y muerte de Drake

Derrotas y muerte de Drake
Agustín Ramón Rodríguez González el

La vida y supuestas hazañas de Francis Drake han llenado muchas páginas de la historiografía  y la narración popular británicas, aunque bien es cierto que adolecen de serias inexactitudes y ocultaciones, cuando menos, visión que está siendo hoy revisada por los más serios investigadores, aunque la deformada imagen pervive popularmente.

Y nada mejor que la narración de sus últimos años para juzgar al personaje: tras una poco relevante conducta durante la campaña de la Armada de 1588, en la que como siempre, Drake eludió los combates duros y se preocupó solamente de su beneficio personal, incluso en detrimento de la flota inglesa, como hizo notar su propio jefe, Howard, y hasta sus mismos marineros, que morían de hambre y enfermedad mientras él se reservaba su mal adquirido botín.

Sus limitaciones como jefe de una expedición naval se mostraron crudamente en su expedición del año siguiente, contra Portugal, la llamada “Contraarmada” en que su indecisión y hasta cobardía provocaron el mayor desastre naval inglés de la época, comparable en pérdidas con la mal llamada “Invencible”. Y era el caso que la Inglaterra de entonces, mucho menos rica y poblada que la Monarquía de Felipe II, no podía permitirse tal “empate”.

Así se lo pareció a su reina, Isabel Tudor, que francamente desilusionada con el marino, le relegó a vigilar y preparar las defensas costeras de Plymouth durante los siguientes cinco años, no dándole el mando de ninguna expedición.

Pero los fracasos ingleses continuaban en la guerra, y al fin, Isabel decidió darle una última oportunidad: el mando de una flota que zarparía contra el Caribe español, con la misión de adueñarse de Panamá, cortar en dos los dominios españoles y acceder al Pacífico, prefacio de triunfos aún mayores.

Claro que los tiempos habían cambiado, y como la reina ya no se fiara del corsario, le dió el mando conjunto con su antiguo  amigo y socio John Hawkins, y con la fuerza de desembarco al mando del general Thomas Baskerville. Eran nada menos que 28 buques, entre ellos seis galeones reales, grandes buques construidos para la guerra, y numerosos corsarios, con casi cinco mil hombres, entre marineros y soldados, la más grande expedición enviada contra la América española hasta entonces.

El 7 de septiembre de 1595 zarpó la flota de Plymouth, y pronto se advirtió que faltaban los víveres a bordo, pese al dinero gastado ( no en vano el avaro Scrooge es un personaje británico) con lo que se pensó en una escala en Canarias para procurárselos. Así se decidió atacar Las Palmas el 6 de octubre.

Pese a que la pequeña ciudad no contaba sino con pocos y malos cañones, un puñado de soldados y muchos paisanos movilizados para la ocasión, sin disciplina ni organización, y armados sumariamente, el desastre inglés fue evidente, debiendo retirarse sin conseguir nada. Y pese a que Baskerville había afirmado que tomaría la ciudad en cuatro horas. Así que se limitaron a proveerse de agua y leña en islas y lugares apartados, pese a lo cual se llevaron algún revés por las patrullas españolas.

Puestos rumbo al Caribe, Drake decidió ir a Puerto Rico (pese a que se desviaba de los planes de la reina) esperando atrapar el tesoro de un galeón, el “Begoña”, que había recalado allí por avería en un temporal. Pero los avisos habían llegado a tiempo, y una escuadrilla de fragatas (pequeños galeones rápidos pero bien armados, invento español) al mando de D. Pedro Téllez de Guzmán fue enviada como refuerzo. Las  fragatas no sólo llegaron antes que Drake a San Juan de Puerto Rico, sino que en la travesía apresaron un buque ligero de su escuadra, con lo que supieron sus planes, llegando a San Juan oportunamente para reforzar las defensas.

A todo esto Hawkins había muerto de enfermedad, pero Drake planeó un ataque nocturno con los botes de la escuadra, incendiando de paso las fragatas. Entre la guarnición de la plaza y las dotaciones  del galeón averiado y de las cinco fragatas, los españoles apenas podían reunir 1.200 hombres contra los casi cinco mil ingleses, pero en el combate nocturno, el desastre fue evidente: de las 30 barcazas inglesas fueron hundidas al menos nueve, muriendo unos 400 hombres, por una fragata incendiada y 40 muertos los españoles.

De nuevo Drake tuvo que retirarse ante un fracaso completo, mientras las cuatro fragatas restantes llevaban sin problemas el tesoro del galeón a España.

Su ira y su frustración descargaron sobre pequeñas poblaciones españolas del Caribe, pero ya era bien conocido y sus pobladores las evacuaron, llevándose sus bienes más preciados, y emboscando a los desembarcados, que no cosecharon sino nuevos reveses, nuevas bajas y el contagio de enfermedades tropicales.

Por fin, y con mucho retraso, se decidió Drake a atacar su objetivo principal: Panamá, hallando desierta la ciudad de Nombre de Dios, pero decidiendo enviar una fuerza por tierra al mando de Baskerville mientras Drake remontaba con botes el río Chagres.

Drake finalmente no hizo nada, y los casi mil hombres de Baskerville, tras dura marcha, se encontraron con un fortín defendido por solo 70 españoles al mando del capitán Enríquez. El primer asalto fue rechazado, y entonces llegó un pequeño refuerzo de 50 hombres al mando del capitán Lierno Aguero. Poco se podía esperar de tan pocos hombres, pero su jefe tuvo la gran ocurrencia de hacer que sonaran trompetas y tambores, como si se tratara de una gran fuerza, lo que provocó la huida en desorden de los ingleses, que acosados por españoles e indígenas, perdieron otros cuatrocientos hombres entre muertos, heridos y desaparecidos, antes de reunirse con el inoperante Drake en la costa.

Desalentado, enfermo y vencido, Drake murió en su camarote, mientras algunos de sus hombres se peleaban por sus pertenencias mientras agonizaba

A todo esto, las epidemias, el hambre y las bajas en combate habían supuesto la muerte de los dos jefes: Hawkins y Drake, 15 capitanes y otros 22 oficiales, aparte de numerosos hombres. Quedó Baskerville, que decidió volver sin más a Inglaterra, tras repararse un poco en la isla de Pinos, donde fue sorprendido y derrotado por una nueva flota española, al mando de Avellaneda, y de su segundo, Garibay, especialmente, que con solo tres galeones atacó a la flota inglesa, hundiendo un  buque y apresando otro, al precio de uno español.

Solo ocho buques ingleses de los veintiocho que zarparon un año antes, lograron llegar a puertos británicos, con apenas un cuarto de las dotaciones y sin botín alguno, en una de las más desastrosas campañas que registra la Historia, y sin poderse jactar de haber vencido en la más pequeña escaramuza. Así terminó la carrera de Drake y de Hawkins, que había empezado curiosamente con otro desastre, en San Juan de Ulúa, y que, aparte del oficio de piratas (sus grandes éxitos tuvieron lugar en tiempo de paz entre España e Inglaterra, y con embajadores respectivos en Londres y Madrid, contra poblaciones y barcos poco defendidos y tomados por sorpresa), desempeñaron el de contrabandistas primero, y señaladamente, el de negreros.

Y el gran Félix de Lope de Vega y Carpio, que había embarcado como soldado en la campaña de las Terceras, y luego en la Armada de 1588, donde perdió a su hermano, no se recató en narrar toda la última y desastrosa campaña de Drake en su “Dragontea” un hermoso poema épico. En su portada, un grabado muestra al águila de los Hausburgos españoles matando a un dragón (por Drake) con el lema: “Tandem Aquila Vincit”, o en castellano: “Por fin venció el águila”.

Tal vez sea mejor que los restos de Drake se queden donde están…

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Agustín Ramón Rodríguez González el

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