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El bautismo de fuego de los submarinos españoles

El bautismo de fuego de los submarinos españoles
Agustín Ramón Rodríguez González el

Como recordará el lector, el Arma Submarina Española nació el 17 de febrero de 1915, pero y como en el país de Cosme García, de Monturiol y de Peral era imposible construirlos, se envió a Italia y a los Estados Unidos, para inspeccionar su construcción y organizar su traída a España al por entonces joven oficial, don Mateo García de los Reyes, que aparte de ser un marino probado en la vuelta al mundo de la corbeta “Nautilus”, de 1892 al 94, y veterano de las luchas de Filipinas y de Marruecos, tenía la condición de ser ingeniero electricista por la Universidad de Lieja, uno de los centros punteros de la por entonces nueva tecnología.

Don Mateo no sólo inspeccionó las obras de los cuatro buques allí encargados, sino que formó a sus dotaciones en la navegación de aquellos revolucionarios buques, en su complicado mantenimiento y en sus insólitas tácticas. El fue el impulsor en todos los sentidos de aquella nueva arma, simultaneando el mando a bordo de los primeros submarinos, con la enseñanza y la acumulación de la necesaria experiencia. Suya fue también la iniciativa de la creación de la Escuela de Buceo de la Armada, que también dirigió, junto a la creciente Flotilla, Base y Escuela de Submarinos.

García de los Reyes, ya contralmirante y Ministro de Marina.

Ardía por entonces la guerra en el Rif, y con malas perspectivas para las tropas españolas tras el “Desastre de Annual”. En concreto, la situación de los peñones de Alhucemas y de Vélez de la Gomera era muy difícil, siendo seriamente hostigados por el crecido enemigo desde las tan cercanas costas. Y es de notar que, por entonces y aparte de la guarnición, ambos lugares estaban poblados por familias de pobres pescadores que vivían de su trabajo y de un pequeño comercio con la muy cercana costa continental, desde la cual, por sus alturas cercanas al mar, era muy fácil vigilar y acribillar con tiro de fusil y de cañón ambos promontorios.

Un intento de enviar provisiones y refuerzos por mar ocasionó la pérdida del vapor mercante “Juan de Juanes” el 18 de marzo de 1922. En los siguientes días se logró pasar gracias al valor y la pericia del destructor “Bustamante” y de varios torpederos, pero la ayuda era siempre precaria y se corrían excesivos riesgos.

El 17 de abril se hallaban frente a Vélez de la Gomera, los “Isaac Peral” y B-1, al mando, respectivamente de los tenientes de navío don Casimiro Carre Chicharro y don Francisco Regalado Rodríguez, al mando conjunto del ya capitán de fragata don Mateo García de los Reyes, que arbolaba su insignia en el “Peral”. Tras un minucioso reconocimiento de la costa, que duró tres horas y durante el cual el “Peral” fue hostigado por el enemigo, llegando a reventar una granada de cañón a tres metros del submarino y a recibir éste en su casco al menos un impacto de fusil. Puestos en comunicación con la plaza, don Mateo propuso al jefe de ésta la evacuación del personal civil aquella misma noche, proyecto que fue aprobado inmediatamente.

A las 10’30 de una noche elegida por no haber luna, ambos submarinos, provistos con un botalón provisional en proa, se dirigieron al peñón, metiendo poco después el “Peral” su botalón en la Cala del Cementerio, aguantándose con las máquinas hasta las tres de la madrugada, en que la corriente hizo ya imposible continuar con la operación. Utilizando una cabria y polea, se fueron embarcando, una a una, nada menos que 66 personas, especialmente mujeres y niños. Durante toda la operación fueron hostigados por el fuego enemigo, al que contestó eficazmente la plaza.

Pero había que completar la evacuación, y de ello se encargó la noche siguiente el “B-1”, que actuando análogamente, embarcó otras 37 personas en las tres horas que duró. El 20, ambos submarinos fondeaban en Águilas y dejaban en tierra salvos a los civiles. El “Peral”, con averías, debió ser remolcado por su compañero, fondeando ambos en Cartagena el día 21. Ambos habían dejando en su base los torpedos, para hacer un poco de sitio a los refugiados en sus angostos interiores.

Evacuada la población civil y aliviada así la situación en Vélez de la Gomera, se impuso ir en socorro del de Alhucemas, igualmente sitiado por el fuego enemigo, y en el que los denodados intentos de conducir refuerzos, provisiones y aguada, se habían saldado hasta la fecha con la pérdida del vapor mencionado. Para ello se preparó una agrupación compuesta por el torpedero n° 22 ( insignia), el “Peral”, el “B-1” y el “A-3”, que zarpó de Cartagena el 2 de junio de 1922.

En la noche del 5 de junio, el “Peral”, navegando en superficie, metió la proa en la cala del Salto de la Pepa, consiguiendo comunicar con la plaza y dando las mangueras para la aguada. Pero, en aquel momento, el enemigo rompió un durísimo fuego y hubo que suspender la operación. Por un momento se rozó el desastre, al fallar el timón del “B-1”, que tuvo que maniobrar con las hélices, mientras que el “A-3”, en reconocimiento y apoyo cerca de la costa en prevención de posibles embarcaciones enemigas (algún cárabo) tuvo que retirarse, sonda en mano, entre la costa y el pecio del “Juan de Juanes”, allí hundido como sabemos.

La operación se repitió la noche del 23 de junio, abarloándose el “Peral” y el “B-1” en la misma caleta desde las once de la noche hasta las tres de la madrugada, consiguiendo meter en la amenazada posición cuarenta toneladas de agua.

El submarino “B-1”, protagonista con el “Isaac Peral”, primero de la Armada, de la evacuación y aguada de los asediados.

Como recompensa por tan difíciles como arriesgadas misiones, don Mateo García de los Reyes y los dos comandantes recibieron sendas Medallas Navales.

Y no era para menos, la peligrosidad del enemigo constaba a todos: unos años antes, el 11 de junio de 1913, a solo cinco millas de Alhucemas y por una espesa niebla, embarrancó allí el viejo cañonero “General Concha”. Batido por fuego desde la costa, el buque terminó siendo abordado por el enemigo, muriendo el comandante y 15 hombres más, siendo heridos 17 y haciéndose prisioneros a 11, por los que se pidió rescate, salvándose a nado o en un bote, el resto, una cuarentena. Y aquel cañonero era mucho más grande y alto de bordas que los pequeños submarinos de entonces, que ni siquiera llevaban cañón, y si acaso se empuñaron fusiles y pistolas por si ocurría lo peor, pero sin romper fuego para no delatarse por los fogonazos a los magníficos tiradores rifeños.

Parece que evacuar civiles de un escenario de combate o de llevar a cercados agua y provisiones no sea una tarea muy propia de submarinos, pero lo cierto es que su jefe e inspirador, don Mateo García de los Reyes, al dar su lema a la Flotilla, resumió la cuestión perfectamente: “AD UTRUMQUE PARATUS”, es decir: preparados para todo, como dando a entender que para ellos no habría misión ni pequeña, ni insólita, ni imposible.

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