Puede parecer, a primera vista, que apenas han existido corsarios españoles durante la larga lucha por los mares y océanos, especialmente desde el siglo XVI a comienzos del XIX, o que de existir, fueron figuras aisladas e irrelevantes en el fondo y muy inferiores en resultados a los enemigos que debieron afrontar en esa lucha de mas de tres siglos.
Que los hechos históricos prueban una realidad muy distinta es algo que hemos pretendido demostrar en varias entradas en este blog, pero ahora sale publicado un libro que hace un recorrido, indudablemente incompleto dada la magnitud de la tarea, sobre esta poco conocida y por ello escasamente valorada faceta de la guerra en el mar.
Creemos que bastarán unas cuantas pinceladas para mostrar esta realidad: los hechos terminantes prueban que en todas las épocas hubo muchos, muy hábiles y muy exitosos corsarios españoles, que poco o nada tienen que envidiar a los de otras naciones, que presumen de tener la exclusiva o al menos la primacía en esta forma de guerra marítima.
De paso recordamos que un corsario no es lo mismo que un pirata, aunque a menudo se confundan ambos términos. Un pirata es un ladrón en el mar, que ataca indistintamente a cualquier buque, preferiblemente los menos defendidos y de mas rica carga. Un corsario es un capitán o armador particular, que previo permiso formal de su rey, presentando una fianza y con un severo control oficial de sus actividades, hace la guerra solo al enemigo declarado atacando su comercio marítimo, pagando impuestos sobre sus presas y respondiendo de todos sus actos ante los tribunales, que pueden incluso declarar ilegales sus presas y ordenar su devolución.
Por supuesto las motivaciones de un corsario pueden ser muy distintas: desde obtener beneficios con sus presas a lograr un ascenso social que su modesto origen les dificultaba, o incluso defender mejor sus propios buques y ocasionalmente lograr una buena presa del enemigo que proporcione un beneficio suplementario a su actividad normal, o prestar su apoyo en las operaciones a las muy atareadas escuadras regulares.
Pero vayamos con una somera muestra de sus logros:
Un buen ejemplo es la “Información hecha en la villa de San Sebastián para acreditar las acciones marineras de los capitanes armadores de Guipúzcoa durante la guerra con Francia”.
En la Junta general de Azpeitia, el 15-X-1555, ante enviados del rey, declararon 14 testigos, todos capitanes y armadores, dando noticia de sus acciones y de otras conocidas por ellos.
Solo de puertos de la provincia de Guipúzcoa se habían armado entre 300 y 350 buques de todas clases, consiguiendo apresar un total de 1.400 embarcaciones, de los que unos 400 eran de gran porte, artillados con un total de 5.000 piezas de artillería y haciéndolos 15.000 prisioneros, siendo las bajas propias de mil muertos.
Otra de las misiones durante muchos años de los corsarios fue el rescate de prisioneros del enemigo. Destacó entre ellos Juan Felipe Romano, que zarpó del Grao de Valencia el 23-V-1595, a bordo de una fragata berberisca apresada por él el año anterior, llegó frente a Argel el 7 de junio y ancló de noche a la espera de los fugitivos. Tras una noche de angustiosa espera, haciéndose a la mar durante el dia para no ser avistado, a la siguiente aparecieron por fin los fugitivos, un total de 32 personas entre hombres, mujeres y niños, que lograron llegar sanos y salvos a las costas españolas. Como es bien sabido, el mismo Miguel de Cervantes, que lo intentó en cuatro ocasiones, dos de ellas por mar, no tuvo tanta suerte.
Un asturiano, Pedro Menéndez de Avilés, famoso por ser almirante y organizador de las Flotas de Indias y por la conquista y colonización de Florida, incluyendo la fundación de San Agustín, la ciudad más antigua de los EE.UU., entre otros muchos logros, empezó su carrera como corsario.
A los 16 años escapó de casa y se embarcó como grumete, y apenas tres años después compró un pequeño barco y lo tripuló con amigos, para dedicarse al corso contra los franceses. Al poco, y en aguas de Vigo recuperó por la fuerza tres presas del enemigo con su barco, pero la consagración le llegó en 1546, cuando llegó a entrar en un puerto francés para recuperar hasta el último de los 18 mercantes vascos apresados por piratas franceses y tomar al abordaje a su buque insignia allí amarrado. Ante las protestas por aquella invasión de las autoridades francesas, declaró que eran piratas, al estar por entonces ambos países en plena paz, ante lo cual cesaron en sus protestas.
Es poco recordado que el madrileño Alonso de Contreras desarrolló casi toda su actividad militar como corsario, asistiendo ya a su primer combate naval cuando era un soldado bisoño y era trasladado por mar de España a Italia, como era habitual en los Tercios.
Buscando refugio a las consecuencias de su agitada vida, pasó a prestar servicio a la Orden de Malta como capitán de una fragata (entonces las galeras más pequeñas, con solo 37 tripulantes) con la que hizo el corso por el mar Egeo y norte de África, entonces bajo el control otomano, con grandes éxitos sobre buques mucho mayores que el suyo, consiguiendo escapar ingeniosamente de los más peligrosos y logrando grandes botines.
Ya rehabilitado y con una encomienda en la Orden de San Juan, volvió a España, obteniendo reconocimientos y cargos, así como el mando de galeones en el Caribe.
Entre los corsarios españoles más eficaces destacan los de la Armada de Dunquerque, en el Flandes español, y durante casi todo el siglo XVII. Con dotaciones hispano-flamencas y utilizando por primera vez la fragata moderna de vela, cuyo diseño final se logró en esos astilleros, consiguieron demoledores éxitos sobre holandeses, franceses e ingleses, y ello pese a su limitado número.
Un informe del propio Almirantazgo de Londres en febrero de 1656 resumía la situación: “Los marinos de Dunquerque y Ostende se acercan a nuestras costas, capturan nuestros barcos a diario y nos ultrajan. Algunos de ellos dijeron a nuestros hombres que le contaran al Protector (Cromwell) que mientras él sale a buscar el oro de las Indias Occidentales, ellos saldrán a buscar su carbón en Newcastle”
Otra época triunfante de los corsarios españoles fue la “Guerra del Asiento” entre 1739 y 1748, en la que tuvo lugar la famosa defensa de Cartagena de Indias por don Blas de Lezo, cuando y pese a la inmensa superioridad naval británica, de El Caribe al Mediterráneo y según fuentes inglesas lograron hacer 1.360 presas al enemigo contra 1.249 de éstos. Y ello sin contar con las hechas a sus aliados holandeses o de otras banderas.
Incluso cuando los marinos británicos parecían barrer todo ante sí, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, hubo grandes corsarios españoles, entre ellos Miguel Villalba, de Algeciras, que con su pequeño barco “El Poderoso” o “San Francisco Javier”, poco más que una cañonera con solo tres cañones y 43 tripulantes, apresó en 26 meses de campaña en las muy peligrosas aguas del Estrecho de Gibraltar y desde septiembre de 1799, nada menos que 16 buques enemigos, con un total de 95 cañones y 293 prisioneros, incluyendo al bergantín “HMS Paisley”, un buque regular de la “Royal Navy”, con 18 cañones y 58 hombres.
Sin contar al gran Antonio Barceló, un modesto patrón de jabeque, que logró llegar a Teniente General de la Armada por sus méritos, a quien ya hemos dedicado una biografía.
Rodríguez González, A.R.: Corsarios españoles, EDAF, Madrid, 2020, 240 pp, ISBN 978-84-414-4056-2
Introducción
Capítulo I.- Corsarios del Atlántico en el siglo XVI.
Capítulo II.- El corso en el Mediterráneo.
Capítulo III.- La ordenanza de corso de 1621.
Capítulo IV.- La Armada y los corsarios de Flandes.
Capítulo V.-El corso en el siglo XVIII.
Capítulo VI.- La “Guerra del Asiento” (1739-1748)
Capítulo VII.- Derrota y victoria (1762-1783)
Capítulo VIII.- El corso en el Mediterráneo.
Capítulo IX.- Tiempos difíciles (1797-1805)
Capítulo X.- Corsarios y cañoneras después de Trafalgar (1805-1808)
Capítulo XI.- El fin de los corsarios (1808-1908)
Conclusión
Fuentes y bibliografía
Apéndices
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