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La increíble historia de Francisco Hernández. 1571…la primera expedición científica de la historia moderna

La increíble historia de Francisco Hernández. 1571…la primera expedición científica de la historia moderna
Javier Noriega el
Empresa verdaderamente grande para ponerla en competencia de Alexandro con Aristóteles; y aunque no está tan acabado este trabajo como pudiera, es un más que principio para los que quisieren llevarla al cabo; no es negocio que puedan abarcarlo las fuerzas de un solo hombre. Están estos quince tomos encuadernados hermosamente, fuera de lo que en esta librería es usado, cubiertos y labrados de oro sobre cuero azul, manecuelas, cantoneras y bullones de plata muy gruesos y de excelente labor.
Juan de Siguenza, bibliotecario de El Escorial
 
En la librería, hay una curiosidad de grande admiracion y estima, que es la Historia de todos los Animales y Plantas de las Indias OccidentáIes, con sus mismos nativos colores. El mismo color que el árbol y la yerba tiene en raíz, tronco, ramas, hojas, flores, frutos, el que tienen los animales, las hermosisimas plumas de tantas extrañas aves … cosa de gran deleite y entretenimiento, y digna del ánimo y grandeza del fundador de esta libreria, que encomendó tal empresa al Doctor Francisco Hernández, natural de Toledo, para aumentarla con novedad tan rara» 
“Este doctor se ha prometido muchas veces enviar los libros de esta obra y que nunca lo ha cumplido; que se los forme y los envié  en la primera flota a buen recaudo»
Carta del Emperador Felipe II a Francisco Hernández. México, 20 marzo 1575. 
“A la naturaleza hay que sentirla; quien sólo ve y abstrae puede pasar una vida analizando plantas y animales, creyendo describir una naturaleza que, sin embargo, le será eternamente ajena”. Carta de Humboldt a Goethe del 3 de enero de 1810.

Fue posiblemente la primera gran expedición científica del mundo moderno. Ríete tú de las exploraciones del National Geographic y del Attenborough. Aquel tal Francisco Hernández, oriundo de la Puebla de Montalban (Toledo), recorrió tozudamente kilómetros y kilómetros de Terra incógnita para descifrar los secretos botánicos que contenía aquel nuevo continente. Hernández era el primero que llegaba a América con una misión que no era diplomática, ni secreta, ni de estado, ni religiosa, cosa rara en el mundo de entonces. Su misión era total y absolutamente científica.
Era tal la oportunidad que se abría ante él. Y allí que iba, con sus lápices y sus papeles a cuestas, con su hijo mayor Juan, con varios dibujantes, escribientes, algunos curanderos indígenas, mozos de mulas y su poderosa convicción entre cejo y cejo, con pocos mapas y mucha determinación. Después de estudiar Medicina en la Universidad de Alcalá, ejerció su profesión en Torrijos y bregando en los hospitales del Monasterio de Guadalupe, en los que realizó disecciones de cadáveres y se curtía en lo indiano, todo lo que caía en sus manos en aquel centro neurálgico del nuevo mundo que se erigía en las tierras extremeñas. Ante el panorama, Felipe II le rogaba marchase a las Américas con una misión secreta. Era la época de Miguel Servet y Hernández se codeaba con lo más granado de la intelectualidad de la época.  Había que ver si en El Dorado también podrían encontrar el elixir de la “eterna juventud” o los males a las miles y purulentas enfermedades que asolaban desde hacía siglos las pétreas ciudades y los campos de Europa. Era menester y prioritario. A ver si entre tanta baya, arbusto y raíces podían encontrar remedios a muchos e importantes problemas.

Sus contemporáneos eran nada más y nada menos que Andrés Vesalio, Juanelo Turriano, Juan de Herrera y Benito Arias Montano. Casi nada. Repóker de ases, sin lugar a dudas de una época apasionante. Con ellos discutía, comentaba, buscaba libros y les pedía consejo sobre tal o cual cosa. De aquel elenco de pensadores de vanguardia no podía salir salvo algo bueno, representaban el más fiel termómetro de la España del momento. La metrópoli del mundo. Ya por aquel entonces se las manejaba al mejor estilo naturalista, pateándose, viéndoselas con el tomillo y el espliego de las sierras andaluzas. Se ocupó del jardín botánico de los hospitales de Guadalupe, observando cómo podían curar y vivificar. De la naturaleza de algunas sierras extremeñas, el gusto por el monte y la selección, el pateo y el olfateo, lo cual vendría muy bien para lo que le esperaba en América. Hernández tradujo y realizó unos amplios y ajustados comentarios científicos en castellano a una de las obras más influyentes en el conocimiento de la naturaleza en el siglo XVI europeo; la Historia natural de Plinio y Teofrasto.

Planificando la aventura en terra incognita
¿Qué debía hacer en el territorio americano?. Su misión era preguntar a los médicos y en general a todas aquellas personas, españolas o indias, que supieran algo de las propiedades medicinales de las plantas de ese territorio americano; debía escribir una relación de los vegetales de uso medicinal y tenía que informar sobre la forma de cultivarlos y especialmente de conservarlos y traerlos a toda costa a Europa. Científico reputado y cortesano, a los 56 años de edad, recibe el pase para América, así como la responsabilidad de organizar la primera gran expedición científica al Nuevo Mundo para realizar el estudio mas completo de las plantas medicinales de la época. Imagínense. Aquello, lo de viajar a la América recién descubierta, como recientemente nos decía José María Lancho, debía ser como viajar a la luna, como si fueran los ecos de la última frontera conocida. Un nuevo continente daba mucho de sí a la hora de descubrir. Toda una oportunidad. En este contexto, en el que se encuentran  tres millares de plantas mexicanas por parte de Hernández, sus resultados de búsqueda y pateo incesante de los páramos americanos. Significaba una ruptura total con el pasado, una puerta abierta al futuro. Aquellos nombres en náhuatl y otros idiomas amerindios significaban una savia nueva para el conocimiento ancestral y cuasi medieval de las especies botánicas y sus remedios medicinales.  Una ciencia, la medicina que surgía luminosamente buscando nuevos caminos tras las brumas del medioevo.

 
El mayor laboratorio de destilación del mundo
Debió ser impresionante. Al menos las fuentes nos hablan de lo fabuloso y fantástico que resultaba, del enorme esfuerzo que supuso levantar todo aquello en El Escorial. El laboratorio de «destilación» anejo a la botica del Escorial estaba dotado de un magnífico equipo que esperaban aquellas plantas. En su Historia de la Orden de San Jerónimo, allá por 1605, José de Sigüenza expone como aquello fue construido por iniciativa personal de Felipe II y habla con admiración de los aparatos instalados en sus once habitaciones; «con que se hacen mil pruebas de la naturaleza y que con la fuerza del arte del fuego y otros medios e instrumentos descubren sus entrañas y secretos”.

Su testimonio es el de un profano que ve «pruebas de cosas maravillosas», que resultaba claro que allí se obtenían «quintaesencias y aceites», se preparaban y destilaban de muy diferentes vegetales y minerales, así como preparados alquímicos, entre ellos, el llamado «oro potable». Todo aquello suponía una auténtica revolución biológica, medica y farmacéutica. Parecida es la actitud de Jerónimo de Sepúlveda: «¿A quién no admiran aquellas máquinas tan grandes de sacar aguas por vidrios?. Toda aquella factoría de destilación, aquellas calderas y alambiques, probetas y demás placebos alimentarían el inconsciente colectivo sobre los descubrimientos, incluso alquimistas, durante siglos. Se trataba de aquel gabinete misterioso, aquel taller y laboratorio del Escorial. En 1587, el mismo año de la muerte de Hernández, apareció la primera edición del libro de Francisco Valles, en la que su autor se refirió en términos muy generales e imprecisos a la expedición y a la Historia de las plantas de Nueva España, en relación con los jardines reales: «Felipe II, mi señor, ha gastado mucho dinero para que se traigan remedios medicamentosos de América y del resto del mundo y para que se cultiven en jardines plantas medicinales, así como para que se realicen estudios sobre la historia natural americana».

El rey del mundo necesita encontrar nuevos remedios, nuevas medicinas.
La auténtica impaciencia del rey por ver los resultados de la labor de Hernández en su importante misión, hizo que en agosto enviara dos órdenes casi consecutivas a su oficiales en Sevilla para que «enviáseles a esta corte las cajas en que vienen los libros que envía el Dr. Francisco Hernández … y las cajas vengan a muy buen recaudo y de manera que allá no se abran en manera alguna ni que en el camino se puedan desclavar». Como si se tratase de una película de aventuras, el rey manda a unos expedicionarios a tierras lejanas y está impaciente por ver los resultados. La imagen, en el puerto americano, estibando decenas y decenas de cajas provistas de aquella colosal expedición científica debió ser proverbial. Hernández tenia que soportar las prisas y premisas del monarca, no debía ser poca la cosa. Por esas fechas Felipe II no podía firmar con facilidad ya que sufría una fuerte artritis que le paralizaba la mano derecha. El gran monarca del mundo entraba la década de los setenta con un aspecto envejecido por las responsabilidades, por el trabajo diario y algunas de sus múltiples enfermedades que lo minaban. El futuro y la ciencia formaba parte de la solución al problema.

Eran unos 70, los médicos de cámara que estaban pendientes diariamente del Emperador. Catedráticos de Alcalá o de Valladolid, con personajes como  el famoso licenciado Mochales, médico del hospital real de Santiago o Francisco de Cocarrubias a su continua sombra. Una medicina aún antigua, que funcionaba bajo el influjo de Dioscórides, a base de remedios preparados en botica en forma de jarabes, píldoras, ungüentos y emplastes. Y por supuesto, las famosas y dolorosas sangrías. De ahí, pasábamos al aceite de Láudano o la tritura de perlas o el aceite de vitriolo, todas estas extraídas de plantas naturales. De ahí que por allí pululasen Luis de León, Francisco Holleue o Juan Vicencio, maestros en destilación obtenían plantas para experimentar, germinar, sembrar y estudiar en los alrededores de los palacios de El Escorial, Aranjuez o Segovia. Es en este contexto donde se entiende perfectamente el secreto e importante misión que tenía Francisco Hernández en América. Y junto a él, muy cerca un personaje muy curioso llamado Fragoso. Personaje que bebe del manantial de  Paracelso y que confesó haber leído su cirugía. Con continuas alusiones a Falopio o a Gesner, Fragoso por aquel entonces ya era un gran conocedor de las drogas asiáticas y su relación con las plantas que los Españoles extraían y traían por las rutas marítimas de las Indias Orientales.  Su estela influiría notablemente en la botánica del momento. Un manual, “Emfermedades contagiosas y la preservación de ellas”, de 1569, crucial para que Felipe II mandase encontrar plantas medicinales a toda costa. ¿Y si en América se encontrase las soluciones a todos esos males?.

Y a toda costa se convirtió en una gran aventura, una de esas que se torna irrepetible en la vida. A ello se empeñó Francisco en cuerpo y alma. Sin lugar a dudas hizo «el estudio de su vida». Hoy en día sería una de esas grandes expediciones publicadas a lo largo y ancho del planeta. En su momento, la ardua labor del Toledano, supuso una epopeya épica. Su saber y entender le dejó bien claro que la fauna y la flora debía ir unida en su estudio del descubrimiento de aquel nuevo continente. Junto a su impresionante herbolario, viajarían en las bodegas de los galeones las descripciones de 400 animales incluyendo mamíferos, ovíparos, insectos, reptiles y 35 minerales usados en medicina. En algunos casos viajaban por mar incluso las propias pruebas vivas. Al mejor estilo Darwin en el “Beagle”, con la única diferencia que paradójicamente la del británico fue la que pasaría a la historia y esta se produciría casi tres siglos después. Nada más y nada menos que siglos después como luego veremos.

Los resultados son impresionantes, a priori se le debe a Francisco Hernández, el descubrimiento occidental de la piña, el maíz, el cacao, las granadinas, el achiote, ají o chili, la datura estramonium, el maracuyá, tabaco y el peyote. Hernández identificó las aves en su nombre Náhualt a partir de los cuales es posible clasificarlas. Su obra, que comenzó siendo una expedición para buscar nuevos remedios «medicinales», terminó siendo la enciclopedia de historia natural más importante del mundo sobre América. Todo un legado, que hoy en día, definiríamos, como único. Y tuvo unas consecuencias singulares.

El empeño de Hernandez por la gran obra naturalista

Hemández reiteró su promesa, indicando que eran dieciséis los volúmenes que iba a remitir y que se enviarían prontamente. El envío se hizo finalmente en la última semana de marzo de 1576, hecho sobre el que informaron al monarca casi simultáneamente el virrey Henríquez de Almansa, los oficiales reales de México y el propio expedicionario. “Entregados tengo a los oficiales reales, para que envien a V.M. con el armada que al presente está para partir, diez y seis cuerpos de libros grandes de la Historia Natural de esta tierra», decía éste en su carta. Y volvía, posiblemente tras terminar o al menos dejar medio terminada aquella impresionante obra de arte; «No he respondido a la carta de V.S. esperando se acabase primero la del Libro de los animales de las Indias, el cual no he dexado de las manos un solo día hasta acabarle». Tras elliber unus, relativo a los cuadrúpedos, se transcriben los de las aves, reptiles, insectos y animales acuáticos y, por último, el de los minerales.

«No van tan limpios, ni tan limados, o tan por orden (ni ha sido posible) que no deban esperar la última mano antes que se impriman, en especial que van mezcladas muchas figuras que se pintaban como se ofrecían». la fechada el 31 de marzo de 1574 decía, por ejemplo: «Yo he andado casi un año cuarenta leguas a la redonda de México por diversos temples de tierras … en la cual peregrinación acabé y mejoré casi siete volúmenes de plantas pinctadas y otro de muchos linajes de animales peregeinoa, sin [contar] otros dos volúmenes que vinieron en esquizos o pinturas pequeñas». Un apasionado por hacer correctisimamente su trabajo. Su obsesión por el detalle, le lleva hasta a elegir las cajas de colores, el color exacto de las vayas, los plumajes carmesís y cobaltos de las aves. La Historia de las plantas de Nueva España, en la versión latina que Francisco Hernández envió a Felipe II desde México en 1576, estaba compuesta por un texto de 893 páginas y por un elevado número de pinturas que ocupaban la mayor parte de las 2.250 destinadas a las ilustraciones.

En concreto, había 2.071 páginas dedicadas a imágenes de plantas, frente a 179 con figuras relativas al estudio de los animales y a otros textos hernandinos, principalmente a las Antigüedades. Así lo explicaba el propio autor, como ya hemos visto, en su carta al rey fechada el 24 de marzo de 1576: «Van mezcladas muchas figuras que se pintaban como se ofrecían, las cuales pertenecen y se han de pasar a la Historia y Antigüedades…». Por otra parte, en esta misma carta le decía que «algunas cosas van debujadas dos o más veces, o por no mirarse en ello, o por mejorarse la pintura o por pintarse en diversas tierras y edades». Francisco se entregó en cuerpo y alma a su trabajo. Cumplió con creces el deber a su rey y en su enfoque naturalista, curiosamente lo hizo con una visión tremendamente actual, moderna, desarrollándola desde una amplia perspectiva de naturalista y no como una mera contribución aplicada a la materia médica: «No es nuestro propósito -afirmó explícitamente- dar cuenta sólo de los medicamentos, sino reunir la flora y componer la historia de las cosas naturales del Nuevo Mundo, poniendo ante los ojos de nuestros coterráneos, y principalmente de nuestro señor Felipe, todo lo que se produce en esta”. Y a bien que lo hizo.
El compendio de historia natural, una forma de dibujar el mundo
“De los borradores y rascuños que se pintaron en los campos, discurriendo por soledades y desiertos, se adornaron lienzos de pinturas que están en la galería y aposento de Su Majestad en San Lorenzo el Real». Las moradas más íntimas de uno de los señores del mundo estuvieron decoradas con los nuevos dibujos que mandaba traer de las nuevas especies de las Indias. El omphalos desde el que se impulsaban las directrices del imperio estaban presentes las maderas, fauna y flora del futuro. Hasta  su regreso a la península ibérica en 1577, Franxisxo, residió en la ciudad de México ocupado en ordenar los materiales recopilados, realizar experimentos sobre las propiedades terapéuticas de los vegetales y reordenarse, redactar y compilar de manera definitiva su trabajo en los últimos años. La Expedición Botánica a Nueva España no era un hecho aislado, formaba parte de la historia, de un panorama político determinado y de una evolución científica en las que se realizaba el diagnóstico de un nuevo horizonte. De esta manera, la historia, la política y el arte están íntimamente ligados en el estudio de Francisco, tal y como hicieron posteriormente el Marques de la Condomine francés en 1751, el sueco Pehr Loefling en 1757 o el inglés James Cook en el siglo XVIII o el mismo Darwin en el XIX. Con una importante y singular diferencia.  La historia porque es evidente que hablamos de una época pasada; la política porque España construía o dibujaba un imperio en el mundo, pero en el caso del Español de forma pionera varios siglos antes. Una consecuencia de extraordinario valor de futuro.

Con el descubrimiento del Nuevo Mundo, las expediciones científicas a América se inician en España a lo largo del siglo XVI y tienen estas maravillosas consecuencias para el mundo conocido.  Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, José de Acosta y Bernabé Cobo son un buen ejemplo de ello. Podríamos haber contado con cualquiera de ellos una historia parecida. En vez de México, el escenario podrían haber sido las tierras del Perú, Antillas, Guatemala y Venezuela. Conquistadores, frailes, cronistas y viajeros del Nuevo Mundo escribirán sus relatos de la naturaleza y los nuevos hombres, que pisan aquellas tierras envían informes para España. El simple hecho de imaginar el ambiente de incertidumbre, desconocimiento, mitos y rumores, realidades y miles y miles de kilómetros de naturaleza virgen se hace apasionante. Paradójicamente, los ritmos, los ciclos de la historia fluyen lentos, acompasados y la abundante información que se produce a lo largo del siglo XVI no tiene demasiada repercusión en el viejo continente, pero poco a poco se irán integrando los productos naturales americanos en la alimentación, farmacopea e incluso en la industria y artesanía europea.

La primera descripción de los volúmenes de Hernández fue por parte de José de Sigüenza, bibliotecario del Escorial de Felipe II, en su Historia de la Orden de San Gerónimo escrita en 1605. En la misma nos deja bien claro el valor de la obra del Toledano, su terrible viveza y actualidad :«Hay una curiosidad de gran estima, digna del ánimo y grandeza del fundador de esta librería. Esta es la historia de todos los animales y plantas que se han podido ver en las Indias Occidentales, con sus mismos nativos colores. El mismo color que el árbol y la yerba tiene, en raíz, tronco, ramas, hojas, flores, frutos. El que tiene el caimán, el araña, la culebra, la serpiente, el conejo, el perro y peces con sus escamas; las hermosísimas plumas de tantas diferencias de aves, los pies y el pico … cosa que tiene sumo deleite y variedad en mirarse, y no pequeño fruto para los que tienen por oficio considerar la naturaleza, y lo que Dios ha criado para medicina del hombre, y las obras de la naturaleza tan varias y admirables. El mismo color que el árbol o la yerba. El caimán, la culebra o las hermosísimas lumas de las aves… Sin lugar a dudas los colores del naturalista tuvieron que causar un gran impacto en su momento. Leerlo en la actualidad es todo un deleite.

Encomendó el rey está aventura al doctor Francisco Hernández, natural de Toledo, hombre docto y diligente, que, como dice en un proemio, pasando en Indias muchas penalidades y esfuerzos en poco más de cuatro años. “Con el buen orden que puso y con no descansar lo que se le había encargado y con los recados y poderes que el rey llevaba, escribió quince libros grandes de folio, en que dió, como narran las fuentes, grande noticia de todo lo que hemos dicho. De suerte que en unos puso la figura, forma y color del animal y de la planta, partiéndolo como mejor pudo, y en otros, a quien cada cosa, las calidades, propiedades y nombres de todo, conforme a 10 que de aquella gente bárbara y de los españoles que allá han vivido, nacido y criándose pudo colegir; sacando unas veces por el discurso, otras por buenas conjeturas, la razón de lo que buscaba, ansí en los nombres, como en calidades, virtudes y usos, según 10 había aquella gente probado. Hizo fuera de estos quince tomos, otros dos por sí: el uno es el índice de la plantas”…

A Su Majestad finalmente le fueron entregadas plantas vivas, simientes, raíces, herbarios, pieles, plumas, animales disecados, minerales, pinturas de animales y vegetales y treinta y ocho volúmenes con textos y dibujos. Hernández quería transcribir toda la información que poseía sobre toda la naturaleza que había estudiado y por ello manifestó su disgusto con la idea real, exclusivamente práctica, de redactar un manual de fármacos.
Tanto esfuerzo al olvido…
Cuando regresó a España, a finales de 1577, desconocemos porque no consiguió publicar su Historia Natural de Nueva España. Lo que si hizo de inmediato es presentar su elaborado memorial a Felipe II donde daba cuenta de la labor realizada durante esos siete años. Puntilloso hasta el extremo en su trabajo, el explorador reconocía la necesidad de una revisión y puesta en orden de sus materiales antes de proceder a su edición. ¿Cuales serían las expectativas de Felipe II con la obra de Hernández?. Algo debió ocurrir, pues en 1580 ordenó que el médico napolitano Nardo Antonio Recchi redujese una copia del trabajo de Hernández a cuanto se refiere a usos médicos y los escribiese en estilo sencillo. ¿Qué buscaba realmente Felipe II con aquella interpretación del Toledano?. ¿Y con aquel compendio?. Máxime cuando la obra que utilizarían y el reconocimiento que darían los naturalistas europeos tiempo después se debería al Español.

La Historia Natural de Hernández, no fue editada sino doscientos años después. Tanto esfuerzo, tantos anhelos quedaban en el olvido, pero como tantas otras obras importantes en la historia de la humanidad, el conocimiento riguroso tendría su efecto. Tras la reelaboración de Recchi del estudio de Hernández, el nuevo compendio se depositaría en El Escorial, con la mala suerte que sufriría un aparatoso incendio. El manuscrito sería reutilizado, y publicado por Francisco Ximénez, dominico mexicano del hospital de Oaxtepec, que hizo algunas modificaciones y agregados a la obra. La copia del manuscrito que se llevó Recchi de vuelta a Nápoles, con su cuerpo de ilustraciones, también sería utilizada en 1603 por la recién creada Academia di Lincei, que inició su publicación junto con otros trabajos y comentarios añadidos, e impulsada a última hora por el español Alfonso Turriano, negociante en Italia. Todo aquello vería la luz definitiva en 1651. Como podría imaginar Hernández las vueltas que daría su obra.

Y no se quedó ahí la cosa. El naturalista Español conservó en su poder copias y borradores de sus trabajos. Un borrador de su Historia Natural pasó en algún momento a manos de los jesuitas y al Colegio Imperial de Madrid, y en el siglo XVIII, con motivo de la expulsión de los jesuitas del territorio español, renació el interés por las obras del naturalista, recuperándose or otro lado ara para la ciencia. La obra de Francisco Hernández en Nueva España, el redescubrimiento del manuscrito y una selección de especies a partir de su ingente trabajo fue motor y parte de la actividad científica recuperada en España en el siglo XVIII, e inspiró en cierta medida una de las expediciones de naturalistas a América que caracterizaron ese período, la llamada Expedición  a Nueva España de Sessé y Mociño, le debe su sustrato al Toledano. Sin detenernos en esta cuestión, indicaremos únicamente que la semilla de Hernández despertó sumo interés entre científicos españoles de primer rango, como Juan de Herrera, Francisco Valles y José de Acosta, así como el existente en los ambientes en torno a las principales cabezas europeas del estudio de las plantas “exóticas” o “peregrinas”: el italiano Ulises Aldrovandi y el flamenco Carolus Clusius.

La primera noticia procedente de la obra de Hernández que llegó a ser impresa la publicó Fabio Colonia en su Phytobasanos (1592). El primer texto hernandiano impreso fue el Index medicamentorum Novae Hispaniae, apareciendo traducido al castellano como apéndice del tratado de medicina que Juan de Barrios publicó en la ciudad de México el año 1607. También se imprimió en México la primera edición del compendio de Recchi. La publicaría en 1615 traducida al castellano, con el título de “Quatro libros de la naturaleza y virtudes de las plantas y animales que estan recevidos en el uso de la Medicina en la Nueva España”, el lego dominico Francisco Ximénez.
Dos siglos después, la botánica de Francisco Hernández resurge..
Como hemos visto, el rigor científico de Hernández tuvo al final su recompensa. El inicio de la asimilación en Europa de las aportaciones de la Historia de las plantas de Nueva España puede situarse en la labor de Jan de Late, director de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales. Tanto trasiego de plantas y de mercancias oor las rutas de intercambio tiene estas cosas, que hay gente que se interesa por esto u por aquello. Fue el punto de partida de una larguísima serie de obras que citaron, resumieron o reprodujeron descripciones del naturalista Español, en su práctica totalidad procedentes de la Historia Naturae, de Nieremberg, y, sobre todo, de la edición romana de la selección de Recchi. Entre dichas obras se encuentran los títulos de mayor relieve de la botánica y la materia médica prelinneana, como el de Robert Morison (1699), de Joseph Pitón de Tournefort (1700), de Étienne François Geoffroy (1741) y, sobre todo, Historia plantarum 1686-1704) de John Ray, considerada esta última uno de los grandes hitos de la historia de la Botánica y en donde el autor hace justicia poética y sobre todo, científica al recordar profusamente la labor de Francisco Hernández siglos atrás. Podría ser que el monarca prudente no valorase lo suficiente aquella obra ingente. La historia, como estamos viendo, si lo hizo.

Cuando murió Recchi, sus herederos vendieron su trabajo a un gran mecenas de la cultura, el príncipe Federico Cesi, uno de los pioneros de la utilización de la sistemática vegetal y la personalidad más influyente de la Academia dei Lincei. Se redactó entonces el Rerum Medicarum Novae Hispaniae Thesaurus, o lo que es igual, “Tesoro de las cosas medicinales de Nueva España”, conocido por el mundo científico, a partir de entonces, como “El Hernández”…su influjo, a modo del mito del eterno retorno, cerraba el circulo, además con un título sugerente y descriptivo de la verdadera obra que forjó. La obra fue editada entre 1630 y 1651, muchos años después de la muerte del médico-naturalista español, acaecida en 1587.
Debido a sus modernos planteamientos, la influencia de Hernández en la botánica fueron enormes y sobre todo, el valor de ser el autor de la primera expedición científica de la historia moderna. Figuras de la botánica, citaron  de años posteriores citaron con profusión su obra y reprodujeron en sus propios textos muchos fragmentos escritos por el naturalista español; en este sentido podemos citar los escritos de figuras como Ray, Jussieu, Tournefort e incluso Linneo. Finalmente, uno de los aspectos más destacados de la impresionante labor hernandiana es el de haber sido responsable de la introducción en la farmacia europea de algunos importantesremedios vegetales. Toda una gesta científica que ahora recordamos en espejo de navegantes y que también pueden disfrutar enormemente con el CSIC y su profesor José Pardo Tomás o Jose María López Piñero, que nos cuentan maravillosamente bien su historia en “Francisco Hernández; protomédico” o en la influencia del doctor en la Constitución botánica de la era moderna. También, a pesar del olvido que existe sobre aquella epopeya científica que construyeron históricamente, también en ocasiones los científicos Españoles ahora les recuerdan. LA epopeya de Francisco Hernández se lo merece.

El 26 de junio de 1575, «por mandado del Rey Don Filippe nuestro señor, entregó a Hernando de Beibiseca,  el guadajoyas de S.M…. así como la librería real de S. M. a la biblioteca del Escorial”. Por el testamento de Hernández, redactado en mayo de 1578, sabemos que «los XVI cuerpos de libros de yerbas e animales de las Indias … Su Majestad los tenía en sus guarda”.
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