Dos vehÃculos remotos descenderán hacia el abismo marino junto al Ocean One, hasta los 91 metros, en los que se sitúa este pecio. Tres pilotos (uno por cada vehÃculo) marcan profundidades y coordinan sus movimientos, mientras el resto asiste por las pantallas al desarrollo de las gráficas o mira en el monitor el abismo marino que se tragó la fragata del Rey Sol. En la penumbra aparecen fantasmales los cañones y objetos de los marineros que descansa en este cementerio marino.
Vincent Creuze, del Laboratorio de Informática, Robótica y Microelectrónica de la Universidad de Montpelier (el Lirmm) coordina la operación que involucra al Perseo, un ROV de clase 2 diseñado para trabajar a 600 metros, y al Leonard, un pequeño y muy versátil aparato construido por el propio Creuze y que será quien guÃe al Ocean One hacia el punto excacto donde le esperan más de tres siglos de historia. Es un viaje al pasado y al futuro al mismo tiempo.
Pero es el primer viaje del Ocean One fuera de la piscina de la Universidad de Stanford donde fue creado. Es el prototipo de la más avanzada robótica aplicada a entornos hostiles. Los robots de Khatib son «human friendly», como nos dice, siempre sonriente, y están destinados a ayudar a operadores humanos donde el riesgo es mayor: entornos radiactivos, geológicamente inestables, el fondo del mar, las minas, los polos… «El hombre pone su cerebro y su destreza y el robot, el trabajo». Bajo 90 metros de agua la presión, la temperatura y las corrientes ponen a prueba la pericia del equipo de seis personas, incluido un piloto especializado. Los mandos hápticos permiten que las manos del piloto sientan con los sensores del robot.
“Tenemos un problema”
Toda misión de gran complejidad se enfrenta a problemas, y este viaje a la Lune no será una excepción. El piloto del robot, Gerald Brantner, acaba fuera de combate por un problema en los oÃdos que el movimiento del barco agrava. Le suple otro miembro del Stanford Robotics Lab, Brian Soe. Hay tensión en el ambiente. El equipo vive la inmersión con la sensación de asisitir a un momento único.
Finalmente, el robot surge en las pantallas en el punto exacto previsto.  Ahora sÃ, viendo al robot con sus ojos abiertos moverse entre los cañones de hace 350 años, el viaje en el tiempo se completa. El futuro contempla un lugar del pasado. Funciones a pleno rendimiento.
El desarrollo especÃfico del Ocean One ha costado tres millones de dólares, pero no habrÃa sido posible sin los años previos de investigación de Khatib en Stanford. Ocean One tiene, en la jerga robótica, 24 grados de libertad, es decir 24 lugares en los que se puede aplicar torsión o permiten navegar. Tiene 7 en cada brazo más dos en las manos, 6 en el cuerpo y dos más en la cabeza. Le permiten los movimientos más precisos en el agua.
La misión del robot en la Lune es un pequeño paso pero permitirá un gran salto: la investigación completa de los restos de la sociedad francesa del XVII que quedaron atrapados en el naufragio y esperan a los arqueólogos para mostrarles -como nunca antes- cómo era la vida, cómo vestÃan, que utensilios embarcaban, como se armaban, tanto los nobles como los grumetes.
Su destino está en las manos prensiles del Ocean One, en sus circuitos fluyen algoritmos matemáticos que mueven los engranajes adaptados con un circuito de aceite que compensa la enorme presión bajo el mar. Un paso más allá de los lÃmites hasta ahora alcanzados o soñados por la arqueologÃa. Miles de pecios quedan al alcance y podrán ser investigados como merecen, con los más altos estándares cientÃficos.