Llegó Manzanares a Las Ventas y puso el primer coso del mundo boca abajo. Sin discusión, con el temple, el empaque, la elegancia y el ajuste como estrellas en su traje de comandante en plaza. Vino a una corrida, todo a una carta, aunque la realidad es que saliera bien o mal pocas cosas se iban a mover en su carrera ni en su caché. Pero salió bien y las cosas se moverán, vaya si se moverán. Cara en la moneda que lanzó al aire ante ese dechado de bondades que fue el quinto toro de Victoriano del Río de la corrida de Beneficiencia. Tremenda la faena, de arriba a abajo, completa desde que se abrió de capote con la inusitada lentitud que dio a sus verónicas aires majestuosos.
Llegó Manzanares en su única tarde y reventó la Feria ya en su final, en el paréntesis, con los de Victoriano del Río, de la semana torista, el que servía de puente entre los diablos de Saltillo y los Cuadri del jueves 2 de junio. Y a hombros se lo llevaron con dos orejas cortadas con una rotundidad que emanó de la felicidad de más de veinte mil almas. Le acompañó por la Puerta Grande el joven Lopez Simón, pero sus dos orejas son otra historia.
“Se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó a parar”.
Entre barreras
por
Ángel González Abad