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Blogs Entre barreras por Ángel González Abad

Enrique Ponce, heredero del sueño de don Leandro

Rosario Pérez el

Sus venas portaban la sangre del arte. Aquello que Leandro no pudo ser traspasó incluso la frontera de sus sueños de la mano de su nieto, Enrique Ponce, TORERO en mayúsculas.

Leandro Martínez cumplió el día 13 cien años. Un siglo de vida en la que ha alimentado (¡más si cabe!) la afición de Ponce. Ni futbolista ni ingeniero, el abuelo suspiraba por que su ojito derecho hiciese el paseíllo en Valencia y Madrid, Sevilla y Bilbao, México y Bayona. Barbilampiño aún, el abuelo, radiante de felicidad, lo vio desfilar con un vestido blanco de estreno que le haría Justo Algaba como a los grandes.

El propio torero y Andrés Amorós nos resumen en la espléndida obra «Enrique Ponce, un torero para la historia» (La Esfera de los libros), que acaba de abandonar chiqueros para saltar al ruedo de las librerías, la vida de Leandro y que Paco Villaverde glosó en «Enrique Ponce, nieto de un sueño».

Así lo cuenta el crítico taurino de ABC: «Nació en Motilla del Palancar (Cuenca), en 1913. Trabajó como aprendiz de barbero. Su afición nació leyendo las crónicas taurinas de don Gregorio Corrochano, en ABC. Intentó ser novillero, con el apodo de El Motillano: actuó en la parte seria de la banda El Empastre, vivió el ambiente taurino en la capital valenciana, admiró al elegantísimo Félix Rodríguez (entrenaba con su mozo de espada, Pancheta). Fue soldado en la guerra civil; al concluir, pasó unos meses en un campo de concentración francés. Volvió a Valencia y al a peluquería, se casó y dejó la profesión taurina, pero no la pasión…»

El maestro valenciano derrocha admiración y elogios para esa mitad de su alma que es el abuelo Leandro. Así habla en su biografía: «Ha influido muchísimo en mi vida, no solo como persona sino como torero. He andado con él desde niño, somos como uña y carne. Él me enseñó a torear y con él aprendí a amar y respetar el toreo; gracias a él soy torero. De donde vengo, de Chiva, no hay mucha afición a los toros, ni siquiera hay plaza, y fue mi abuelo quien me metió el toreo en las venas y en la cabeza».

Aún recuerda Ponce cuando un día de verano, mientras jugaba con sus amigos al toro, el abuelo les sorprendió con unos capotes y unas muletas. Ante su mirada atónita, el entonces Enriquito movió las telas con la magia de un niño prodigio.

A partir de entonces, don Leandro presumió del nieto precoz en los mismísimos callejones de las plazas de toros, como una tarde en la que Ponce ensimismó a Manolo Arruza, Manili y Victoriano Valencia (el destino los uniría después…) toreando almohadilla en mano en Utiel.

Todas esas y muchas más anécdotas se narran en «Enrique Ponce, un torero para la historia», que se ha presentado este viernes en plenas Fallas de Valencia. Dos días antes, los tributos fueron para el abuelo, raíz de la tauromaquia del nieto. ¡Felicidades!

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