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Blogs Entre barreras por Ángel González Abad

El penúltimo cartucho de pescao de Pepe Luis

Rosario Pérez el

Ni una mala palabra sobre Pepe Luis Vázquez. Ni de frente ni de costado. De nadie. En un mundo en el que sobra hipocresía y desnaturalización, cuesta recordar una sola persona para la que todo sean parabienes. Y en el cuadro de honor aparece el maestro de San Bernardo. Para aquellos que no pudimos verlo torear y que nos refugiamos en el estudio de fotografías antiguas, en la lectura de crónicas tan viejas como vivas, el toreo de Pepe Luis lo elevamos a una cumbre sin parangón. Si su toreo enamoraba era porque sencillamente se torea como se es. Cuentan que no cabían mayor naturalidad, más temple ni inteligencia. Torería en definitiva.

Dicen Curro y Camino que Pepe Luis era la bondad, el caballero que nunca dijo una palabra más alta que otra, ni una voz, ni un grito. Suavidad en todo, abriendo caminos. Sin buscar la fama, porque como dijo en ABC, “no quiero más monumentos que los que tengo, mis hijos y mis nietos“. Ellos eran la pasión de un hombre que murió recitando versos a Mercedes, el amor de su vida.

Si la primera mirada es la que cuenta, quien esto firma no olvidará aquel mayo de 2002 en que, bajo el azulejo que se descubrió en Las Ventas en su honor, sus ojos y su verbo me contagiaron de emoción. Entendí las nostalgias de abuelos como Mateo y Francisco, de esa rememoranza eterna de un Pepe Luis de toreo inmortal. El bautizado como Sócrates de San Bernardo evocó a tres figuras que marcaron su carrera: Marcial Lalanda -«en la tarde de su despedida, cuando salíamos a hombros, los aficionados de Madrid decían: «Que te vas Marcial… Pero queda éste»»-, Antonio Bienvenida -«los dos nos vestimos de luces por primera vez en Algeciras»- y Manolete -«compañero cientos de tardes y amigo hasta su muerte»-.  

Desde este domingo (fecha tan torera tenía que ser), en el patio de cuadrillas del cielo se lían el capote de paseo cuatro grandes del toreo. El último en llegar ha sido Pepe Luis. En el más allá, suena la penúltima melodía del arte. Quién sabe si un nieto del mismo nombre cumplirá el sueño bendecido por el abuelo de llevar a la Maestranza el cartuchito de pescao del maestro.

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