Pobrecitos pobres

La iglesia argentina ha tomado la palabra. Tras llamarse a silencio para evitar enfrentamientos peores a los vividos con Néstor Kirchner, los obispos vuelven a tener protagonismo.
El 9 de julio, fecha de la independencia Argentina, el arzobispo de Tucumán, Luis Villalba, habló de los pecados de la soberbia, la prepotencia y el desprecio. También, de las bondades del diálogo, de la paz y de la felicidad.
La presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, le escuchó sentado en el primer banco de la catedral muda. Prefiere oír, ver y callar ante él que hacerlo frente a Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires señalado por el dedo acusador del matrimonio Kirchner como un enemigo.
Hace un par de días otro prelado, Monseñor Casaretto, denunció que la pobreza se ha disparado al 40 por ciento. La cifra no es desconocida por los argentinos, esos dígitos son los que se manejaban en el 2001, en vísperas del batacazo económico, político y social de Argentina.
Cada cuál que saque sus conclusiones pero cualquier dirigente con una pizca de sentido de común tendría prisa para frenar la hemorragia de pobres.