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Blogs El talón de América por Carmen de Carlos

Bin Laden y Raúl Reyes, afinidades selectivas

Carmen de Carlos el

Recuerdo a Álvaro Uribe en un impresionante careo, en República Dominicana, para explicar la muerte de Raúl Reyes. Las tropas colombianas habían bombardeado el campamento del por entonces número 2 de las Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y matado a 26 de sus acompañantes (marzo del 2006). La guerrilla terrorista más antigua del continente estaba instalada, plácidamente, en territorio ecuatoriano. Al otro lado de Colombia tenía diferentes puestos o refugios donde los “insurgentes” se sentían seguros. Creían que el principio de soberanía territorial garantizaba su inmunidad. Los soldados colombianos arrasaron el campamento, incautaron ordenadores y concluyeron la bautizada Operación Fénix sin pedir autorización a Rafael Correa. El presidente de Ecuador estuvo ajeno al fuego mortal desatado en su país hasta que fue un hecho consumado. Colombia no se fiaba de él. Juan Manuel Santos, actual jefe del Estado, era el ministro de Defensa.

Uribe, que dejó el cuerpo de Reyes en tierra firme, dio la cara. El presidente se empeñó en hacerse entender, en aquella cumbre de  Santo Domingo, donde fue sometido a un escrutinio de tercer grado. Hugo Chávez, Daniel Ortega, Evo Morales y Correa le acribillaron a reproches sin descanso. El colombiano devolvió todas las embestidas con documentos y pruebas de cargo contra los países vecinos (Ecuador y Venezuela) por su complicidad, por acción u omisión, con las Farc.

La semana pasada Barak Obama protagonizó con Osama Bin Laden la versión “made in USA” de la película anti terrorista. La tituló “Operación Gerónimo”. Salvando las distancias -en tiempo, espacio y estilos para matar de las Farc y Al Qaeda- las similitudes no son pocas. Si Bin Laden volaba edificios con suicidas, las Farc colocaban collares bombas en sus centenares de secuestrados. El primero era una amenaza para la humanidad y Raúl Reyes para Colombia.

En ambos casos son comprensibles las decisiones de los Gobiernos de Bogotá y de Washington. Hasta se podría hablar de su derecho legítimo pero ninguno cumplió con el derecho internacional. Esto es, con la ley o, dicho de otro modo, con la obligación de dar un juicio justo a los criminales. Los dos hicieron justicia por propia mano, los dos renunciaron a sentar en el banquillo a los asesinos  y, en cierto modo, los dos -por mucho que se les comprenda- serán culpables de que mañana otros se pasen por el arco del triunfo la verdadera Justicia.

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