Arde internet de pasión antitaurina, mezcla de ingenuidad, buenas intenciones y algo de estupidez. De ésta última rescato una perla cultivada de una internauta en La Vanguardia: “No se prohíben los toros, prohíben asesinar toros”.
Pocos antitaurinos llegan al extremo de confundir al toro con el ser humano haciéndole susceptible de ser “asesinado”. Pero sí es cierto que la argumentación antitaurina está trufada de la idea de los “derechos” de los toros. Y es ahí donde radica su problema, su contradicción y, en bastantes casos, su hipocresía.
Es posible que ello fuera deseable en un mundo ideal, pero, de momento, los animales no tienen derechos, ni siquiera el de la muerte sin sufrimiento. Y no tiene sentido alguno atribuir esos supuestos derechos a los toros mientras no se hace lo mismo con el resto del reino animal.
Que los toros mueren tras largos minutos de sufrimiento en la plaza, me parece innegable. Lo mismo que la inmensa mayoría de los animales utilizados para consumo humano, empezando por todos y cada uno de los criados para tal fin en las granjas que mueren tras una vida infinitamente peor que la de los toros y tras el terrible paseíllo de los mataderos. La única diferencia es que el sufrimiento de unos, los toros, es pública, y el de los otros, no.
Como dice Jordi Barbeta, también en La Vanguardia, “yo prefiero reencarnarme en el toro de lidia antes que en el pollo a l´ast”. Pues yo también, Jordi, y no te digo nada de todos esos mariscos que mueren a fuego lento en los restaurantes. ¿Habrá calculado alguien cuánto tardan en morir? ¿Tanto o más que los toros?
Antitaurinos