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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

Carta de una joven ucraniana desde Moscú

Escrita en los duros días del Maidan antes de emigrar a Estados Unidos

Carta de una joven ucraniana desde Moscú
Francisco López-Seivane el

Llevamos meses leyendo y escuchando la opinión de expertos y estrategas sobre el enrevesado conflicto ruso/ucraniano, muchas veces proveniente de gentes que no han pisado jamás aquella tierra y hablan por boca de ganso. Es evidente hasta para los legos que se trata de un movimiento geoestratégico de altos vuelos entre Rusia, por un lado, y Europa, por otro, siendo Estados Unidos el tercero en discordia, ya que los intereses americanos en el caso no coinciden exactamente con los europeos, aunque ambos se presenten ante la opinión pública como aliados de la misma causa.

Sin embargo, apenas se ha oído al hombre de la calle, a los ciudadanos de a pie, a aquellos que sufren la tragedia en sus propias carnes y contemplan con pavor el fantasma de la guerra. Tengo una buena amiga ucraniana que se trasladó a trabajar a Moscú hace unos años, impulsada por el éxito de su labor en los medios de comunicación ucranianos. Se trata de una joven muy preparada, trabajadora y con un talento innegable. Vivió en la distancia moscovita el desarrollo del conflicto en su país, desde las primeras manifestaciones del Maidan hasta los enfrentamientos armados posteriores, pasando por la rocambolesca secesión de Crimea. En su día me escribió una carta que no me resisto a publicar ahora, ya que podría haber sido escrita ayer mismo. Pensaba omitir su nombre e imagen por una elemental cuestión de seguridad, pero insiste en que escriba su nombre y publique su foto, ya que no le tiene “ningún miedo a los rusos”. Es esta bravura de los ucranianos la que está ganando los corazones en todo el mundo.

La Plaza de la Independencia de Kiev durante los duros días del Euro Maidan

“Ha sido muy duro. Desde diciembre he seguido de cerca todas las noticias de Ucrania, mientras observaba el proceso de lavado de cerebro que se iba desarrollando aquí, en Rusia. He de admitir que lo están haciendo muy bien: los programas sobre el ‘terrorismo’ y el ‘genocidio’ ucraniano se suceden en todas las cadenas sin parar, hechos con la misma técnica que las producciones de Hollywood. Tengo amigos en las principales cadenas de televisión rusas que producen todas estas mentiras. No paro de preguntarles por qué lo hacen sabiendo que no es verdad. ‘¿No os dais cuenta, les digo, de que las víctimas de Ucrania no son producto de una guerra real, sino fruto de la desinformación que vosotros propiciáis?’. Se encogen de hombros y me dicen que “la gente rusa no quiere programas culturales, el tema de moda entre la mayoría de los espectadores es Ucrania, así que nosotros producimos lo que ellos quieren ver”. La gente aquí vive con miedo. Llevan generaciones, cientos de años, viviendo con miedo. Es un temor genético con el que vivirán siempre. Prefieren la ‘seguridad’ -o ‘estabilidad’, como la llaman ellos- antes que la libertad, pero se trata de una seguridad ficticia, creada por buenos hacedores de discursos. Los rusos vivirán siempre con miedo. Este es mi último mes aquí. He decidido dejar mi trabajo y abandonar el país.

“Tampoco entiendo la postura del gobierno ucraniano. ¿Por qué no responden? Están sufriendo un ataque masivo de desinformación y no son capaces de responder, de contrainformar, de unirse alrededor de una gran idea… El problema de Maidan era obvio desde el principio: nadie tenía un plan. No había estrategia, ni líder. El gobierno se limita a pedir ayuda a Europa, a Estados Unidos…, ¿hasta cuándo va a seguir mi país siendo una víctima?

Me voy. Tengo un buen trabajo en Moscú, pero la situación entre Rusia y mi país no para de deteriorarse y no quiero vivir rodeada de enemigos y pusilánimes que dedican todo su tiempo a producir noticias e historias falsas. Otro amigo mío ruso que trabajó hasta hace poco para Putin me asegura que la tremenda agresividad que está mostrando el presidente de Rusia hacia Ucrania no es más que un intento de evitar que la oposición le monte a él otro Maidan en la Plaza Roja”.

Yo traté de tranquilizarla entonces, asegurándole que Putin ya tiene lo que quería, Crimea, y que jamás invadiría Ucrania para defender a los mismos ciudadanos a quienes la madre Rusia echó sin contemplaciones de su seno, declarándoles ‘ucranianos’ por decreto no hace ni treinta años. Le dije también que lo de Putin solo era un afán de incordiar y humillar a la ‘desagradecida’ Ucrania, al tiempo que ganaba activos para ofrecerlos a cambio de quedarse con Crimea en la inevitable negociación en la que todo acabará más bien pronto que tarde, pero es evidente que estaba equivocado.

Katerina terminó marchándose de Rusia… Estoy seguro de que hoy, ya muy bien instalada en EE.UU., llora con lágrimas sentidas el triste destino de su país. ¡Ánimo, querida Katiuska! Tal vez los ucranianos perdáis la guerra, pero estáis ganado el corazón del mundo.

Europa

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