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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

Tombuctú, una leyenda viva

Convertida en base militar, no admite turistas por el momento

Tombuctú, una leyenda viva
Francisco López-Seivane el

Muchos viajeros que llegaban aquí cuando Tombuctú era visitable, atraídos por su aureola de ciudad legendaria, puerta del desierto, punto de encuentro de caravanas y mercaderes, depósito de sabiduría y escenario de grandes aventuras, sueños y bellas historias románticas, se sentían decepcionados al no encontrar más que un montón de casas de barro, calles de arena y un pueblo descuidado y decadente, meca de turistas soñadores. A mí, en cambio, me bastó perderme por sus callejuelas centenarias y adentrarme en el silencio del desierto, que aquí todo lo envuelve, para reencontrar aquel espíritu tuareg, mezcla de hospitalidad, sabiduría y corazón, que siempre fascinó a cuantos viajeros lograron arribar ‘al lugar más remoto del mundo’. Por eso me atrevo a afirmar que, en Tombuctú, la leyenda continúa.

La legendaria Tombuctú no está libre de vehículos a motor, pero son muy pocos los que circulan por sus calles de arena. Foto: FLS

Si algo les ha sobrado siempre a los tuaregs es tiempo. No tienen prisa para nada. Quizá deban a eso la increíble elegancia de su porte y los andares reposados, casi mayestáticos, que les distinguen de inmediato de cualquier otro pueblo. A mí me encanta, vaya por delante, la suavidad de sus maneras, pero lo que verdaderamente me subyuga, lo que más me intriga y fascina es la quietud de su mirada. Los ojos de estos hijos del desierto son brasas que se clavan y penetran hasta el alma. Hay fiereza, orgullo, desafío y franqueza en la forma en que te desnudan al mirarte. A muchos les incomoda ese escrutinio abierto e indisimulado, pero a ellos les sirve para saber si pueden fiarse de ti. Cuando les gusta lo que ven, te abren su corazón y se convierten en los seres más hospitalarios y amistosos del mundo. Pero no les decepciones, no ofendas su orgullo, porque entonces te retirarán su amistad para siempre. Y son malos enemigos. Que lo diga, si no, Gordon Laing, el primer europeo que osó pisar aquellas arenas, de las que jamás salió con vida.

Las horas pasan lentamente en la nada infinita del desierto. Foto: FLS

Los lugares son, sobre todo, sus gentes. Y Tombuctú creció alrededor de un pozo tuareg, algo más valioso en el desierto que una mina de oro. Aquellos esforzados nómadas, que lo visitaban con frecuencia para hacer aguadas y abrevar a sus monturas, confiaron la vigilancia y cuidado del mismo a una esclava llamada Buctú. Parece que era costumbre entre los caravaneros citarse con los mercaderes en el pozo de Buctú (Timbuctú, en tuareg), situado en una abrigada depresión entre las dunas, donde intercambiaban la sal que traían de Teghaza a lomos de dromedario por el oro procedente de las minas de Bambouk y Buré, que llegaba en pinazas por el Níger. Aquella fuente de vida perdida en el desierto creció, pues, impregnada del espíritu tuareg y en poco tiempo se convirtió en un importante punto de encuentro y comercio entre los hombres del desierto y los habitantes del Sahel. Aún existe hoy el pozo de Buctú encerrado en el corazón de la ciudad antigua.

La belleza velada de las jóvenes Tuareg forma parte del paisaje en Tombuctú. Foto: FLS

La bullente actividad comercial de otros tiempos ha decaído en la actualidad por causa de la guerra, pero me dicen mis amigos malienses que la propia guerra ha generado un nuevo y boyante conmercio. Cuando lo visité, en Tombuctú seguía muy vivo aquel latido poderoso que encontraron los primeros exploradores e inspiró los versos del poeta: “La sal viene del norte; el oro, del sur y el dinero, del país de los blancos. Pero las palabras de Dios, las cosas sagradas y las historias bonitas, ésas sólo pueden hallarse en Tombuctú”. Eran otros tiempos, claro, cuando la universidad de Sankoré deslumbraba a todo el Sahel con sus conocimientos de filosofía, teología,  matemáticas y astronomía, y las más de ciento cincuenta escuelas islámicas de la ciudad irradiaban con fuerza la sabiduría del Corán.

El amor por la escritura permanece tan vivo como siempre entre las arenas de Tombuctú. Foto: FLS

Aquel esplendor cultural quedó plasmado en decenas de miles de valiosos manuscritos y algunos incunables que han sobrevivido milagrosamente durante centurias, apilados en baúles y maletas que pasaban de una generación a otra sin abrirse jamás. Justo antes de que estallara el actual conflicto armado, el gobierno de Mali y algunas Fundaciones privadas se habían puesto manos a la obra y ya existían cuando lo visité varias bibliotecas dedicadas a catalogar, enumerar, restaurar y conservar los valiosos originales. Durante mi visita pude admirar algunos de los más de treinta mil manuscritos, muchos de ellos de bellísima caligrafía marroquí, que atesora el Centro Ahmed Baba. Allí descubrí con sorpresa que algunas de las joyas de esta biblioteca pública eran obras de autores hispanomusulmanes andalusíes, como un Tratado de Derecho Musulmán, de Abd al Haq, que data del año 1204, o unos Comentarios del Corán, del granadino Ahmed Oma, de 1241.

Los libros siguen siendo un lujo escondido. En la actualidad muchos se apilan en una biblioteca, pero aún hay muchos otros abandonados y olvidados en cualquier parte. Foto: FLS

No puedo invitarte a que lo visites porque la región vive una extraña guerra sin trincheras y el turismo está prácticamente vedado, pero si las cosas mejoraran y Tombuctú volviera a abrirse al turismo, te aseguro que se trata de un destino extraordinario.

También hay singulares mezquitas, aún vivas, en las calles de Tombuctú. Foto: FLS

Otro día seguiremos con el tema. Tombuctú guarda aún muchos secretos.

 

 

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