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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

La vieja Tallin

La vieja Tallin
Francisco López-Seivane el

Esta vez no llegué a Tallin tras una noche de traqueteo en el expreso de San Petersburgo, sino en un cómodo vuelo de Air Baltic desde Vilna. Era un día radiante, que me permitió constatar la inmensa llanura boscosa que cubre todo el territorio de los tres países bálticos. Baste decir que la mayor altura de la región apenas supera los trescientos metros.

Ya anticipé en mi reciente crónica sobre El Báltico que las tres capitales han experimentado una evolución extraordinaria desde su separación de la Unión Soviética. En el caso de Tallin, la capital de Estonia, destaca el auge del desarrollo tecnológico y digital. Solo hay que preguntarle a cualquiera en la calle por una dirección para que brote en su mano, como por arte de magia, uno de esos teléfonos inteligentes que te señalan el camino con tanta certeza como el dedo de Moisés

Pero paradójicamente, Tallin es también el bebedero de Escandinavia. Lo que era la Cuba de Batista para los americanos es ahora Tallin para suecos, finlandeses e incluso ingleses, que llegan cada fin de semana por tierra, mar y aire para vivir y beber sin freno. Después de todo, el ferry de Helsinki sólo necesita unas horas para hacer la travesía. Y a bordo ya se puede beber la cerveza sin restricciones y a mitad de precio. Todos ellos regresan muy probablemente a su país los domingos sin haberse enterado de las graves tensiones étnicas que subyacen en esa sociedad, donde un gran portentaje de la población es de origen ruso. Un 27,8 % de ellos no tienen pasaporte estonio ni, por tanto, ciudadanía europea y se niegan a pasar el preceptivo examen que las autoridades estonias les exigen para concederles el pasaporte. Sus hijos, en cambio, crecidos en libertad y democracia, se consideran ‘rusos estonios’ y no quieren ni oir hablar de Rusia. Unos y otros conviven juntos, pero no revueltos. Como el agua y el aceite.

Calle típica del centro histórico, con sus fachadas en tonos pastel y profusamente abanderada/ F. López-Seivane

Por lo demás, la ciudad está reluciente. Los edificios restaurados y recién pintados en suaves tonos pastel del Centro Histórico de Tallin recuerdan el decorado de un Parque Temático. Por las calles, perfectamente adoquinadas y sin tráfico, se mueve una marea incesante de turistas que encuentran en cada portal una boutique, un restaurante, un bar de última moda… y docenas de clubs nocturnos y discotecas. El centro de la vida social de la ciudad siempre fue la Plaza del Ayuntamiento, que durante la época medieval servía tanto para el mercadeo como para las ejecuciones. Ahora está inundada de terrazas, bares y restaurantes que permiten contemplar sus bellas fachadas mientras se degusta una comida o un refresco. Pero los más audaces se adentran en ese laberinto de pasajes, tan característico de las ciudades medievales, donde siempre se encuentran agradable sorpresas y tranquilos rincones. El más afamado es el Pasaje de Santa Caterina, que esconde tiendas de arte, estudios de artesanos y algunas diminutas y silenciosas terracitas, un oasis en medio del jaleo. Pero ya casi nadie se detiene en el número 59 de la calle Pikk, donde la KGB tenía su sede durante los años soviéticos. Todas las ventanas del sótano fueron enladrilladas para que no se oyeran los gritos de los ‘interrogados’. Los estonios, con su característico humor negro, solían decir entonces que el edificio tenía las mejores vistas de toda la ciudad: desde allí podía verse perfectamente Siberia en la lejanía. Ahora es un edificio más en una de las calles más largas del centro histórico. Es mucho más interesante admirar las impresionantes fachadas de los ricos mercaderes y, sobre todo, los soberbios edificios que albergaban las distintas hermandades. Un paseo por Pikk es un paseo por la historia.

Disfrutando un café en uno de los pasajes más populares de la vieja Tallin/ Foto: F. López-Seivane
Las espléndidas fachadas que jalona la calle Pikk/ F. López-Seivane
La Plaza del Ayuntamiento, antigua Plaza del Mercado, es el centro neurálgico de la vieja Tallin/ Foto: F. López-Seivane

Toompea es el corazón de Tallin. Habitada desde la prehistoria, esta colina próxima al mar fue fortificada por cruzados alemanes y habitada por la nobleza y el clero ya en el siglo XIII. Allí están aún su castillo y la catedral de Toomkirik, la más antigua del país. Al pie de las murallas creció la ciudad de los comerciantes alemanes que se iban instalando allí para el comercio marítimo con otras ciudades hanseáticas. Finalmente, esta ciudad plebeya terminaría siendo también fortificada y sus murallas, bastante bien conservadas, delimitan hoy lo que se denomina Ciudad Vieja, que es Patrimonoio de la Humanidad. De las veintisiete torres originales, dieciocho han sobrevivido ataques y bombardeos y permanecen en pie. Una de ellas, Neitsitorn, que los soviéticos utilizaron como cárcel para prostitutas en los oscuros años del comunismo, alberga ahora un café.

Las viejas torres defensivas compiten con la torre de San Olaf/ Foto: F. López-Seivane
Vista panorámica de la Ciudad Vieja desde Toompea/ F. López-Seivane

Proyectándose al cielo como un dardo desde el corazón de la Ciudad Vieja, la afilada aguja de la iglesia de San Olaf no deja de recordar a los tallineses los años de dominación soviética, durante los que la KGB la utilizó como antena de radio, manteniéndola cerrada al culto. Me llamó la atención, en una esquina de la plaza, una Farmacia que no ha dejado de serlo desde el siglo XIV, cuando ya vendía hierbas y ungüentos para tratar las distintas dolencias. Pero más me asombró saber que la primera “cafetería” de la ciudad fue establecida por un español, de nombre Carballido y, por más señas, aragonés, que, allá por el siglo XVI, se llegó hasta estas tierrras con un saco de café. ¡No dejo de preguntarme cómo se las arreglaría aquel maño para cumplir tan extraordinario periplo con un saco a cuestas!

He de añadir que la vieja Tallin ha sido definitivamente entregada a las hordas de turistas que visitan en masa la ciudad y que prácticamente no salen de ella. Que nadie piense, pues, que en esta somera crónica ha cabido todo lo que Tallin tiene que ofrecer a sus visitantes. No, ni mucho menos, hay también una Tallin moderna y emergente que crece imparable entre ansias de modernidad y tensiones étnicas y de la que me ocuparé la próxima semana.

UN paseo sosegado por las callejuelas de Tallin siempre depara hallazgos y agradables sorpresa/ Foto: F. López-Seivane
Tallin es como un queso lleno de agujeros y misteriosos pasajes/ F. López-Seivane
Otro delicioso rincón. Y van…/ Foto: F. López-Seivane
Cualquier lugar es bueno para hacer un alto en el camino/ Foto: F. López-Seivane

Foto portada: Pasaje típico enn la vieja Tallin

Las imágenes que acompañan esta crónica han sido tomadas con una cámara Fujifilm X-E2

 

 

 

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