¿Por qué cuando leemos una novela somos capaces de memorizar sin esfuerzo los pormenores del argumento y cuando tenemos que estudiar nos cuesta más recordar los datos? La respuesta podría estar en la curiosidad.
Un artículo que publica la revista Neuron asegura que la expectación que nos genera un tema pone al cerebro en un estado que nos permite aprender y retener cualquier clase de información relacionada o no. En este estado, como si se tratara de un sumidero, el cerebro no sólo absorbe lo que nos interesa sino que “succiona” además todos los datos que rodean a la materia de nuestro interés.
Además tener curiosidad por algo activa el sistema de recompensa del cerebro y se moviliza la dopamina, un neurotransmisor que nos lleva a lograr objetivos. El hipocampo, fundamental en la formación de la memoria, también se beneficiade nuestra expectación y se activa más cuando mostramos interés.
El tándem sistema de recompensa-hipocampo hace al cerebro más receptivo para aprender y retener información, incluso si esa información no es de particular interés o importancia. Es precisamente esa curiosidad que de forma natural surge cuando nos sumergimos en una novela u otro tipo de lectura, la que nos lleva a recordar hasta los más pequeños detalles y nos permite seguir el argumento. Un truco que podremos aprovechar cuando tengamos que aprender por obligación.
En definitiva, aseguran los autores del trabajo, cuanto mayor es nuestra curiosidad por un tema, más fácil es aprender o retener información al respecto. Algo que todos hemos experimentado y que ahora la neurociencia puede explicar. Y que puede ser muy útil a los docentes para poner el cerebro de sus alumnos en un estado de curiosidad que les permita asimilar mejor los conocimientos que imparten.
Jugar al trivial
Para llegar a estas conclusiones, los investigadores sometieron a los voluntarios a una fase previa para medir su curiosidad. Para ello les hacían preguntas del trivial y les pedían que puntuaran en una escala de 0 a 6 su probabilidad de conocer la respuesta. A continuación les pedían que midieran, puntuando en la misma escala, su curiosidad por saber la respuesta correcta. Se utilizaron una serie de preguntas a las que los voluntarios no sabían responder y en las que habían admitido tener una alta o baja curiosidad por conocer la solución.
En una segunda fase les iban planteando las preguntas y tenían que esperar 14 segundos para conocer las respuestas. Aunque los voluntarios no lo sabían, este tiempo de demora estaba calculado para llevar a cabo parte del estudio. En ese intervalo de 14 segundos en ocasiones les presentaban una imagen de un rostro que no expresaba ninguna emoción y se les pedía que emitieran un juicio sobre ella. Al cabo de los 14 segundos, podían conocer la respuesta a la pregunta planteada.
Posteriormente, los participantes realizaron un “examen sorpresa”, del que no les habían informado, para ver su capacidad de reconocer las caras que previamente habían visto, seguido de una prueba de memoria para las respuestas a las preguntas del trivial que les habían facilitado. Además, en algunos momentos del estudio, los participantes fueron sometidos a una resonancia magnética funcional para ver la respuesta de su cerebro.
Tres hallazgos
El estudio reveló tres hallazgos principales. En primer lugar, y como se esperaba, cuando los participantes tenían mucha curiosidad por conocer la respuesta a una pregunta, eran mejores en el aprendizaje de esa información. Pero más sorprendente, sin embargo, fue que una vez que se despertó su curiosidad, mostraron un mejor aprendizaje de la información que no estaba relacionada con la respuesta, y también eran mejores en el reconocimiento de las caras que previamente les habían mostrado, en las que no tenían ninguna curiosidad. Además, también fueron capaces de retener mejor la información aprendida durante este estado de curiosidad aunque el retraso para conocer la respuesta fuera de 24 horas.
En segundo lugar, los investigadores encontraron que cuando se estimula la curiosidad, hay una mayor actividad en el circuito de recompensa cerebral. “Hemos demostrado que la motivación intrínseca en realidad recluta las mismas áreas del cerebro que están fuertemente involucradas en la motivación extrínseca tangible”, como la obtención de un premio, explica el autor principal, Matthias Gruber, de la Universidad de California en Davis Este circuito de recompensa depende de la dopamina, un mensajero químico que transmite mensajes entre las neuronas.
En tercer lugar, el equipo descubrió que en el aprendizaje motivado por la curiosidad hubo una mayor actividad en el hipocampo, una región del cerebro que es importante para la formación de nuevos recuerdos, y también vieron un aumento en las interacciones entre el hipocampo y el circuito de recompensa. “La curiosidad recluta el sistema de recompensa, y las interacciones entre el sistema de recompensa y el hipocampo parecen poner el cerebro en un estado en el que tiene más probabilidades de aprender y retener información, aunque esa información no sea de especial interés o importancia,” explica el investigador principal Charan Ranganath.
El trabajo, aseguran los autores, podría tener implicaciones clínicas también. Los circuitos cerebrales que dependen de la dopamina tienden a estar menos activos en las personas mayores o en personas con enfermedades neurológicas. Comprender la relación entre la motivación y la memoria, podría estimular nuevos esfuerzos para mejorar la memoria en los ancianos sanos y para desarrollar nuevos enfoques para el tratamiento de pacientes con trastornos que afectan la memoria. Y en las aulas o en el trabajo, el aprendizaje de materias aburrida podría mejorar si los docentes son capaces de aprovechar el poder de la curiosidad en los estudiantes y de los trabajadores.
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