Diez segundos. Ese es, aproximadamente, el tiempo que tarda una información en pasar desde nuestro cerebro emocional, más primitivo, al racional, la corteza cerebral, más evolucionada. Este tiempo marca la diferencia entre actuar impulsivamente o de forma más meditada, es decir, literalmente, “pensándolo dos veces”.
Contar hasta diez antes de responder a algo que consideramos una gran afrenta o amenaza es un útil consejo que en muchas ocasiones conviene seguir, pero no siempre… Un ejemplo, imagine que va paseando por el campo y le parece ver una serpiente, uno de los estÃmulos en el “top ten” de los que más miedo despiertan. Esta información visual se procesa rápidamente en una estructura situada en el centro de nuestro cerebro llamada tálamo. Por ella pasa toda la información que recibimos del exterior procedente de nuestros sentidos, a excepción del olfato.
Desde el tálamo, la información percibida toma un camino rápido que la lleva a otra estructura cerebral, la amÃgdala, que emite una respuesta inmediata. Esta vÃa rápida nos prepara para la “lucha o huida”, pero a cambio es menos precisa, porque el tálamo transmite una información muy burda: “detectado objeto curvo y delgado”. Con estos datos, la amÃgdala emite una respuesta ancestral de huida muy útil en situaciones de emergencia cuando no hay tiempo para “pensar” mucho. PodrÃa ser una serpiente. Está en juego la supervivencia y el objetivo es ponerse a salvo.
Además de tomar esta “salida de emergencia”, de forma paralela la información que ha llegado al tálamo sigue un segundo camino, algo más lento, pero más meditado. Su destino ahora es la corteza cerebral, encargada de emitir respuestas más elaboradas. La diferencia es que ahora se emplea más tiempo para procesar lo que hemos visto y obtenemos una imagen más nÃtida. La corteza visual nos aclara que lo que lo que nos ha sobresaltado no es más que una cuerda enroscada. Falsa alarma. Pero si hubiera sido una serpiente venenosa nos habrÃa salvado la vida. En cierto modo, nuestro sistema nervioso actúa con “coeficientes de seguridad”, que garantizan la supervivencia, de igual modo que en arquitectura, cuando se calculan las cargas que puede soportar un edificio, se establecen umbrales mucho más bajos que los que en realidad puede soportar una estructura. Asà que garantiza que el edificio no se caerá por alguna circunstancia adversa.
Amenazas psicológicas
En casos como este, está claro que contar hasta diez no es lo más adecuado. Lo “saludable” es dar un salto sin pensárselo dos veces. Pero por lo general no solemos encontrarnos con muchas serpientes en nuestro dÃa a dÃa. Sin embargo, hay otras amenazas de tipo psicológico, que ponen en marcha rutas parecidas que desembocan en una respuesta de lucha o huÃda, igual que una amenaza fÃsica. Por ejemplo, la valoración de nuestro trabajo por parte de nuestro jefe, o en el ámbito familiar, la respuesta a una crÃtica.
Aquà sà que conviene respirar hondo y contar hasta diez. El motivo es que, el aprendizaje emocional, la forma en la que respondemos en situaciones que consideramos amenazantes, aunque sean psicológicas, depende de rutas que no pasan por la corteza cerebral, como explica Joseph Ledoux en “El cerebro emocinal”. Y la corteza cerebral, también denominada neocórtex, es la estructura responsable del pensamiento, el razonamiento y la consciencia. Por eso, en estos casos, antes que contestar impulsivamente (vÃa amÃgdala), es preferible contar hasta diez y dar tiempo a la corteza cerebral para que elabore una respuesta más meditada.
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