“El proceso de reparación se inició alrededor de una media hora después de provocar la lesión con láser. Un macrófago llegó al lugar donde estaba el vaso sanguíneo dañado, extendió dos “brazos” hacia los extremos del vaso sanguíneo roto y liberó varias moléculas de adhesión para unirlos. A continuación, juntó los dos extremos rotos del vaso para pegarlos. Una vez reparada la rotura, el macrófago se fue. En total, el proceso duró alrededor de tres horas”.
“Cuando utilizamos un golpe de láser para “matar” al primer macrófago que llegó al sitio de la herida en el cerebro, no llegaron más macrófagos para ayudar a reparar la rotura, pero sí para “comerse” al que habíamos matado. En raras ocasiones, podían llegar dos macrófagos a la lesión, y cada uno agarraba un extremo roto del vaso sanguíneo, pero no se coordinaban y no lograban reparar el daño”.
Este emocionante “microrrelato” recuerda aquellas viejas películas de ciencia ficción, con pocos efectos especiales, pero que dejaban una recuerdo duradero en la memoria. Sin embargo, es real. Y este experimento ha provocado, en los investigadores de la Universidad del Suroeste en China, sorpresa y una memoria duradera al ver por primera vez cómo una macrófago [una célula del sistema inmune] repara un vaso sanguíneo en el cerebro de un pez cebra. Una función desconocida hasta ahora en estas células. Los investigadores creen que este proceso puede darse también en el cerebro humano.
El macrófago arregla la rotura estirando, literalmente, de los extremos del vaso sanguíneo roto, extendiendo “pegamento” y volviéndolos a unir. El vídeo y la noticia en detalle pueden verse en ABC.es
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