Los niños que tienen terrores nocturnos en la primera infancia (entre los 18 meses y los tres años y medio) son un 13% más propensos a desarrollar sonambulismo a partir de los 5 años que los niños que no experimentan este trastorno del sueño. Además, más del 60% de los niños “heredan” este trastorno cuando ambos progenitores han sido sonámbulos en la infancia, según en un estudio llevado a cabo entre niños nacidos en la provincia canadiense de Quebec, que se publica en la revista JAMA Pediatrics.
Sonambulismo y terrores nocturnos son trastornos del sueño infantil denominados parasomnias. Ambos trastornos comparten muchas características. Surgen principalmente en la etapa del sueño de ondas lentas, comienzan a manifestarse en la infancia y suelen desaparecer en la adolescencia, aunque pueden persistir o aparecer en la edad adulta. En ambos casos, los niños están dormidos, aunque parezcan despiertos y pueden caminar o realizar acciones de forma automática (sonambulismo) o gritar y manifestar miedo intenso y gran desconsuelo (terrores nocturnos).
Los investigadores analizaron los datos del sueño 1.940 niños nacidos en 1997 y 1998 y estudiaron su comportamiento nocturno entre 1999 y 2011. Encontraron una prevalencia global de los terrores nocturnos del 56,2% entre los 18 meses y los 13 años. Según el estudio son más frecuentes (34,4%) hasta los tres años, y van desapareciendo progresivamente hasta una prevalencia del 5,3% a los 13 años.
El sonambulismo aparecía en el 29% de los niños de 2,5 a 13 años, con escasa incidencia entre los años preescolares. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con los terrores nocturnos, la prevalencia aumenta de manera constante con la edad hasta afectar al 13,4% de los niños a los 10 años.
Factores genéticos
Además, las probabilidades de los niños de padecer sonambulismo aumentaron cuando alguno de sus padres había tenido este trastorno del sueño en la infancia. Cuando uno de los padres era sonámbulo tenían tres veces más probabilidades de convertirse en un sonámbulo (47,4 %) en comparación con los niños cuyos padres no eran sonámbulos. Cuando ambos progenitores tenían antecedentes de sonambulismo, tenían siete veces más probabilidades de convertirse en un sonámbulos (61,5%), de acuerdo con los resultados.
“Estos resultados apuntan a una fuerte influencia genética en el sonambulismo y, en menor grado, en los terrores nocturnos. Este efecto puede ocurrir a través de polimorfismos en los genes implicados en la generación de sueño de ondas lentas o en la profundidad del sueño. Los padres que han sido sonámbulos en el pasado, sobre todo cuando lo han sido ambos, pueden esperar con una alta probabilidad que sus hijos sean sonámbulos también y por tanto deben prepararse adecuadamente”, concluye el estudio.
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