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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Y la banda siguió tocando (1)

Emilio de Miguel Calabia el

“Y la banda siguió tocando” (“And the band played on”) del periodista Randy Shilts es la gran crónica de la eclosión del sida en Estados Unidos. Lo tiene todo: el inicio se puede casi leer como una novela policiaca (¿qué es lo que está matando a los homosexuales de San Francisco y Nueva York?); tiene mucho de crónica política (en toda crisis lo que importa no son los muertos, sino los intereses políticos de cada uno); y, finalmente, está el contenido humano, porque el sida destruyó muchas vidas, y las sigue destruyendo.

Empezaré por la parte policiaca. Hoy ya no nos acordamos, pero los inicios del sida en EEUU fueron desconcertantes. De pronto empiezan a aparecer pacientes con el sistema inmunológico devastado. Un modelo, que lleva meses con febrículas y diarreas, va al hospital por una candidiasis en la boca y para sorpresa de los médicos apenas tiene células T4, la misma condición de un grupo muy reducido de bebés que nacen con el sistema inmunitario dañado. Hombres jóvenes que aparecen con una versión muy virulenta de un cáncer de piel benigno, el sarcoma de Kaposi, que normalmente sólo afecta a ancianos de origen mediterráneo o judío, que suelen morir de cualquier cosa menos del sarcoma. Hombres con inflamaciones en los ganglios linfáticos, sin una infección que lo justifique… Pasaron varios meses antes de que alguien uniese los puntos entre los primeros casos aislados y se diese cuenta de que algo les estaba ocurriendo a los homosexuales estadounidenses.

Cuando se hizo evidente que estábamos ante un síndrome nuevo y se empezaron a buscar las causas, surgieron dos hipótesis principales: o bien se trataba de una partida de popper (una droga vasodilatadora muy popular en algunos ambientes homosexuales) defectuosa o bien se trataba de un síndrome provocado por un virus. Resulta interesante cómo la hipótesis de los poppers defectuosos se mantuvo durante muchos meses, a pesar de que cada vez resultaba más obvio que la causa del síndrome era viral. En el fondo para todos era más sencillo: para la Administración, porque resulta más fácil rastrear y retirar de la circulación una partida de poppers defectuosos, que admitir que tenía que enfrentarse a un virus nuevo y desconocido; para los dueños de saunas homosexuales, que representaban un importante grupo de presión, también la hipótesis de los poppers les resultaba más atractiva; otro tanto pasaba con muchos homosexuales, que preferían pensar que se trataba de un tema puntual de drogas en mal estado, que de un virus que se transmitía sexualmente.

La ceguera y el wishful thinking acompañarían al v.i.h. a lo largo de toda su carrera. Así, cuando empezaron a aparecer bebés hijos de drogadictas con el sistema inmunológico dañado, muchos prefirieron creer que eran víctimas de un problema genético, antes que asumir que efectivamente era un virus lo que estaba detrás de todo y que había un nuevo colectivo, el de los drogadictos, que estaba afectado por este virus. Más tarde, cuando ya se sabía que se trataba de un virus y aparecieron los primeros transfundidos con el v.i.h., los bancos de sangre primero negaron la mayor,- que las transfusiones fueran una vía de transmisión-, y luego la menor, – sí, se podía adquirir el v.i.h. por transfusiones, pero era algo rarísimo. Simplemente asumir que podían tener miles de unidades de plasma contaminadas en sus almacenes era más de lo que podían tragar. Y a eso se sumaba que si se ponían exquisitos con los donantes y rechazaban, por ejemplo, a los que tuvieran hepatitis b (en los primeros años de la pandemia, antes de que existiese el test del v.i.h., era muy frecuente que un homosexual que tuviese hepatitis b, también tuviese el v.i.h.) o si se ponían a testar las unidades en busca de hepatitis b, el precio de su sangre y plasma se encarecería y serían menos competitivos. En una historia donde hay muchos malvados y bastantes pocos buenos, los bancos de sangre resultan especialmente perversos.

En buena medida, la ceguera y el wishful thinking respondían a intereses espúreos. Shilts pone el ventilador y la mierda vuela por el aire en todas direcciones y muy pocos salen limpios. Por poner un ejemplo, muchos homosexuales, ahora que la homosexualidad había sido descriminalizada y que podían vivir su orientación sexual libremente, no querían ni oír hablar de que el sexo anal sin protección o tener muchos amantes aumentaban exponencialmente el riesgo de contagio; que se lo dijeran era como que les ordenasen volver al armario del que hacía poco habían salido. El resultado fue que muchos homosexuales, a pesar de las primeras noticias de la epidemia, no quisieron cambiar sus hábitos sexuales.

En esto fueron ayudados por el lobby de los dueños de las saunas, otro de los grandes malvados en esta historia. Las saunas eran lugares de encuentro y de sexo recreativo para la comunidad homosexual. Lo del sexo recreativo es un eufemismo; allí follaban como locos. Un estudio en los tiempos inmediatamente anteriores al sida encontró que el cliente medio de las saunas tenía un promedio de 2,7 contactos sexuales por noche; los mismos que yo en una década. Ese mismo cliente tenía un 33% de posibilidades de salir de la sauna con una gonorrea o una sífilis puesta.

A medida que se iba viendo que la principal vía de contagio era la sexual y que la promiscuidad no ayudaba, la decisión correcta hubiera sido bien cerrar la saunas, bien obligarlas a cambiar de modelo de negocio, aunque resultaba dudoso que pudieran tener futuro como clubes de lectura. Los dueños de las saunas formaban un lobby muy poderoso y consiguieron presentar cualesquiera medidas que se les querían aplicar como ataques gravísimos a la comunidad homosexual. También lograron durante bastante tiempo demorar el debate sobre el papel que jugaban las saunas en la propagación del virus. En 1985 un estudio elaborado por el epidemiólogo jefe de Nueva York concluyó que el cierre de las saunas sólo reduciría la diseminación del sida en un 0,25%. Lo malo es que resultó que el estudio había sido financiado en parte por la Asociación de Dueños de Saunas del Norte de California.

Eventualmente, las saunas tuvieron que hacer algunas concesiones simbólicas como la de exhibir carteles avisando sobre el sida y los peligros del sexo sin protección. A menudo esos carteles eran puestos en los lugares más oscuros del recinto. Ahora que estamos en plena pandemia del covid y que algunas personas no se lo toman en serio, cabría recordar que para 1985, cuando hacía cuatro años que se conocía el sida, aún había un 10% de homosexuales en San Francisco que seguían frecuentando las saunas y dedicándose a prácticas de riesgo. Es tan humano hacer cualquier cosa menos cambiar de hábitos, aunque nos cueste la vida… Finalmente las saunas fueron cerradas, una decisión que hubiera debido tomarse mucho antes; para cuando se tomó, las saunas ya habían entrado en declive, porque muchos homosexuales habían dejado de ir a ellas.

Una manera de combinar la ceguera con el autoengaño de creer que realmente se estaba haciendo frente a la epidemia honestamente, fue el doble lenguaje. El lenguaje puede servir tanto para desvelar la realidad como para ocultarla. En el caso del sida, sirvió para lo segundo. Shilts menciona a este respecto el segundo Foro Nacional del Sida, que se celebró en junio de 1983, cuya idea base era que no había que decir a la gente cómo debían tener sexo (o sea, qué prácticas sexuales aumentaban las posibilidades de contraer el v.i.h.), sino darles datos para que adoptasen una decisión bien informada. Algo así hemos intentado con el covid-19 y parece que la ciencia y los datos fríos no bastan para cambiar comportamientos.

Shilts incluye algunos fragmentos de los informes que salieron del Foro, que muestran que lo mejor para negar una realidad es envolverla en frases complicadas con muchas subordinadas. Por ejemplo, para entonces ya se sospechaba que las transfusiones de sangre podían transmitir el sida y era un hecho que, en esos momentos, un porcentaje importante de los afectados eran homosexuales y que aún no existía un análisis para detectar el v.i.h. Pues bien, según uno de los textos del foro, “… las preguntas directas o indirectas han excluido a los homosexuales como clase de la donación de sangre. La cuarentena de la sangre es un primer paso ominoso hacia una posterior cuarentena social, política, económica e incluso física de una comunidad a la que ya se le deniega la protección de muchos derechos civiles básicos. Estigmatizar la sangre de un segmento de la sociedad privado de sus derechos puede permitir que las fuerzas homofóbicas y racistas consigan en nombre de la ciencia lo que hasta ahora no han conseguido por completo políticamente.”

Me gustan particularmente el siguiente párrafo y el comentario previo de Shilts: “En un estallido final y glorioso de retórica vacua, el comité terminó su informe con la observación de que “nunca deberíamos olvidar que vivimos en una sociedad homofóbica o que la homofobia es la mayor amenaza a nuestra salud. Debemos luchar constantemente contra la homofobia internalizada al tiempo que luchamos por el bienestar de homosexuales y lesbianas.” Como si no fuera suficiente luchar contra la tendencia humana a no tomarse en serio las amenazas y a no querer cambiar los comportamientos, ahora tenemos que enfrentarnos a la ideología, que todo lo contamina.

 

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