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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Va de profesores buenistas

Emilio de Miguel Calabia el

“Confesiones” de Kanae Minato es una de las pocas novelas que en los últimos tiempos ha conseguido tenerme en vilo y que no quisiera irme a la cama, porque quería saber lo que pasaría a continuación.

La novela arranca con el ultimo día de clase de Yuko Moriguchi. Yuko se está despidiendo de sus alumnos y de pronto lanza una bomba: la muerte de su hija de cuatro años, que quince días antes se ahogó en la piscina, no fue un accidente, sino que dos de los alumnos la asesinaron. A partir de ahí se pone en marcha el mecanismo de la venganza de Yuko contra esos dos estudiantes. No contaré nada más de la trama, porque la novela funciona como un mecanismo de relojería: cada elemento cuenta y el ensamblaje de todos ellos es perfecto.

Prefiero centrarme en los personajes que crea Minato, porque Minato tiene la rara habilidad de crear personajes redondos, con sus motivaciones, sus miedos, sus traumas y sus anhelos. En la vida real no suelo encontrarme a tantos personajes redondos como los que me he encontrado en esta novela.

Para no destripar la novela, me centraré en uno de los personajes secundarios, porque Minato llega hasta el exceso de hacer personajes redondos con algunos de los actores secundarios que salen en la novela.

El personaje es un profesor buenista que de entrada pide a sus estudiantes que le llamen por su apodo de Werther. Sí, es de esa gente empeñada en crear buen rollito por donde quiera que vayan; de esos que mandas al desembarco en Normandía y aún pretenderían hacerse amigos de los alemanes. En su primer día, escribe en la pizarra con grandes letras: “¡Uno para todos! ¡Todos para uno!” El tipo de lema que solo se les ocurre a los mosqueteros o a una empresa de trabajo precario que intenta motivar a sus empleados con cualquier cosa que no sea lo que de verdad quieren: un aumento de sueldo.

Werther cree que fomentar la inteligencia emocional y el bienestar de sus estudiantes es más importante que hacer que aprendan trigonometría. Su gran deseo es “echar abajo todos los muros entre nosotros”.

Werther es un personaje tan exagerado, que casi pensé que a Minato se le fue la mano. Pero entonces se me vino a la cabeza que a mí ese personaje me sonaba y me acordé de la sobrevalorada “El club de los poetas muertos”.

En esa película Robin Williams interpretaba al profesor John Keating. Keating es iconoclasta y rompedor. Casualmente también Keating trata de hacerse el enrollado al decir a sus estudiantes cómo se tienen que dirigir a él: “…en esta clase podéis llamarme Mr. Keating, o si sois un poco más osados “Oh capitán, mi capitán””. Parece que los buenistas no pueden pasarse sin apodos.

Keating inculca a sus estudiantes la idea del “carpe diem”. Hay que aprovechar el momento y hacer que nuestras vidas sean extraordinarias, porque dentro de nada estaremos criando malvas. De esta idea me quedo con dos de los elementos, pero no con el tercero. Hay que aprovechar el momento. Desde luego, sólo es en este instante que llamamos presente y que apenas dura ocho segundos, que podemos actuar y ser felices. Dentro de nada estaremos criando malvas. Pues sí, salvo Walt Disney que lleva décadas criando cristales de hielo. Lo de hacer nuestras vidas extraordinarias… desde Keating hasta los anuncios de coches, pasando por Gran Hermano, llevamos años oyendo lo de tener una vida extraordinaria. Parece que si no has montado en moto náutica y no has aparecido en “Sálvame”, tu vida no vale una mierda. Pues lo lamento, pero los números para ser Álvaro de Marichalar en esta vida ya estaban cogidos cuando naciste. Tienes que asumir que para que alguien tenga una vida extraordinaria, hace falta que mil personas tengan una vida normalita, tirando a mediocre. Y ahí viene la segunda parte de la historia: ¿quién te ha dicho que serías feliz montando en moto náutica y apareciendo en “Sálvame”, cuando a lo mejor eres más de ver “First Dates” con una mantita y un chocolate caliente y de sacar a tus hijos a jugar en el parque? Ah, que te lo dijo un profesor buenista que quería que le llamases por su apodo. Vale.

Cuando vi “El Club de los poetas muertos” a mí también me fascinó el personaje de Keating. Ahora, muchos años después, se han cruzado tantos buenistas en mi camino que el personaje ya me chirría un poco. Probemos a contar la historia de otra manera:

Un profesor narcisista y carismático llega nuevo a un colegio. Seduce a cuatro pardillos, a los que sorbe el seso y consigue que quieran ser como él. Les inculca que sus vidas tienen que ser extraordinarias, aunque no les dice ni por qué, ni cómo conseguirlo. Les dice que la poesía es aquello por lo que vivimos y que todos podemos contribuir un verso al gran poema del mundo. No se hace la pregunta de qué ocurre con quienes no quieren aportar ese verso o quienes ven el mundo como una fórmula matemática. Cuando al final de la película, se marcha y sus estudiantes se ponen de pie encima de las sillas y comienzan a recitar “Oh capitán, mi capitán”, Keating ha conseguido su objetivo: unos cuantos discípulos acríticos que sueñan con ser como él. Con mimbres como estos se crean las sectas.

En fin que hoy he tenido un mal día y tenía ganas de ser iconoclasta. Kanae Minato me ha dado la idea y Robin Williams me lo ha puesto a huevo… porque anda que no es pretenciosa “El club de los poetas muertos”, cuando te paras a analizarla.

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