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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

¿Por qué existe algo en lugar de nada? (y 2)

Emilio de Miguel Calabia el

Para los que prefieren el ser, la respuesta tradicional es que Dios es la causa de que hubiera un universo en lugar de nada. Richard Swinburne afirma que “hay una complejidad, una particularidad y una finitud en el universo que requieren una explicación”. La hipótesis más sencilla es que Dios está detrás. De hecho es más probable que Dios exista que que  no.

Dios es el sospechoso habitual cuando se habla de la causa del universo, aunque su popularidad ha decaído en el último siglo. Dios es incausado. No precisa de explicación a su existencia, porque ésta es necesaria. La filosofía tradicional decía que la cadena de causación del ser debía detenerse en un ser que no fuese contingente, sino necesario y que fuese la causa última de todos los demás. De otra manera tendríamos una sucesión infinita de seres contingentes cada uno siendo causa del siguiente, que no se sostiene desde un punto de vista lógico. Un ser necesario y que esté al inicio de la cadena del ser debe ser eterno e infinito, supremamente poderoso y supremamente inteligente. También debe de ser moralmente perfecto. San Anselmo de Canterbury con premisas similares a éstas ideó un argumento antológico para demostrar la existencia de Dios, que durante siglos tuvo mucho predicamento. Dios posee todas las perfecciones en grado sumo. Dado que existir es más perfecto que no existir, la lógica indica que Dios debe existir. Puede que la lógica medieval lo indicase, pero los lógicos modernos no han comprado el argumento.

El profesor de matemáticas de Oxford Roger Penrose adopta una aproximación semejante a la de San Anselmo, pero él se remonta un poco más. Nada más y nada menos que al mundo de las ideas platónico, con unas gotas de pitagoricismo. Penrose cree que hay tres mundos que interactúan entre sí: el mundo platónico de las ideas, el mundo físico y el mundo mental de nuestras percepciones conscientes. Cuando investigamos sobre las relaciones entre el mundo platónico y el mundo físico, acabamos desembocando en las matemáticas. “Es casi como si el mundo físico estuviese construido por las matemáticas”. El mundo platónico, por medio de las matemáticas, engendraría el mundo físico, el cual engendraría el mundo mental, vía la química cerebral; éste, a su vez, mediante la intuición, crearía el mundo de las ideas. El mundo de las ideas estaría por encima de los otros dos mundos, que son contingentes y tienen su origen en él. Tengo aversión a los razonamientos circulares y éste huele a uno de ellos. De hecho, en el libro hay tantos razonamientos circulares como restaurantes.

Penrose no está solo en su entusiasmo por el viejo Platón. El cosmólogo especulativo John Leslie comparte su entusiasmo. Su punto de partida es que, incluso si la nada existiese, las posibilidades lógicas seguirían existiendo. Las manzanas seguirían siendo posibles, mientras que los solteros casados serían imposibles. No me suena muy convincente y parece que a Holt tampoco, pero Leslie no es de los que se arredran.

Un universo vacío sería preferible a un universo lleno de gente que viviera en la miseria. Éticamente sería preferible que la nada siguiera existiendo. Pero podría haber una necesidad ética de que el universo vacío fuese sustituido por un universo lleno de felicidad y belleza. Esta necesidad bastaría para crear el universo. Holt replica que en el mundo hay el suficiente dolor y miseria como para poner en duda que un principio abstracto de bondad lo haya creado. Y es aquí donde las cosas se ponen realmente interesantes. Leslie afirma que “el cosmos consiste de un número infinito de mentes infinitas, cada una de las cuales conoce absolutamente todo lo que merece la pena conocer. Y una de las cosas que merece la pena conocer es la estructura de un universo como el nuestro.” Holt insiste: ¿y cómo se justifica la existencia del mal? “Nuestro universo es sólo una de las estructuras que una mente infinita contemplaría. Conocería también la estructura de infinitamente otros universos. Y sería muy improbable que el nuestro fuera el mejor de todos. La situación mejor es la situación total con todos esos universos coexistiendo como patrones de contemplación en una mente infinita.”

De todas las teorías que desfilan a lo largo del libro ésta tal vez sea la más desconcertante. El propio Holt, rascándose la cabeza con estupor, dice que para que funcionase, tendríamos que aceptar las siguientes tres premisas: 1) El valor es objetivo; 2) El valor es creativo; 3) El mundo es bueno. Demasiadas premisas. Siguiente teoría.

Los filósofos escolásticos defendían que Dios era incausado y por tanto no necesita causa que lo justifique. El filósofo de Harvard Robert Nozick se ha aplicado a buscar a buscar una verdad que se explique a sí misma a la manera en que los padres responden a sus hijos preguntones cuando les preguntan, por ejemplo, que por qué el cielo es azul: “porque sí”. Su explicación aduce que si tuviéramos un principio último que dijera que todo lo que tiene el elemento C es verdadero y resultase que el principio tuviera C, entonces habría demostrado su propia verdad. El principio que Nozick propone es “todos los mundos posibles son reales”, lo que denomina “el principio de fecundidad”. Esto implica que habría incluso un mundo que fuese la nada. Ahora bien, este principio tiene un defecto esencial: si todos los mundos posibles, también incluiría a aquellos mundos donde el principio de fecundidad no se aplica, lo que resultaría contradictorio.

Hay cosmólogos que aceptan la posibilidad de que existan otros universos. El físico ruso Andrei Linde afirmó en los ochenta que los Big Bangs deberían de ser un fenómeno rutinario. Los universos nacerían en tal caso de una especie de caos preexistente. Si existen muchos universos, inevitablemente en algunos de ellos se darán las condiciones necesarias para la vida inteligente. Si estamos aquí, es porque vivimos en uno de esos universos afortunados. El razonamiento es de lo más lógico, pero siempre me ha parecido un poco tautológico. Por otra parte, la existencia de múltiples universos separados entre sí es una hipótesis posiblemente indemostrable, ya que no parece que podamos saber lo que hay más allá de nuestro continuo espacio-temporal, si es que hay algo. Incluso si existieran esos otros universos, su incidencia sobre el nuestro sería cero.

Dereck Parfit dice que nuestro universo es una de las diferentes maneras en que la realidad podría haberse presentado. Pero la realidad podría incluir otros universos muy distintos, en paralelo con el nuestro y a los que no podemos tener acceso. El conjunto sería una posibilidad cósmica, que comprendería todo lo que nunca haya existido, las distintas maneras en que la realidad puede presentarse.

Existen muchas posibilidades: que todos los mundos concebibles existan, que no exista ningún mundo en absoluto, que sólo existan mundos buenos, que sólo existan mundos que se acomoden a la teoría de las supercuerdas… La pregunta, para Parfit, sería: ¿cuál de las muchas posibilidades se concreta y por qué? La nada sería la respuesta más sencilla de todas, pero el hecho de que estemos aquí, muestra que no fue la posibilidad que la realidad escogió. Si de todos los universos que pudieron haber sido, sólo se concretó el nuestro, ¿a qué se debió? Parfit cree que debe existir un rasgo especial, un Seleccionador, que determina cuál es la realidad que finalmente se concretará. Tras una serie de razonamientos muy complejos, Parfit llega a la conclusión de que el Seleccionador es la simplicidad. La simplicidad explicaría porqué nuestro universo es tan anodino, con una mezcla tan caótica de bondad y maldad, de belleza y fealdad, de caos y orden. El razonamiento puede parecer bien trabado y hasta hermoso, pero me da la sensación de que es como un neanderthal que se pusiera a tallar un hacha de sílex, pensando que así entenderá cómo funciona un reactor. El encuentro con Parfit es tal vez la parte del libro que me hace pensar más que tal vez la respuesta a la pregunta del inicio esté fuera de nuestro alcance.

En el último capítulo, Holt descubre lo que realmente importa y no, no son las pajas mentales filosóficas ni responder a la pregunta de Leibniz. Se entera de que su madre se está muriendo de cáncer. En una situación así, de poco consuelo sirven sofismas como el de Goethe: “Es enteramente imposible para un ser pensante pensar en su propia inexistencia, en la terminación de su pensamiento y de su vida. En esta medida, cada uno lleva en su interior, y de manera bastante involuntaria, la prueba de su propia inmortalidad.” Holt simplemente dice: “Aunque mi nacimiento fue contingente, mi muerte es necesaria”.

El epílogo nos trae a Holt en su apartamento parisino. Enciende la tele y se encuentra con un debate sobre la pregunta de Liebniz. Si hubiera vivido en España, se habría encontrado a la Pantoja en “Supervivientes”… como que me quedo con Francia. Un dominico, un físico teórico y un monje budista debaten sobre la pregunta de marras.

El dominico afirma que hay una causa primera, que es Dios. Su causalidad no hay que entenderla de manera temporal, ya que antes del Big Bang no había tiempo. Dios está detrás del Big Bang, pero no es anterior a él. El físico teórico defiende que el universo nació de una fluctuación cuántica en la nada. El monje budista,- el único de los debatientes al que Holt describe con simpatía-, dice que el universo no tuvo inicio. La nada nunca puede dar origen al ser, porque es lo opuesto a lo existente. El universo no es la nada, sino el vacío, que representa una manera de entender el ser muy distinta de la de Occidente. “Las cosas no tienen realmente la solidez que les atribuimos. El mundo es como un sueño, una ilusión. Pero en nuestro pensamiento, transformamos su fluidez en algo fijo y que parece sólido.” La pregunta de Leibniz presupone la existencia real y verdadera de algo, cuando lo único que hay es una ilusión.

Así termina el libro, con la sospecha de que tal vez Holt haya encontrado un esbozo de respuesta.

 

 

 

 

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