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Manual de instrucciones para sobrevivir a un gran amor (y 3)

Emilio de Miguel Calabia el

Regla 6: Las rupturas duelen. Mucho. Y lleva tiempo curarlas. Mucho

Es tan obvio que duele que te dejen y que recuperarse lleva tiempo, que ésta hubiera debido ser la primera regla. Pero si a los cinco minutos de la ruptura, te hubiese dicho que te iba a doler mucho y que necesitarías bastantes semanas para reponerte, ¿me habrías escuchado? Es como la vez que de pequeño te llevaron al dentista para que te sacara una muela. Te juraron que no te dolería, pero te dolió. Ahí aprendiste que no hay visitas al dentista indoloras. El amor es como una visita al dentista permanente. Te duele cuando estás en él, porque temes que se termine, te duele mientras dura, porque tiene algo de lucha de voluntades, y te duele cuando se acaba, porque querías que siguiera. Lo único que le diferencia de una visita al dentista es que quieres que dure.

Cada noche al acostarme, pasaba revista al día y me preguntaba si ese día había sentido más o menos dolor que el día anterior, si lo iba superando. Esto empecé hacerlo a la segunda semana de la ruptura. La primera semana me lo preguntaba cada media hora y la respuesta siempre era: “Sufro mucho”.

Inventé un dolorímetro. Un punto por cada vez que hubiera pensado en Ana. Tres puntos si me la había imaginado con su nueva pareja. Dos puntos cada vez que me hubiera dicho que nunca saldría de ésta y que nunca conocería a nadie tan maravilloso como ella. Dos puntos si a la hora de comer no había tenido apetito, porque estaba demasiado triste. Un punto cada vez que hubiera sentido ganas de cerrar las persianas y tumbarme en la cama y cinco puntos si lo había hecho efectivamente. Era un sistema complicado, que me obligaba a ir con una libreta y un lápiz a todas partes y a estar autoanalizándome a cada momento.

Supe que el dolorímetro se me estaba yendo de las manos el día que el jefe me llamó a su despacho:

– ¿Qué es esto?- rugió.

Esto era una noticia sobre Siria. En la segunda línea decía: “Bashir el-Ana ordenó el bombardeo de Alepo. Cinco puntos”.

– ¿Y esto otro?

Esto otro era un pie de foto en la que el Papa saludaba a unas 15 o 16 monjitas indias: “El papá se trajina a Ana que es dieciseis años menor.”

– Es que he estado un poco deprimido…

– Un poco gilipollas es lo que has estado. Una más de éstas y te pongo a redactar anuncios de masajes guarros.

Ese día dejé de utilizar el dolorímetro y al acostarme por la noche, lo único en lo que podía pensar era en la bronca del jefe. De pronto había cosas más serias que mi dolor sentimental.

Regla 7: Una mancha de mora con otra se quita. Un clavo saca a otro clavo. Ve abriéndote un perfil en Tinder, Meetic, eDarling o donde quiera que pululen otros cibernautas saliendo de una ruptura amorosa

Un día te despiertas y te das cuenta de que el dolor que sientes ya no es por la pérdida de tu pareja, a la que cada vez tienes más olvidada. Lo que te duele es que no tienes a nadie a tu lado. Vivimos en una sociedad donde no tener pareja después de los veinte es como estar amputado. Y no tener pareja y que se te note que te mueres por tenerla es lo más parecido a estar amputado de las dos piernas y que alguien te pida que corras en un maratón.

Hace años, habrías tenido que empezar por un largo proceso. Primero habrías llamado a tus amigos para saber si conocían a alguna chica sola como tú y en busca de pareja, a la que te pudieran presentar. Si eso no hubiese funcionado, te habrías convertido en una suerte de vampiro con la cara de Alfredo Landa, acechando a cualesquiera mujeres que hubieras visto solas en una discoteca o un pub. Te habrías aproximado a ellas con cara de gañán, te habrías presentado con un par de chistes malos y durante quince minutos las habrías aburrido con alguna historia para convencerlas de que no eras un hombre desesperado en busca de pareja. Hay cosas más patéticas en la vida, seguro, pero no se me ocurre cuáles.

Lo bueno de Tinder, Meetic, eDarling y otros sitios de citas es que ahora puedes ser patético desde el salón de tu casa y eso da menos vergüenza. Mejor aún, sabes que al mismo tiempo que tú hay conectados decenas de miles de seres igual de patéticos que tú y eso significa que no eres un patético, sino que estás a la moda.

Hacerse un perfil para un sitio de citas es un poco como cuando de joven le entrabas a una chica en la discoteca y sabías que tenías quince minutos para venderte, quince minutos para convencerle de que merecía la pena pasar contigo el resto de la noche o, ya puestos, el resto de la vida. A mí aquello se me daba regular. O bien el tiempo transcurría muy despacio y había que llenar silencios incómodos, con la esperanza de que durar equivaliese a triunfar, pensando que cada minuto extra que mantuviese sus ojos fijos en mi, añadía a las posibilidades de que dijese sí a lo de pasar la noche conmigo, o ya puestos, el resto de la vida. O bien el tiempo transcurría demasiado rápido, apenas había comenzado a hablar y sus ojos ya estaban paseando por la sala, en busca del siguiente pretendiente, entonces sabía que sólo me quedaba medio minuto más para dar con el chiste o con el comentario, que recuperaría su atención. La ventaja es que en las redes sociales la labor de venta la haces desde el salón de casa y con todo el tiempo del mundo. El tiempo, finalmente, transcurre a la velocidad justa.

Para el perfil escogí una foto en la que me gusto. Es de un día que salí a la sierra y llevo un gorro de ala ancha para protegerme del sol. En las redes sociales el gorro me protege de la calvicie. Ya tendrá tiempo, cuando nos encontremos de descubrir que ese fue un pequeño detalle de mi físico que se me olvidó contarle. En profesión puse “escritor”, que suena mejor que periodista. En aficiones, intenté cubrir todo el espectro: para las románticas, dije que me entusiasmaba la poesía; para las aventureras, que hago trekking y esquío; para las cultas, que leo filosofía; y para todas en general, que me gustan los niños, los perros y los gatos. Más peliagudo es decir lo que busco: una compañera de vida, puede sonar a que me quiero casar ya mismo y asustar; una amiga especial, puede entenderse como que quiero que salgamos a cenar y luego a follar como descosidos y también puede asustar; conocernos y lo que salga, suena a tío indeciso, que no sabe lo que quiere y que al final hará perder tiempo a la chica. Opté por poner simplemente que buscaba amistad. A fin de cuentas se trata de una red de citas y todos sabemos que amistad en este contexto quiere decir muchas cosas que van más allá de la amistad. Finalmente escogí como apodo “Perita en dulce”. Hubiera debido escoger algo más masculino, pero le tengo cariño al apodo.

Mi perfil salió a pasear al ciberespacio y lo hizo con más éxito del que yo tenía de joven en las discotecas. En las primeras veinticuatro horas recibió tres respuestas. La primera era de una mujer de sesenta, que me advertía que hacía poco la habían operado de la cadera y que no estaba para trekking ni para esquiar, pero que encontraba muy atractivos a los calvos. De esto colige que cuando uno se pone un gorro en la foto del perfil, está gritándole al mundo que está calvo, calvo y calvo.

La segunda era una mulata cubana, que me llamaba “mi amol” y me decía que mi perfil le había atraído muchísimo, pero que era una pena que estuviese en La Habana y no pudiese venir a conocerme en persona, que desde que vio mi perfil, su corazón andaba palpitándole fuerte, como si se fuese a salir de su pecho, o más bien de sus pechos, que los tenía enormes sin necesidad de cirugías, y ella sabía que esas palpitaciones querían decir que había encontrado en mí al hombre de su vida. Y aunque ahora hubiera obstáculos para nuestra relación, el “amol” todo lo vence y sólo tenía que mandarle mil quinientos euros para el visado y el billete de avión, que ya vería lo que puede hacer una mulata entregada al hombre que ama tanto en horizontal como en vertical.

La tercera era de una mujer un poco más joven que yo. La foto era de una mujer más interesante que guapa, con unos ojos azules, que decían muchísimas más cosas que su perfil, que era bastante escueto. Le gustaban el trekking y la natación. Leía novelas. Tenía un perro. Era periodista, aunque estaba trabajando en una gestoría por aquello de que la carrera tiene pocas salidas. Me gustó que no hubiese tratado de darse aires, diciendo que era escritora. Firmaba “la niña de sus ojos”. Sentí afinidad. Ya hay que ser un poco cursi para elegir ese apodo o el de “Perita en dulce”. La escribí y quedamos para el sábado próximo.

La tarde de nuestra cita apenas había podido dormir. Me había pasado la noche anticipando cómo sería el encuentro, lo que le diría, los chistes que contaría… Pasé revista a todo mi repertorio de historias y… un rato antes del alba me dije que al carajo, que si la cita tenía que funcionar, funcionaría a pesar de los pesares y si tenía que fracasar aún tenía a una mulatona cubana y a una sesentona con las que probar suerte. Y me dormí.

El día lo pasé tranquilo. Puse la lavadora, me cociné unos huevos fritos y a las cuatro de la tarde, me puse una camisa graciosa y los pantalones más caros que tenía. Me persigné un momento antes de abrir la puerta y salí de casa.

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