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El mejor manual de liderazgo que jamás se haya escrito

Emilio de Miguel Calabia el

 

(Dedicado a J.P., deseándole lo mejor en su nueva andadura)

Creo que el liderazgo está sobrevalorado y que, si realmente existe, no es algo que se pueda enseñar. O se tiene, o no se tiene. Si no se tiene, puede aprenderse a base de experiencia y coscorrones. No estoy seguro que pueda aprenderse en cursos con profesores magistrales.

Pienso que dos virtudes esenciales en un jefe son la humildad y ser consciente de las limitaciones propias. Eso implica de paso saber que las circunstancias son las que mandan y que la verdadera inteligencia del líder consiste en saber cuándo las circunstancias le dan una oportunidad para encaminar las cosas en otra dirección. Lo de pensar en ponerlas patas arriba o en dar un giro de 180 grados queda para los iluminados.

Hace muchos años leí una entrevista con Virgilio Zapatero, que ocupó diversos cargos cuando el PSOE conquistó el poder en 1982. Zapatero contaba que llegaron al poder pensando que iban a revolucionar España y la iban a dejar que no la conocería ni la madre que la parió (Alfonso Guerra dixit). La realidad, que es tozuda, les enseñó que ese tipo de cosas son las que se piensan cuando uno no ocupa el poder. El poder, y la realidad, te enseñan que existen compromisos adquiridos que no puedes cambiar y que tu capacidad de acción no es ilimitada; tienes que contar con los actores sociales, con otros Estados y hasta con hechos intangibles como el cambio climático.

Tolstoi pensaba que la estrategia es imposible, que una vez que se dispara el primer tiro en una batalla, el general pierde todo control sobre ella y es cuestión de suerte e imponderables que la victoria caiga de un lado o del otro. Sin ser tan escéptico como Tolstoi, lo cierto es que hay tantos factores cuyo control no está en manos del líder (la calidad de sus subordinados, los recursos a su disposición, el tipo de interlocutores con los que se encuentre…), que lo más que se puede decir es que el buen líder es el que sabe aprovechar los vientos cuando los tiene a favor y poner una sonrisa resignada de circunstancias cuando le vienen en contra. Pero que le vengan a favor o en contra es algo que en un 90% depende de circunstancias que escapan a su control.

Así las cosas, el mejor manual de liderazgo que nunca me haya encontrado, es el Tao Te Ching.

El mejor líder es aquel que, conociendo las limitaciones, deja que las cosas sean: “…el sabio adopta la actitud de no-obrar…” El peor es el que, movido por la hybris, quiere cambiar el mundo. El iluminado en mi jerga: “Quien pretende el gobierno del mundo y transformar éste, se encamina al fracaso. El mundo es un vaso espiritual que no se puede manipular. Quien lo manipula lo empeora, quien lo tiene lo pierde.” Esta frase se les debería tatuar en la frente a todos los que pretenden hacer ingeniería social. El líder taoísta sabe que interferir en el flujo natural de las cosas sólo puede llevar al desastre. “Todas las cosas aparecen sin su intervención.”

Consciente de que su papel es meramente el de ayudar a que las cosas sean como tienen que ser, es humilde y no se cuelga medallas que no le corresponden. “Ni espera recompensa de sus obras, ni se atribuye la obra acabada…” Si a eso se le añade la virtud del desinterés, entonces será el líder perfecto. “El sabio se mantiene rezagado y así es antepuesto. Excluye su persona (…) Porque es desinteresado obtiene su propio bien.”

Algunos consejos sobre cómo obrar: “Quien se sostiene de puntillas no permanece mucho tiempo en pie [yo lo interpreto como que quien trata de atribuirse una posición más elevada que la que tiene de verdad, no puede aguantar mucho tiempo en esa impostura]. Quien da largos pasos no puede ir muy lejos [Lao-tsé no aprueba las prisas. La realidad tiene sus ritmos. Es como la historia de aquél que quería que el trigo creciera más deprisa y tiraba de las plantas hasta que las arrancaba, verdes aún]. Quien se exhibe carece de luz. Quien se alaba no brilla. Quien se ensalza no merece honores [yo diría que en su vanidad absurda ya lleva todos los honores que se merece]. Quien se glorifica no llega. “

Otros consejos sobre cómo obrar: “En el gobierno de los hombres y al servicio del cielo, lo mejor es la moderación. La moderación todo lo somete.” “El sabio no emprende grandes cosas, y en ello está su propia grandeza [tuve un jefe que sólo sabía pensar a lo grande. Si le decías que tenías 300 euros de presupuesto cultural, ya pensaba en organizar un festival de cine español y traerse a Antonio Banderas. Si le decías que te habías equivocado y que no eran 300, sino 400, soñaba con traerse también a Pedro Almodóvar]. El que promete a la ligera merece poco crédito [otra batallita de abuelo cebolleta: se acercaron a aquel dirigente para pedirle su apoyo en una votación muy importante; lo concedió magnánimo, ante el espanto de su jefe de gabinete que, una vez que el peticionario se hubo ido, le reconvino: “Ese voto lo teníamos comprometido con fulano”. La respuesta del dirigente fue: “Y lo contento que se ha ido”]. El que todo lo encuentra fácil difícil le será todo. Por esto, el sabio en todo considera la dificultad, y en nada la halla.”

El Tao Te Ching establece una gradación de líderes. El mejor es el que pasa inadvertido, tal es su manera de no interferir en el normal funcionamiento de las cosas. Le sigue el que es amado y elogiado por la gente. Después viene el temido y el último de la escala es el despreciado.

Ya sé que todo lo anterior suena a poquita cosa comparado con libros titulados “Las 21 Leyes Irrefutables del Liderazgo”, “7 hábitos de las personas altamente efectivas” o “Liderazgo de máximo nivel”, pero yo me sigo quedando con el Tao Te Ching.

 

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