Hasta los que nunca han leído a Soren Kierkegaard, o sea la inmensa mayoría exceptuando a Faemino y Cansado, saben que el 11 de agosto de 1841 rompió su compromiso con la señorita Regine Olsen, algo tan escandaloso para la sociedad de la época como casarse con calcetines blancos en la nuestra.
El 8 de septiembre de 1840 Soren Kierkegaard se declaró de una manera cuando menos peculiar. Fue a casa de Regine decidido a,- como dice él-, resolver el asunto. Se encontró a Regine en la calle frente a su casa. Regine le dijo que no había nadie en casa. En épocas más modernas diríamos que eso era una invitación a chunda chunda. En el Copenhague pacato del siglo XIX eso era una pieza de información sin más. Kierkegaard tomó la frase como una invitación a entrar. Recordando la escena años después, Kierkegaard diría que Regine estaba “un poco inquieta”. Para mí que se queda corto el adjetivo. Kierkegaard la invitó a que tocase al piano para él, como había hecho en otras ocasiones. En determinado momento cogió el libro de partituras y lo lanzó sobre el piano. Entonces dijo: “Ah qué me importa a mí la música; es usted a quien busco, es usted a quien he buscado durante dos años”. Tras ello salió de la casa agitado para buscar al padre de Regine y exponerle la situación. Y así, de una manera tan extraña y vehemente, que concordaba completamente con su carácter, comenzó la relación entre Regine Olsen y Soren Kierkegaard.
Lo que sabemos de la actitud de Kierkegaard hacia su prometida es cuando menos peculiar. Y ya van dos veces que utilizo esas tres palabras. Las cartas que le escribe hablan de la eternidad, del recuerdo, del instante… Pero no hablan de un futuro conyugal y en ocasiones parece que no se dirigieran a una Regine de carne y hueso, sino a una prometida idealizada y romantizada. ¿Y cómo reaccionaba Regine? En parte le seguía el juego y en parte protestaba para que la viera como la mujer real que era. Regine también era muy sensual y parece que estaba deseando que su prometido le diera un achuchón de los buenos.
Para ver lo perdido que estaba Kierkegaard, no hace falta más que citar las siguientes palabras suyas: “El mayor malentendido posible entre dos seres humanos respecto a lo religioso sucede cuando se toma a un hombre y una mujer, y el hombre, que quiere enseñarle a la mujer a amar lo religioso (…) va y se convierte en el objeto de amor de la mujer”. Da la impresión que cuanto más enamorada y con ganas de besos veía a Regine, más sentía la necesidad de arrojarle cubos de agua fría. Uno de los mayores fue la carta que le envió el 25 de noviembre de 1840: “¡Mi Regine! Quizás esperabas recibir junto con “los viejos recuerdos” [título de una novela de Carl Bernhard que le había enviado por correo], recuerdos futuros en la forma de una carta. No ha sido así, pero acepta estas líneas que, quién sabe, quizás pronto se conviertan en el testimonio de un tiempo pasado.” ¿Que quería decir aquí Kierkegaard? ¿Que su relación estaba condenada a romperse? Tiene toda la pinta.
En las Navidades de 1839 Kierkegaard se mostró más conciliador. Algunos episodios dolorosos y la falta de cartas en noviembre habían sido para probar la confianza de Regine. Ahora que Kierkegaard estaba satisfecho, le anunció que ya no la pondría más a prueba. Es más, el 30 de diciembre le mandó una carta muy tierna de enamorado al uso que terminaba diciendo: “fui, vi, ella venció”.
Pero pronto volvió a las andadas. A comienzos de 1841 la tuvo bastante abandonada, ya que estaba con la tesina y tuvo que componer varios sermones. Regine se quejaba de esto con toda la razón. Se diría que Kierkegaard quería dejarle claro que primero estaba su actividad literaria e intelectual, y también segundo y tercero; sólo en cuarto lugar estaba Regine.
Finalmente el 11 de agosto, Kierkegaard le devolvió el anillo de compromiso con una carta que decía: “Para no seguir haciendo pruebas de lo que de todos modos ha de ocurrir; aquello que, cuando ocurra, traerá consigo la fuerza que necesita, dejemos pues que ocurra. Olvida en primer lugar a quien escribe esto; perdona a la persona que era capaz de algunas cosas, pero no de hacer feliz a una muchacha. Enviar un cordón de seda significa en Oriente la pena de muerte para el destinatario; enviar un anillo significa aquí la pena de muerte para quien lo envía.”
Apenas recibió la carta, Regine corrió a la casa de Kierkegaard. No le encontró y le dejó una nota, pidiéndole que no la dejase por el amor de Jesucristo y la memoria de su difunto padre. Habiéndole mencionado dos cosas tan importantes para Kierkegaard, éste determinó que “así que no me queda otra que arriesgarme al extremo, que socorrerla en lo posible mediante engaños, hacer cualquier cosa para apartarla de mí y así restablecer su orgullo de nuevo.” Es decir, que Kierkegaard se proponía comportarse como un canalla para que Regine rompiera con él.
Por cierto que en el contexto de la sociedad danesa de aquella época, la ruptura de un compromiso era algo mucho más serio que una mera ruptura sentimental en nuestros días. La tendencia de la sociedad era a ver que la mujer estaba en falta. Esto implicaba que la ruptura la dejaba marcada y en el futuro lo tendría bastante más difícil para encontrar a otro prometido. Esto deja ver el verdadero alcance de la crueldad de Kierkegaard.
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