1989 fue el año en el que todo ese buen rollito se fue al carajo. La matanza de Tiananmen causó un shock en la opinión pública norteamericana y en el Congreso. El presidente George H.W. Bush trató de evitar una reacción demasiado beligerante como, sobre todo, le pedía el Congreso. EEUU suspendió la venta de armamento a China y los contactos militares de alto nivel. El Congreso y el Senado introdujeron algunas medidas adicionales como restricciones a la financiación por la US Trade and Development Agency y la Overseas Private Investment Corporation, la prohición de la venta de bienes o tecnología que pudiesen ser utilizados en la producción nuclear o el refuerzo de los controles a la exportación de bienes de doble uso. Por si Tiananmen no bastara, el proceso de democratización había cogido carrerilla en Taiwán y de pronto dejar completamente aislado a un antiguo aliado que estaba haciendo bien los deberes, no parecía una oferta muy atractiva. Finalmente, 1989 fue el año en el que cayó el Muro de Berlín y EEUU y la URSS se aproximaron. Ahora la alianza con China para hacerle la cusca al enemigo soviético, había perdido parte de su sentido.
En todo el oleaje que hubo en torno a Tiananmen, el presidente George H.W. Bush intentó en todo momento que la sangre no llegara al río. Bush había dirigido la oficina de enlace norteamericana en Pekín de 1974 a 1975 y rechazaba que China fuese una adversaria de EEUU y que las relaciones entre ambos fuesen un juego de suma cero. Pensaba que las relaciones entre los dos gigantes eran las relaciones bilaterales más importantes del mundo y que cada uno de los dos necesitaba al otro para desarrollar su pleno potencial. Contra viento y marea Bush mantuvo el estatuto de Nación Más Favorecida para China, aunque el Congreso acabó vinculando ese estatuto a la situación de los Derechos Huamnos en el país.
El afán porque las relaciones entre China y EEUU no descarrilaran lo compartían los directivos de Wall Street. Desde muy pronto habían advertido las ventajas de un mercado de mil millones de personas en un país que se estaba modernizando a marchas forzadas. Además, un mercado al que se podían trasladar líneas de producción enteras para beneficiarse de sus bajos salarios. En aquellos momentos de excitación, tener que buscarse un socio chino sí o sí, el choque cultural o la violación del derecho de propiedad parecían cuestiones menores en comparación con todo el dinero que se podía hacer.
1989: Valor de los intercambios comerciales: 17.795 millones $. Déficit norteamericano: 6.181 millones $.
Fue a Bill Clinton a quien le correspondió reencauzar las relaciones entre EEUU y China. Para entender cómo veía las cosas Clinton, voy a recurrir a una alocución que formuló el 24 de octubre de 1997 sobre la cuestión de China y el interés nacional de EEUU, que creo que es muy ilustrativa. Enumero los puntos más destacados: 1) China es un gran país que jugará un importante papel en la definición del siglo XXI; 2) Es en interés de EEUU que China emerja como una potencia estable, abierta, no agresiva, que abrace los mercados libres, el pluralismo político y el Estado de derecho y que trabaje con EEUU en construir un orden internacional seguro (nótese un cierto tufillo de superioridad y de que China evolucionaría justamente como más convenía a los intereses de EEUU; 3) La necesidad de un suministro de energía fiable y eficiente puede convertir a China en una fuerza estabilizadora en la región que va del Golfo Pérsico al Mar Caspio; 4) EEUU necesita que China sea una fuerza poderosa en aras de la seguridad y la cooperación en Asia. Un ejemplo de esto es cómo está manejando a Corea del Norte; 5) EEUU espera la colaboración de China en el control del suministro de armas a terceros países, en la lucha contra el tráfico de drogas y el crimen organizado; 6) Ambos países están interesados en que el comercio y la inversión internacional sean tan libres y justos como sean posibles; 7) El déficit comercial con China se debe en parte a la fortaleza de la economía norteamericana y a la externalización de las fábricas hacia China, pero también a la falta de acceso a los mercados chinos; 8) Apoyo al ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio, a condición de que China derribe las barreras comerciales; 9) China ha abierto su economía de manera impresionante, pero las reformas políticas van a la zaga; 10) El crecimiento económico ha hecho a China más dependiente del resto del mundo en lo que se refiere a las inversiones, los mercados y la energía. Esa dependencia comportará una poderosa fuerza para el cambio y tendrá un efecto liberalizador; 11) Es en interés de China abrirse, ya que acelerará su crecimiento económico, aumentará su influencia mundial y proporcionará estabilidad a la sociedad. Sin la libertad de expresión, China estará en desventaja frente a otras sociedades; 12) Aislar a China no funcionará, será contraproductivo y potencialmente peligroso.
De este largo texto pueden extraerse varias cosas. La primera es que EEUU entendía que hacía falta la colaboración de China para hacer frente a algunos de los grandes desafíos globales. Eso sí, de China se esperaba que fuera un segundón competente. Que China no quisiera estar supeditada a EEUU no parece que se lo ocurriera a Clinton. También se esperaba que al hilo de la apertura económica, China se democratizase. Los decisores norteamericanos no entendieron dos cosas: 1) El Estado y el Partido Comunista Chino están profundamente imbricados, de suerte que no es concebible que China emprenda procesos que puedan llevar al cuestionamiento del poder del Partido; 2) La caída de la URSS fue un trauma para China, trauma del que aprendió una lección imborrable: unas reformas políticas aceleradas pueden llevar a la quiebra del sistema; 3) EEUU establece una vinculación entre apertura económica /capitalismo y liberalización política, que no es necesariamente cierta. Los últimos 30 años nos han mostrado en China y en otras partes que el capitalismo puede perfectamente funcionar sin democracia.
Por más que se esforzase Clinton, era imposible recuperar el buen rollito y la inocencia de los 80. La tónica en los años siguientes sería la de un paso delante y dos pasos atrás. Cada vez que parecía que las relaciones se habían reencauzado, sucedía algo que volvía a descarrilarlas. Así, las buenas intenciones de Clinton dieron por tierrra en marzo de 1996 cuando China realizó ensayos misilísticos junto a la costa de Taiwán, que coincidieron justamente con la celebración de las primeras elecciones libres en la isla. El desencuentro se resolvió con la recuperación de las visitas de alto nivel. En octubre de 1997 el presidente chino Jiang Zemin visitó EEUU y al año siguiente, en junio, Clinton le devolvió la visita. En el transcurso de la visita de Jiang Zemin, ambas partes se comprometieron a trabajar juntos para crear un partenariado estratégico constructivo.
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