
Fue con los filósofos presocráticos que el pensamiento griego se separó del pensamiento que venía produciéndose en su entorno y emprendió una ruta que lo distinguiría.
El último filósofo griego que aún filosofó a la antigua, con dioses y mitos, fue Ferécides de Siro. Sabemos que escribió un libro que comienza: “Zas [forma inhabitual de referirse a Zeus], Cronos y Ctonia [la tierra; posteriormente se hablaría de Hera] existieron siempre”… que no parece un inicio muy científico que digamos. El inicio puede justificarse como un intento de evitar la idea de una creación de la nada. Por las fechas de Ferecides es muy poco probable que estuviese dando respuesta al pensamiento judío que sí que defendía una creación de la nada.
Dado que el libro de Ferécides no nos ha llegado, dependemos de los fragmentos de otros autores para conocer sus ideas, lo que hace que éstas nos queden un poco confusas. Cronos con su semen habría creado los elementos. La idea del semen divino como generador ya aparecía en la religión egipcia. En la teología de Memfis el semen del dios Atum-Re engendraba a los dioses. Cronos habría creado cinco espacios o cavidades en el seno de Ctonia, estando cada cavidad reservada a una divinidad diferente. Zas se casa con Ctonia y le regala el cosmos como dote, estableciendo así el orden en el mundo.
Con Tales de Mileto, el primero de los presocráticos, salimos del mundo del mito y entramos en el pensamiento filosófico propiamente dicho. Tales estableció lo que sería el gran tema de la elucubración presocrática: el origen del cosmos y la explicación de su evolución.
Tales pensaba que la tierra flotaba sobre el agua y que el agua era el principio de todas las cosas. Es probable que estas ideas tuvieran su origen en las mitologías egipcia y mesopotámica.
Por referencias de Aristóteles y de Diógenes de Laercio sabemos que afirmaba que “el mundo está lleno de dioses”. La interpretación habitual es que el alma del mundo lo permea todo, incluso las cosas inanimadas.
Anaximandro de Mileto colocó como origen de todo a lo indefinido, el apeiron. El apeiron no está determinado espacialmente. El apeiron todo lo abarca y todo lo gobierna. Anaximandro lo describe de una manera que lo acerca a los dioses, inmortal, indestructible y de poder ilimitado. No se parece a ninguna de las materias constitutivas del mundo ya formado. Con esto Anaximandro evita los problemas que generaría aducir que había sido uno de los elementos el responsable de la creación del mundo, toda vez que éstos están en permanente oposición unos con otros.
Mientras que las explicaciones de Anaximandro tenían un aire metafísico original, Anaxímenes de Mileto vuelve al patrón de pensamiento de Tales de buscar el origen de todo en uno de los elementos. En su caso en el aire. El aire sufre procesos de rarefacción y de condensación. Cuando se hace más sutil, se convierte en fuego y en viento. En cambio, cuando se condensa, se convierte en agua y si se condensa aún más, se convierte en tierra. El aire está en un movimiento continuo y en el aire primigenio nacieron los dioses (¿o fue éste el que los generó?)
Anaxímenes fue terraplanista, cuando esa posición aún tenía su prestigio. Pensaba que la tierra se mantenía en reposo gracias a que era plana y no cortaba al aire que la sustentaba por debajo, sino que lo cubría como una tapadera. Es posible que este planteamiento lo hubiera tomado de Tales, cambiando el agua por el aire, por considerarlo un sostén más plausible. Anaxímenes pensaba que el resto de los cuerpos celestes también era plano y tenía el aire como sostén.
A diferencia de otros filósofos presocráticos que, interesados por la naturaleza, se abstuvieron de filosofar sobre el ser humano, Anaxímenes sí que reflexionó sobre él. Igual que el alma mantiene unido al cuerpo y lo gobierna, el aire-aliento cumple la misma función con respecto al alma.
Jenófanes de Colofón tal vez fuera el primer filósofo que criticó la imagen tradicional de los dioses, que habían transmitido Homero y Hesíodo. Criticó todas las inmoralidades que se les habían atribuido y que se les hubiera imaginado semejantes a los hombres. Ello le llevo a pensar que “existe un solo dios, el mayor entre los dioses y los hombres, no semejante a los mortales ni en su cuerpo ni en su pensamiento.” Ese dios “siempre permanece en el mismo lugar, sin moverse (…) sin trabajo, mueve todas las cosas con el solo pensamiento de su mente.”
Como vemos, los presocráticos tenían una tendencia al monismo, que era novedosa y que, a medida que pasaba el tiempo, se iba agudizando. Heráclito de Éfeso profundizó en esa tendencia. Para él del Logos procede la coherencia subyacente a las cosas, él es su elemento de ordenación. En su pensamiento juega un papel importante la relación entre los opuestos, que están en permanente conflicto, pero entre los que también hay una reacción equilibrada. Es la lucha entre los opuestos la que da orden y equilibrio al mundo (por ejemplo, la dinámica día-noche).
Todo está en perpetuo cambio. El Cosmos es un flujo continuo, que queda ejemplificado con su famosa frase: “Nadie se baña dos veces en el mismo río”. Este aspecto de su pensamiento, así como el de los opuestos, le aproximarían al pensamiento taoísta, que se desarrolló en unas fechas parecidas.
El alma humana esta compuesta de fuego y procede de la humedad, a la que regresa a la muerte. El alma sabia es seca. Las almas virtuosas no se convierten en agua a la muerte del cuerpo, sino que sobreviven para unirse definitivamente al fuego cósmico. La vigilia, el sueño y la muerte están en relación con el grado de ignición del alma. Durante el sueño el alma está parcialmente separada del mundo-fuego y por ello disminuye su actividad. Durante la vigilia, el alma se asoma nuevamente al mundo a través de sus canales perceptivos.
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