Emilio de Miguel Calabia el 23 sep, 2022 Javier se instaló en Kabul cuando los americanos acababan de llegar y habían calculado cuántas bombas tendrían que tirar para que la renta per cápita llegase a los mil dólares y Afganistán se convirtiese en el paraíso en la Tierra. Hamid Karzai era un hombre sabio, como Gandalf con fulares de pashmina y gorros de piel de borrego que siempre tenía la sonrisa y la palabra justas. Dostum era un orco bañado en alcohol pero era nuestro orco y hablar con él de degollamientos no era indecoroso. Javier me habló de bazares medievales y montañas rojas y cielos estrellados donde las noches sin luna se veían los primeros brillos del Big Bang. Eran días en los que se podía viajar por el país sin temor a que una IED te dejase sin piernas. Cuando Álvaro llegó a Kabul, los americanos estaban calculando cuántas bombas tendrían que tirar para conseguir una renta per cápita de 750 dólares y que Afganistán fuese un país vivible. Álvaro conoció a Luciano en el día nacional de Italia, cuando estábamos celebrando que había erradicado doce mil hectáreas de opio y al año siguiente erradicaríamos otras doce mil y en esos campos crecerían mandarinas, aguacates y piñas tropicales, para hacer pizzas hawaianas en Manhattan. No se puede hacer una pizza hawaiana sin piñas. Luciano iba a ir a comer linguini al Intercontinental la noche que los talibanes lo atacaron. Le salvó que Álvaro le invitó a su casa a tortilla de patata, queso manchego y vino. Fue una lástima que Álvaro no hubiera invitado también al Doctor Barnard del Banco Mundial. Una bala le atravesó el corazón mientras esperaba unas brochetas de cordero. Mejor así, se ahorró descubrir que estaban frías y correosas y de tener una bronca con el camarero. La bomba que estalló frente a la Embajada mató a tres niños. Mejor que fueran niños, que no hombres hechos y derechos capaces de empuñar un kalashnikov. Producir niños es fácil y barato, apenas un golpe de riñón, pero hacen falta trece años para conseguir un soldado que sepa manejar un arma y quiénes son los malos. A punto de llegar a la avenida Sahra recordó que no había tendido la colada. Dudó un momento. No merecía la pena. Volvería en cuatro días. Tres días después los talibanes entraron en Kabul. Sahra no volvió. Mis cuentos Tags Afganistán Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 23 sep, 2022