“Estado de excepción” se estructura en torno a seis capítulos que narran las vidas interrelacionadas de seis personajes que, de alguna manera se ven, ellos y sus hijos, afectados por el estado de excepción. Como señala una cita de Walter Benjamin al inicio de la novela, “la tradición de los oprimidos nos enseña que “el estado de excepción” en que vivimos es la regla”. Sí, de alguna manera la novela podría leerse como la descripción de seis estrategias distintas para enfrentarse a ese estado de excepción. La vida siempre es complicada y la única estrategia buena es la que nos permite adaptarnos y sobrevivir.
Jason optará por la integración. Asume los valores conservadores de Singapur y no se hace más preguntas. Es un hombre seco y sin sentido del humor. Aunque no se lo quiera reconocer a sí mismo, al final le aparecen dudas de si mereció la pena la vida que llevó. “Era tan sencillo no hacer nada más que ensimismarse cada día en su trabajo, después leer los periódicos y luego ver la televisión.” Sí, era tan sencillo y tan alienante que no puede evitar preguntarse: “¿cómo podía ser todo aquello un plan divino?”
Siew Li optará por el sacrificio y la lucha. Siendo aún adolescente, una amiga comunista le hará la pregunta que le cambiará la vida: “¿cómo es posible que alguien así no esté ayudando a cambiar las cosas?” Me encanta la descripción que hace Tiang de la situación: “Era muy fácil permanecer en un capullo, a menos que alguien lo rajara y te liberara de él. Y cuando eso ocurría en el momento adecuado, uno salía como una persona hecha y derecha, como un nuevo ser. El primer tirón del hilo de seda, el primer descosido, llegó cuando Lina se dirigió a ella aquella noche en Happy World [Lina es la amiga comunista y Happy World es un parque de atracciones].” Tiang es un psicólogo muy fino. De un plumazo ha descrito lo que es la adolescencia: estar en tu capullo, en tu pequeño mundo, del que sólo saldrás si alguien te da el primer empujón.
Nam Teck tiene mucho en común con Siew Li. A ella, una conversación en un parque de atracciones le cambia la vida. A él, una velada organizada por un grupo de jóvenes comunistas y una chica que le impacta. Nam Teck, que iba para mecánico de motos y la vida poco excitante de un pequeño proletario urbano, de pronto comienza a hacerse preguntas: “… Seng estaba demasiado seguro de lo que quería: unos años más de juergas y después casarse, tener hijos, todas esas cosas buenas. ¿Y Nam Teck? ¿Él qué quería?” Mira a su patron, el señor Chiam, quien ha triunfado a su manera, y le pregunta si eso,- su familia, su pequeña empresa-, es suficiente. La respuesta es sabia: “Estás haciendo la pregunta equivocada. Deberías decir: ¿puede usted vivir con las decisiones que ha tomado? Sí puedo, con todas y cada una de ellas. Te envidio. ¿Cuántos años tienes, veinte? Todavía tienes toda la vida por delante. Cuando llegas a mi edad, el rumbo ya está marcado. Yo sé lo que va a ocurrir, absolutamente todo, hasta el día que me muera. Algunos lo considerarían una bendición.” Me fascina la finura psicológica del escritor. Después de haber afirmado rotundamente Chiam que puede vivir con todas y cada una de las decisiones que ha tomado, la segunda parte de su parlamento lo deja en duda. ¿Seguro que está satisfecho con ese rumbo que ve tan marcado?
Revathi es la persona que viene de fuera, la persona que intenta comprender lo que fue el estado de excepción y contarlo [es periodista]. Descubre sorprendida que puede empatizar con quienes lo sufrieron e indignarse con los crímenes que se cometieron en la lucha contra la guerrilla comunista, pero que también puede seguir con su existencia plácida y hasta disfrutar de la promoción profesional que le supone el artículo que escribió sobre todo aquello. Tal vez Revathi muestre que hasta las mejores de las intenciones tienen un límite y que la empatía completa no existe si no has pasado por algo parecido. “Miró el artículo, la sombría foto de la señora Wong [una mujer cuyo marido fue asesinado en el transcurso de una masacre que Revathi investiga]. Sigue adelante. El mundo siempre sería injusto, y en su mayoría incognoscible, pero ella tenía la influencia necesaria para sacar a la luz un poco más de verdad, y eso debería bastarle…” Me encanta el autoengaño del personaje. Ella ya ha elegido su sitio y no es con los agraviados, pero no quiere saberlo.
Stella es una víctima inocente del estado de excepción. Es detenida y confinada. Será humillada y castigada por la remota posibilidad de que haya podido cometer un crimen político. La descripción de su tratamiento en la prisión suena tan realista, que me cuesta creer que las cosas no sean exactamente así. La manera de sobrevivir de Stella es haciéndose pequeñita, volando tan bajo que ningún radar la pueda detectar. No acepta el sistema como Jason, ni se rebela contra él como Siew Li. Simplemente se escurre por los agujeros del cubo en el que la han metido.
Henry es el que opta por la huida. Homosexual, sabe que sólo podrá vivir su vida fuera de Singapur. El precio de su opción es la desconexión. Eso lo convierte más en un espectador que en un actor. Elegir hacer mutis por el foro también tiene sus consecuencias.
Aceptación, lucha, pasar desapercibido, huir… Las maneras de enfrentar la vida son muchas. Cada uno recurre a la fórmula que puede, o que le dejan. Pero, al final del camino de todos, con independencia de la fórmula que hayan escogido, está la muerte.
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