Emilio de Miguel Calabia el 30 sep, 2024 Existen algunas películas y novelas que muestran una situación de lo más angustiosa en la que una persona inerme está en manos de un “cuidador” cuyas buenas intenciones son dudosas. Una de las películas más famosas con esta trama es “El coleccionista”de William Wyler. En ella un hombre tímido secuestra a una estudiante de arte de la que está infatuado y la encierra en un sótano. En la novela de Evelyn Waugh “Un puñado de polvo” un noble inglés que era miembro de una fallida expedición en la selva de la Guyana británica es rescatado por un hombre que vive en medio de la selva, Mr. Todd. Mr. Todd es analfabeto y le pide al protagonista que le lea las obras completas de Charles Dickens. Cuando el nombre se termina de recuperar, se da cuenta de que Mr. Todd no tiene ninguna intención de dejarle ir, que su destino es seguir leyendo a Dickens sin final. Como en ocasiones la realidad supera la ficción, también tenemos el infame caso de Josef Fritzl que tuvo a su hija secuestrada en un apartamento subterráneo durante 24 años y que concibió con ella seis hijos. A este género literario pertenece “El agujero” de la coreana Hye-Young Pyun, una novela tan buena y angustiosa que las últimas cuarenta páginas de las 198 que tiene las leí en diagonal por lo que me estaba acongojando. La trama es la siguiente: Oghi se despierta del coma y descubre que está completamente paralizado. Tuvo un accidente de coche mientras iba con su mujer, que murió. Le dan el alta y le trasladan a su villa, que ha sido acondicionada para él. Primero tiene una cuidadora, una mujer soez, cuyo hijo se cuela subrepticiamente en la casa cuando le apetece, saquea el güisqui y humilla a placer a Oghi. Descubren los tejemanejes de la cuidadora, la despiden y ocupa su lugar la suegra de Oghi, que no tiene a nadie en el mundo. Y ahí empieza el verdadero horror. Lo angustioso de la historia se ve reforzado por la prosa detallista y clara de Pyun (no sé cuánto del excelente texto se debe a la pluma de la traductora, Sora Kim-Russell). Por ejemplo, en las páginas iniciales tenemos las primeras reacciones desconcertadas de Oghi, que se da cuenta de que algo no va con su cuerpo, pero aún no sabe lo que es: “… Oghi miró su brazo sostenido en el aire por la enfermera, mientras el manguito rodeaba su bíceps [le están tomando la tensión]. Extraño. No podía sentir cómo el manguito se llenaba de aire y se endurecía (…) [quiere preguntar por su mujer y…] No salió ningún sonido. Su mandíbula no se movió, sus cuerdas vocales no vibraron (…) Daba lo mismo cuan fuerte quisiera formular un sonido, lo que llegaba a sus oídos no era su voz…” ¿Qué es lo peor de estar tetrapléjico? Oghi y Pyun no tienen ninguna duda: la humillación. “Cuando terminaba de tomar otra comida líquida, le daba palmaditas en la cabeza. Oghi lo odiaba. Le irritaba la mezquindad de la cuidadora que le trataba como a un niño (…) Mientras masajeaba su cuerpo, sonreía insidiosa. Justo lo contrario a tratarle como un niño. A veces le daba una palmada en las nalgas y a veces jugueteaba con su pene oscurecido, arrugado. Lo hacía a propósito. Oghi formulaba sus protestas con sonidos largos, indescifrables.” Imaginémonos la situación. Asistes impotente a que alguien juguetee con tus genitales y ni tan siquiera te puedes quejar. ¿Y qué decir de esta otra humillación? Cuatro amigos han ido a visitarle y en medio de la visita la suegra se pone a manipular la botella con el catéter: “Su suegra no llevaba puestos guantes de látex esta vez cuando estiró el brazo bajo la cama para quitar la botella con el catéter. La orina, que estaba tan oscura que parecía como si se le hubiera agregado colorante alimentario, rebalsó. Pareció que los cuatro visitantes se dieron cuenta inmediatamente de lo que era el olor que había estado sobrevolando la habitación todo ese tiempo, pero pusieron cuidado en que no se les notase en el rostro…” Más allá de las humillaciones Oghi advierte que se está desvinculando de la vida. No habrá más visitas de los amigos tras esa visita. Su madre presenta en su nombre la carta de renuncia a la escuela. Lentamente las paredes de su mundo se van comprimiendo dejándole menos y menos espacio. Su vida se reduce a su habitación y su suegra… Y lo peor está por llegar. Literatura Tags Hye-Young PyunLiteratura coreana Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 30 sep, 2024